Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias
El mundo no deja de sorprendernos. Mientras algunos aún levantan muros, la Iglesia ha elegido como su guía a un hombre que los derriba con gestos y palabras. El nuevo Papa, León XIV, es una mezcla que pocos habrían imaginado: estadounidense de nacimiento, peruano de corazón, hijo de migrantes europeos, misionero en América Latina, y ahora pastor de toda la Iglesia. ¿Quién mejor para tender puentes entre pueblos divididos?
Robert Francis Prevost, su nombre de pila, nació en Chicago, pero su historia está marcada por el movimiento: su padre era francés, su madre española. Migración en la sangre. Su vida pastoral la entregó a Perú, donde no solo evangelizó, sino que se dejó evangelizar. Allí vivió más de 30 años, caminó con los pobres, habló en español, compartió la mesa y el dolor. Allí también se nacionalizó peruano, no por trámite legal, sino por amor verdadero.
Y hoy, desde Roma, su acento latino se escuchó claro cuando recordó con cariño a su diócesis de Chiclayo. Fue una señal. León XIV no viene solo a hablar de inclusión: él la encarna. En un mundo donde se criminaliza al migrante, este Papa se define como uno de ellos. En un tiempo donde desde ciertos gobiernos se soñaba con muros —sí, también hablamos de Trump— ahora Roma elige a un Papa que los desmonta desde el Evangelio.
El contraste no podría ser más fuerte. Mientras en algunas tierras del norte se habla de seguridad fronteriza y se hacen deportaciones, redadas y leyes que separan familias, el Vaticano elige como sucesor de Pedro a un hombre que cree que la hospitalidad es un deber cristiano. Mientras algunos líderes políticos hicieron carrera con el miedo al extranjero, León XIV pone en el centro de su mensaje a los pobres, los migrantes, los que “huyen de la guerra, el hambre y la desesperanza”.
Pero el nuevo Papa no es un activista ideológico. Es, ante todo, un pastor. Y como buen hijo de San Agustín, no llega a imponer ideas, sino a tocar corazones. En su primera homilía habló de la necesidad de obispos que no sean “superhombres”, sino servidores. En su bendición al mundo recordó que “el mal no prevalecerá”. Y en sus palabras se sintió la calma de quien ha visto mucho, pero no ha perdido la esperanza.
León XIV es un puente vivo entre Estados Unidos y América Latina. Conoce las luces y sombras del norte, y el alma sufriente del sur. Es, quizás sin proponérselo, el hombre perfecto para este momento de la historia. No viene a polarizar, sino a reconciliar. Su experiencia le permite hablarle tanto al migrante como al político que legisla sobre migración. A la Iglesia de base como a los diplomáticos del poder.
Y la gran pregunta es: ¿cómo será la política del Vaticano ahora, con un Papa que viene del corazón de Norteamérica y del alma de los Andes? ¿Cómo mirarán al Papa los gobiernos que antes desestimaban la voz de Francisco por considerarlo demasiado “latino”? ¿Qué hará ahora Trump desde su club en Florida, al ver que el hombre blanco del Vaticano es, también, un migrante con acento peruano?
Una cosa es clara: este Papa no viene a dividir. Viene a sanar. Y en un mundo herido, eso ya es revolución. León XIV no trae una agenda oculta, sino un Evangelio abierto. Cree en el diálogo, en la escucha, en el encuentro. Su mensaje no es de izquierdas ni de derechas: es profundamente humano, profundamente cristiano.
Hoy más que nunca, América —la del norte y la del sur— necesita puentes. La Iglesia ha dado el primer paso. Ahora el mundo sabrá qué hacer con un Papa que no calza en los moldes políticos, pero sí en las sandalias del pescador. Un Papa migrante, americano, latino… y profundamente de todos.
Este es el tiempo de los constructores. Y en Roma, hoy, tenemos uno.