Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Definitivamente, el problema de Petro es que no sabe administrar. Las mismas fallas protuberantes de cuando la embarró con las basuras de Bogotá se han evidenciado con creces en su gobierno como presidente.
El que su ministro de Defensa haya dicho en el consejo de marras que “no se ha entrado al Plateado porque no ha habido una decisión articulada del Gobierno para entrar” obliga a pensar que el presidente no sabe coordinar las funciones y desempeños de sus subordinados. Y como anuncia por hecho lo que apenas acaba de salir de su mente, mata la gestión antes de empezar. Es decir, no sabe administrar.
Eso no significa que Petro no haya tenido excelentes ideas ni que no haya pretendido romper la rosca oligarca bogotana que maneja al país desde las épocas del Olimpo Radical en el siglo XIX. Más aún, las ideas de reestructurar al país de acuerdo con los códigos de secta no son malas del todo, pero no se ajustan a la realidad.
Su deseo manifiesto y sus actuaciones infames contra la exploración y explotación de gas, o contra las EPS, solo buscaron satisfacer sus viejos odios de zurdo triunfador, pero nunca fueron comparadas con los daños sin límites que hoy están ocasionando.
Ahora las ha emprendido contra el sistema eléctrico colombiano y, metiendo en la misma bolsa a generadores y distribuidores, públicos y privados, quiere llevarnos a un apagón o a tener que importar la energía, como está sucediendo por estos días con el gas.
Como volvemos a lo mismo —que no sabe administrar ni los negocios del Estado ni al país que gobierna—, indefectiblemente nos acercamos a una verdad de puño que machistas y racistas bogotanos tratan de tapar con sus bochinches equivocados: el obstáculo para forzar la renuncia de Petro era que le temían más a que Francia llegara a ser presidente.
Después de lo que hemos visto la última semana, el país tiene más opciones de salvarse con la muy primaria Francia ejerciendo la presidencia que dejando a Petro gobernar el resto del período.