Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias
La Iglesia vuelve a respirar con un aire nuevo. Tras el paso de Francisco —un Papa que nos enseñó a abrazar la misericordia y a caminar con los últimos—, la elección de León XIV marca un nuevo capítulo que no rompe con el pasado, sino que lo prolonga con otro ritmo. No es un giro, es una continuidad encarnada en otro cuerpo, en otro estilo, pero con la misma alma de Evangelio. Robert Francis Prevost, estadounidense de nacimiento, hijo de migrantes —padre francés, madre española—, se convierte hoy en León XIV: un Papa que trae el corazón en América Latina, la mente en la Iglesia universal y los pies en la misión.
Un Papa migrante, social, latinoamericano de corazón. Que habla español, que vivió en los márgenes y que conoce las luchas de nuestros pueblos. No desde el análisis, sino desde la experiencia. Vivió por más de tres décadas en Perú, se naturalizó peruano, y allí aprendió que la dignidad del ser humano no se negocia y que el derecho a migrar es también sagrado. Es un defensor del pueblo y del Evangelio hecho carne en las causas justas.
León XIV no viene de un trono, sino del camino. Su vida en las periferias del mundo le dio no solo un idioma distinto, sino una mirada distinta: la del pastor que no observa desde arriba, sino desde abajo, desde el barro, desde la ternura de lo cotidiano. Su ministerio, silencioso y firme, ha sido el de quien no se cansa de andar, de escuchar, de construir con paciencia.
Conoce la Iglesia, y la conoce bien. Como prefecto del Dicasterio para los Obispos, discernía quiénes serían los nuevos pastores del mundo. Escuchó historias de todos los continentes, tocó con sus manos las fracturas, los desafíos, las esperanzas de cada rincón eclesial. Pero no se quedó allí. No se convirtió en un técnico del Espíritu, sino en su servidor. Su estilo no es el del burócrata, sino el del hombre que todavía cree que la Iglesia se transforma desde adentro, sin estridencias, pero con firmeza.
En su primera aparición pública no hubo espectáculo, ni lenguaje de poder. Solo una voz serena, una bendición confiada y un llamado a caminar juntos sin miedo. Citó a San Agustín con sencillez: “Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo”. No es una frase vacía; es una definición de su pontificado. León XIV no pretende dominar, sino acompañar.
Y sin embargo, los desafíos que le esperan son enormes. Hereda una Iglesia polarizada, herida por los escándalos de abuso y marcada por tensiones doctrinales y culturales que se agudizan. Tendrá que ser puente entre visiones, bálsamo para las víctimas, guía para los que han perdido la fe en la institución, sin dejar de ser fiel a la esencia del Evangelio.
No será fácil, pero su historia es testimonio de que lo imposible es camino. Quienes lo conocen hablan de su alegría serena, de su capacidad para no rendirse, de su voluntad de poner el alma en cada decisión. Y eso, en medio de tanta tormenta, ya es una esperanza. No necesita imponer fuerza, porque su fortaleza nace del testimonio.
León XIV tiene el mundo en la cabeza y el corazón en el Evangelio. Ha recorrido las estructuras de la Iglesia, sí, pero sin perder de vista que la verdadera autoridad nace del servicio. Tiene el oficio, pero sobre todo tiene el espíritu. Tiene la teología, pero sobre todo tiene la calle. Y en esa combinación, quizás está su mayor don.
Francisco fue un Papa que abrió ventanas. León XIV parece decidido a seguir abriéndolas, pero también a cruzar el umbral. A caminar con los pueblos, a tocar la historia, a sostener con la mirada a una humanidad que sufre y espera. No será un pontificado de titulares brillantes. Será —si el Espíritu y la historia lo permiten— un pontificado de raíces profundas.
Hoy la Iglesia no solo tiene un nuevo Papa. Tiene un pastor. Un Papa social, misionero, defensor de los derechos humanos y del Evangelio sin fronteras. Alguien que viene de lejos para estar cerca. Alguien que, sin renunciar al legado de misericordia, levanta la voz con firmeza para recordarnos que el mal no prevalecerá. Que el Evangelio aún es buena noticia. Y que, si caminamos juntos, aún podemos ser luz para el mundo.