Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Mi abuela antioqueña decía que «para la huevonada no hay nada», y la tulueña, que «no hay nada más contagioso que el accionar a la topa tolondra».
Por estos días, cuando vemos a los gobernantes embarrándola, el par de abuelas tenían razón. Aun cuando hay muchísimos seres humanos que aplauden la forma de gobernar de Trump, si lo piensan bien, más parece gobernar a la topa tolondra, buscando en el cajón del azar que el resultado no le resulte desfavorable.
El atropello imperialista con Canadá y México es de una peligrosidad inusitada. Además de enemistarlo con los vecinos, destruye el esquema de los tratados de libre comercio, los TLC, sobre los cuales el mundo organizó sus relaciones entre compradores y vendedores.
Y ni qué decir de la manera muy a la topa tolondra con que el presidente Petro y sus ministros han terminado por gobernarnos. La actitud grosera y quizás gravísima con que se niegan a reconocer el fallo de la Corte Constitucional y no le giran a las EPS el aporte que, por la norma de presupuestos máximos, debe reconocerse, no solo es una demostración de que el orgullo zurdo controla hasta los esfínteres del presidente y su ministro de salud, sino la confirmación de que este gobierno sigue con las huevonadas precipitadas, sin pensar mucho en lo que está haciendo ni en las consecuencias que puedan surgir de sus acciones.
Aun cuando Petro y Trump nos habían advertido sobre sus determinaciones absurdas, tomarlas finalmente hace pensar no solamente que son impulsivos, sino que actúan para reafirmarse en su terquedad dañina, no en la razón.
Revisen lo que hace Petro por estos días con el sistema eléctrico, saboteando su organigrama. O lo que hace Trump, estrujando a Dinamarca para arrebatarle Groenlandia. O el torpe congelamiento de Petro de la plata de las pensiones. O el vergajo de Trump, congelando los vuelos de los helicópteros de la Policía colombiana.
Definitivamente, para la huevonada no hay nada. Nos jodimos. Nos tocó la época de la topa tolondra.