Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Ante el inminente afán del presidente Petro de decretar la inversión forzada de los depósitos bancarios en un corralito o fondo público de préstamos que administrarían los alfiles robagallinas del mismo gobierno, los colombianos del común han acudido, como en épocas pretéritas, a la esperanza que les darían los colchones y las cajas fuertes para poder poner a salvo sus dineritos.
La reculada que el país se va a pegar con esa absurda medida es monumental. En un momento en que se avanzaba en la bancarización de los cobros y los pagos y el uso del efectivo estaba disminuyendo progresivamente, esta medida obliga a pensar que nadie se va a sentir seguro de que su plata se la reciba un banco. Como el gobernante le va a echar mano, disminuyéndole por lo menos su rentabilidad, si es que no pierde la garantía de que el banco se la devuelva, porque todo gobierno es mala paga y sufre de amnesia aguda en esos casos, la medida va a traumatizar la vida económica del país.
Pensemos no más en el peligro que van a correr los millones de salarios que a empleados públicos y privados, policías o soldados profesionales se les consignan cada quincena en una cuenta de ahorros. Es con ese flujo de dinero de unos y otros que los bancos funcionan para su negocio, tener provistos los cajeros y poder hacer créditos. Si se les obliga forzadamente a que esos fondos pasen a un corralito administrado por el gobierno para dizque hacer préstamos, puede llegar un momento en que los bancos se queden sin circulante y los cajeros electrónicos no vomiten la plata de los asalariados.
Pero si pensamos en el comercio y la contratación y el dinero con que ese engranaje se mueve va a quedar paralizado o corriendo riesgos de perderse en un corralito, nadie va a aceptar que le hagan una transferencia a sus cuentas. El pánico lo creó el presidente y nadie se atreve a hacerle juicio político. El dólar se subió inmediatamente. La intranquilidad ruge. Solo quedan los colchones y cajas fuertes para guardar el dinero.