Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
La tradicional Vuelta a España hacía ayer la etapa 11 en los alrededores de Bilbao y, desde antes de comenzar la competencia, que era un circuito de dos vueltas con las típicas montañitas del País Vasco, las banderas palestinas inundaban a lado y lado la calzada de embalaje.
Era la manera como esa recia humanidad vascuense quería encabezar, ante los miles de televidentes en todo el mundo, la protesta por la masacre miserable a la que Netanyahu ha sometido la Franja de Gaza.
Cuando los corredores pasaron por primera vez la zona donde iba a ser el embalaje final, el frenesí de las banderas y el coro de las protestas hacía creer que los ciclistas estaban subiendo a algunos de los grandes picos alpinos, donde se amontonan los aficionados hasta estrechar, peligrosa y ruidosamente, la calzada de ascenso.
Era excesiva. Tanto, que no se permitió terminar la etapa en ese sitio y se contabilizaron tiempos tres kilómetros antes de la raya. Quizás haya un exceso de proteger a los ciclistas.
Pero lo que sí tiene un respaldo universal es el rechazo que esas banderas y esos aficionados simbolizaban contra la actuación genocida de Netanyahu: destripar mujeres y niños, edificios y esperanzas de un pueblo desgraciadamente mal dirigido por los crueles y despistados militantes de Hamás.
Y aunque mis amigos judíos no lo crean, el rechazo los toca a todos ellos: en Wall Street y en Londres, en Ginebra o en París, donde su peso económico se simboliza.
Quedará muy difícil que el mundo borre la imagen de destrucción y muerte que el gobierno de Israel, a nombre del pueblo judío, está realizando con saña contra los gazatíes. Será tan difícil borrarlo como tampoco hemos olvidado las masacres de Hitler contra ellos.
El pueblo vasco, tan sufrido como los judíos, se los acaba de recordar con banderas palestinas y gritos de horror al pie de unos ciclistas.
