Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Lo que hizo el emperador de Washington con Zelensky fue otra demostración más del carácter delincuencial de quien rige al mundo, así haya sido condenado una y otra vez por los jueces de su país. Mirándolo en detalle y con cabeza fría, fue el montaje de una miserable humillación ante las cámaras de televisión del mundo entero, en el set del Despacho Oval, con actores, libreto y público seleccionado, pero en donde uno de los dos actores principales, el más frágil, acudió engañado por el presunto libreto que le pasaron.
Zelensky fue a firmar un convenio en donde vendía parte de su territorio a cambio de que le siguieran sosteniendo la estúpida guerra en que él y la OTAN se metieron. Pero debió haberse sentido tan arrinconado, tan humillado, que se atrevió a enfrentar al petulante, teatral y narcisista mandatario gringo. El ucraniano estaba en casa ajena, pero no se nos puede olvidar que tanto el débil presidente, vestido con ropa de fatiga y no con saco y corbata como el que lo humillaba, llegó a ser conocido y elegido en su país porque, como Trump, ambos eran comediantes de televisión. Y fue con esa experiencia que se jugó la gauchada que pasará a la historia.
Por supuesto, de tan grotesco episodio hay mucho que aprender. Destaco dos cosas: la primera, que no se puede confiar en Estados Unidos como socio comercial, de inteligencia o de seguridad. La segunda, que la bravuconería venenosa de Trump se sustenta en una incoherencia y una debilidad que podrá ser cuestionada y utilizada por quien lo enfrente en el futuro.
De cualquier manera, fue un espectáculo inolvidable, así Trump haya hecho lo mismo que han repetido los ricos poderosos de toda la vida: humillar y extorsionar al débil. Pero perdimos todos: Trump y Zelensky, Ucrania y Estados Unidos y, fundamentalmente, el mundo, que ha quedado más cerca del miedo que de la esperanza, porque el gran ganador va a ser Putin, tan cruel y despiadado como Trump.