Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Una vez más, como en tantas otras repetidas oportunidades de la historia colombiana, la paz firmada fracasó. Nuevamente estamos en guerra. Tres cuartas partes del país son zonas de combates.
Los antiguos grupos guerrilleros han evolucionado. Ya no actúan como ejércitos ideológicamente unidos y motivados. Son bandas de traquetos. Cada vez más, su accionar es el mismo que usaron los narcos hace 40 años, cuando comenzó su revolución, que nunca hemos querido admitir, pero que nos volteó por completo el escaparate hasta dejarnos como herencia una increíble cultura traqueta.
Los amigos del expresidente Santos, que firmó esa paz, y los medios informativos que le siguen debiendo cortesías insisten en llamar la guerra que se ha vuelto a vivir como hecha por las dizque disidencias de las FARC, cometiendo un craso error. En esta guerra ya no hay Tirofijos ni Carlos Castaños. En esta guerra, cada grupo actúa por su cuenta, sin direccionamientos de comandancias centrales y con un solo objetivo: conseguir las mayores ganancias económicas con la producción y exportación de cocaína y oro.
Sus metas no están orientadas a tomarse el poder. Con haber cooptado los gobiernos municipales, como hicieron los traquetos antaño, les basta. Sus miras van orientadas a tomar más territorios donde se facilite y rinda más la siembra de la coca y la explotación ilegal del oro. Y, para demostrar que dominan el espacio, no tienen los obuses antiguos de la guerra; utilizan a diario la extorsión, significándole al ciudadano común que el Estado son ellos.
Hasta ahora no se han tomado las ciudades. Les basta con alimentar de mercancía a las bandas urbanas y delegarles el cobro del impuesto de la vacuna. Son traquetos modelo 2025.
Cada vez, entonces, nos vamos pareciendo más a Haití. Y, entre tanto, el gobernante se frota las manos en la Casa de Nariño, donde esperan reinar eternamente, con los textos de Lenin en la mano, si el caos se toma completamente el país.