LA GUERRA IMPERIALISTA – Crónicas de Gardeazábal

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Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

Los alborotos que causa Trump con su cruda y abusiva manera de entender el ejercicio del poder no nos han permitido ver que su injusto puño imperialista tiene una disculpa moralmente válida para su conciencia (si es que la tiene) y para quienes creen que el mundo debe defenderse del avance chino.

Como creemos que la actitud de todos los dictadores, llámense zares o emperadores, presidentes o como sea, casi siempre es históricamente repetida, muchos creemos que lo de Trump es cada vez más parecido a Hitler en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

El deseo de adueñarse de Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá resulta similar al expresado por el alemán en su sed de apoderarse entonces de los Sudetes o de Polonia.

En la trumpofobia que crece como espuma, hay una tendencia a asimilar a los judíos de la Europa de 1930 con los hispanohablantes que destierran a diario o encarcelan cruelmente en la base de Guantánamo. Pero se nos olvida que el gringo ve a China como Hitler vio al comunismo: aumentando su poder silenciosamente.

Ahora se sabe que, a través de ese camuflaje entre propiedad privada y estatal que maneja con habilidad China, están tratando de controlar las rutas marítimas al estilo de como lo hizo la Inglaterra imperial.

En Panamá lo hemos constatado: los dos puertos de acceso fueron licitados para que empresas chinas eficientes los manejen. El puerto de Chancay, en el Perú, es aún más evidente. Pero si reparamos en la empresa Nuctech, que con sus máquinas de escaneo de mercancías sirve a más de la mitad de los puertos del mundo y es tan china como Pekín, los temores de Trump no son tan inventados.

Además, un porcentaje representativo de los bonos norteamericanos en el mercado de valores son de propiedad china.

Lo que se viene es la guerra comercial antes que la de los drones, y, como es entre dos imperios, no conocemos mucho de sus métodos ni de sus resultados.

Lo único que sabemos es que seremos víctimas.

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