Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Guerra avisada no mata soldado, y si cae es por descuidado. Pero ni en Colombia ni en la Casa de Nariño han querido interpretar como lo que son las campanadas imperialistas de Trump. Bañados en una cobardía asustadora, nadie —ni el presidente, ni el Congreso, ni los candidotes a la jefatura del Estado— reaccionaron como debía ser cuando The Washington Post denunció que por lo menos cuatro de las lanchas ametralladas por las tropas gringas lo habían sido cerca a Buenaventura.
Zurdos y derechos, oligarcas y pueblo, aceptaron que, como eran narcotraficantes, podían ser fusilados sin fórmula de juicio, pese a ser ciudadanos colombianos. Ahora, el propio emperador de Washington, al responderle a un periodista, advierte ante los ojos del mundo que, así como se ha montado un estruendo de guerra contra Maduro en Venezuela, el siguiente es Petro, es decir, Colombia.
De idéntica manera como se minimizó el fusilamiento de los negros de Buenaventura, acribillados por llevarle cocaína a las narices de los gringos, la amenaza contra Petro —y contra el país entero— no levanta ni una ola de protesta. Parecería como si se hubiese juzgado que la culpa es personal del presidente Petro y que, si él se atrevió a su Paz Total, y con ella a darle largas a los ejércitos de los traquetos mientras conversaban sobre su rendición, el emperador gringo tiene todo derecho a actuar como amenaza y nosotros a pagar las consecuencias.
Nadie quiere pensar qué sentiríamos viendo la flota americana fondeada en la bahía de Cartagena. Y menos que, en vez de los policías y soldados —hoy en asueto—, quienes patrullen las calles y carreteras sean los mariners gringos. No queda ni una pizca de patriotismo que haga respetarnos como país. Nadie iza una bandera en su casa o en las antenas y parabrisas de los carros para significar que no nos vamos a dejar pisotear del gringo.
Menos Petro, que prefiere dar fe en la justicia gringa al firmar la extradición de Pipe Tuluá y apenas si musita que el emperador está desinformado.
