MI VIAJE CON FRNAK BORMAN EL ASTRONAUTA DEL APOLO 8

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Por: Federico Senior

De lo raro que me ha tocado vivir, por lo circunstancial, inesperado y muy extraño, fue un corto viaje que hice con el Astronauta Frank Borman, tripulante del Apolo 8, primera nave que circunvaló la Luna en diciembre de 1968, siendo uno de los tres primeros seres humanos en ver la cara oculta del Satélite.

En mis viajes, he tenido experiencias para mí extrañas, de pronto a un intenso viajero no le parezcan así, pero para mí sí que lo han sido, ir a Chihuahua, horrible ciudad del Norte Mexicano, en medio de un desierto eterno, o a Huaquillas, más fea aún población del sur Ecuatoriano, en donde después de haber cenado con el Alcalde del pueblo a quien apodaban el Colorado, porque su cara era así, colorada, en una tranquila noche en la carretera por todo el borde de la frontera con Perú y por tierras que habían visto las escaramuzas de la Guerra entre ambos países, con destino a Machala, se aparece entre la niebla un grupo de policías haciendo gestos, el chofer no se detuvo, después me explicaba que no lo había hecho porque se sabía de bandoleros disfrazados que atracaban a los furtivos viajeros, pues nos han levantado a bala, ese día pensé que hasta ahí había sido la cosa, paramos y el policía bien altanero, gritaba como loco, detrás nuestro venía el ingeniero que me había presentado a El Colorado, tenía, pude constatar, muy buenas relaciones con las autoridades, nos pidieron disculpas y retomamos el camino hasta Machala, al día siguiente, atravesamos la frontera peruana, fuimos a Zarumilla, a almorzar, pedí una Parihuela, un gigantesco plato cuadrado, profundo, repleto de mariscos decorado con un cangrejo en el centro, así como esos, pueblos raros, he estado en Pont a Mousson, cerca de Nancy en la Lorena francesa, fui a conocer una fábrica de tubos de hierro, lleve a varios clientes, estuvimos primero en Paris, luego en la fábrica, regrese con mis invitados a la Ciudad Luz y yo me devolví a Nancy a seguir trabajando, deje casi todo mi equipaje en el hotel Parisino, iba a estar tan solo dos días en Nancy y de paso deje mi cámara, eran otras épocas, los celulares no tenían como tomar fotos, en fin, yo iba a trabajar, el día de mi regreso, tome el tren, destino a la Gare de L’Est, nos adentramos en la campiña de Champagne, era diciembre, de pronto todo empezó a cubrirse de blanco, era un paisaje hermosísimo, el campo nevado, las casitas con sus inclinadas cubiertas repletas de nieve, no me canse de mirar el paisaje, la foto está en mi mente, jamás se me olvidará; estuve en Lujan, Argentina en su zoológico, no son de mi agrado, pienso que los animales deben estar libres, pero ante la idea de poder estar al lado de un león o de meterme en una jaula con tigres, cedí, bueno, no ha habido en mi vida algo más emocionante que dar de comer al león de mi propia mano, Andy, se llamaba mi felino amigo, de todo quería yo, menos abandonar a mi nuevo “parner”, fue fantástico, la foto con él, es mi preferida, no tan raro, pero en fin, lejos y poco visitado estuve en Porto Alegre, que ni es Porto ni es Alegre, cerca de Río de Janeiro fui a las islas de Angra, nunca he visto un mar más bello que ese, ni se diga en China, he ido a decenas de ciudades, muchas de las cuales, de su nombre no me acuerdo, pero el sitio que más me agradó es un poblado pequeño, con canales a lo Venecia, Zushiashiao, espectacular, se detuvo en el Siglo XIX, bella población de la igual bella Shanghái, ahí en su famosa Torre la Perla de Oriente, caminando sobre el voladizo con piso de cristal a 279 metros sobre el nivel de la calle, una bella chinita, me pregunto si se podía tomar una foto conmigo, a lo que un buen caballero como yo, le era imposible negarse, pues se tomó tres, una me paso su brazo por la cintura, después me pregunto si podía darme un beso, pues claro que sí, sorpresa grande cuando me pregunta si me lo podía dar en la boca, bueno quede enamorado de la bella chinita, Qingdao, Tianjin, Dalian, esta última donde conocí a Nana, la más hermosa mujercita de ojos rasgados, su historia no la cuento, porque si hay algo que respeto, es su recuerdo, ese, el de una noche inolvidable, como lo es su bella sonrisa, Nana, jamás te olvidaré, en mi tierra ya, estuve en Astrea Cesar, el pueblo más espantoso que he podido visitar, cuando llegue no había luz, se había ido desde hacía veinticuatro horas, así que la cerveza y la Coca Cola, eran al clima, claro, a 40 grados bajo la sombra, con mi compañero de viaje nos metimos a jugar billar, el techo del recinto era de zinc, estaba a una altura de dos metros, yo mido uno ochenta y dos, sentía como hervía mi cuero cabelludo, sudaba como un condenado, el de Belén de los Andaquíes, en el Caquetá, ese sí que fue un paseo fabuloso, paramos a orillas del Rio Pescado, de prístinas aguas, en un meandro en donde las copas de los árboles de ambas orillas, se entrecruzaban creando un bellísimo arco, una bóveda más bien, que filtraba la canícula, con muchos tragos de Extradestilado del Caquetá, la euforia del entorno natural hizo que como sobre piedra se grabara ese momento.

Personajes, varios, impactado, primero Jacqueline Kennedy, no podré olvidar su imagen nunca, en la Carrera Séptima con mi mama, la vimos pasar, iba de pie, en un descapotado, cuando paso a mi lado, ella había volteado, tenía unos guantes que le cubrían todo el brazo y su sonrisa no la podrán borrar de mi mente ni tres Alzheimer, muchos años después, la primera vez que fui a Washington, lo primero que hice fue ir al cementerio de Arlington a visitar y rendir un silencioso homenaje en su tumba, El Rey Juan Carlos, el Papa Pablo VI, en el Hotel Ceasar Palace de Panamá, conocí a Alberto de Mónaco, el personal de servicio (todos amigos míos) me decían que el “man era un bacan”, sencillo y generoso, a cada quien que le llevaba su “Room Service” le daba 100 Dólares de propina, sencillo el hombre, a Brooke Shields, iba en un taxi por la Sexta Avenida en Manhattan, era un viernes, al mediodía peatonalizan la zona de Times Square, iba yo al Macy’s de la 34 y un policía nos hizo desviar, yo le dije al taxista que me dejara ahí, que yo seguía caminando, desprevenido, mirando como siempre, como con ojos con dientes, tratando de devorarme a la gran manzana, nunca dejare de hacerlo es mi sitio preferido en el mundo, de pronto un joven como de dos metros de alto, como por uno ochenta de ancho, “excuse me”, puso el dorso de su palma frente a mí, no entendí nada, hasta que al mirar a la calle, veo una mujer vestida de negro, que miraba al suelo mientras desembarcaba de la interminable limosina, pisa firme el andén, levanta la cara y se encuentra con la mía: Brooke Shields, se me coagulo la sangre, se me vinieron a la mente, las miles de frases que me juraba le diría el día que la conociera, ninguna afloro, que carajo, estaba ante semejante monumento, pasos adelante, ya recuperado del impacto, llame a mi amigo David, “loco, adivina a quien acabo de conocer en Nueva York?”, a Brooke Shields, no jodas, no te puedo creer, en fin, muchos han sido los encuentros, los sitios las anécdotas, pero la que siempre me ha parecido extraña, de pronto para mí, exuberante, fue la de aquel día, en que tenía una cena en el Club de Ejecutivos de Bogotá, piso 34 del Edificio Seguros Tequendama, mi oficina quedaba en el piso 17, pero había bajado al primero no se a que, en fin, al tomar el ascensor en el primer piso, para dirigirme al Club, se embarcaron dos gringos, ni idea de quien se trataba, iban hablando de Eastern Airlines, tenían una reunión en el Club, solo hasta ahí entendí, al llegar a mi piso uno de ellos de muy amable manera, me indico que saliera primero, muy gentil, él es mucho mayor que yo, “Thank You very much, have a Good nigth” “the same for you” y chao, ve, pensé, que amable este Señor, en fin, llegue a la Información del piso y le pregunte a la niña que en donde era mi cena, me dijo en tal salón, ya me iba pero me volví y le pregunte, porque hay tanto ruido en el Salón de al lado, me dijo, es que es una recepción de Eastern a su CEO, que estaba de visita en Bogotá, es que él es Frank Borman, el Astronauta, claro que yo sabía quién era, Borman, nunca olvidare la foto que apareció en “El Espacio” vespertino bogotano de la época con la imagen de la superficie lunar, tomada por Borman, en diciembre del 68, él había circundado el Satélite y yo, ese día, no en una nave Apolo, tan solo en un ascensor del Edificio de mi oficina, había “volado” con Borman los 136 metros que separaban el piso 34 del Club, de la Carrera Séptima de Bogotá, puedo decir sin temor a mentir, que estuve volando (casi) a bordo de una nave con el Astronauta Borman.

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