Por: Guillermo Mejía Mejía
Los animales, sobre todos los que cazan para vivir y los depredadores, son violentos por instinto. El ser humano es violento porque utiliza la violencia para fines que no tienen que ver con la supervivencia. La violencia humana persigue, por lo general, propósitos perversos principalmente poder, dinero y sexo, o sea es una violencia consciente. El “no matarás” es un mandamiento que se encuentra en muchas religiones.
La violencia está expresada en el arte para que no se repitan los actos de barbarie, no para que sirvan de ejemplo y seguir cometiéndolos.
Las obras artísticas sobre la pasión de nuestro señor Jesucristo son innumerables y ¿más violentas para dónde?
Las primeras pinturas de acciones violentas sobre personas son las de los mártires cristianos de las cuales podemos resaltar por su crudeza y perversidad el martirio de San Lorenzo, de Tiziano, en donde el artista, sin ninguna ambigüedad, plasma al mártir vivo que se asa en una parrilla frente a un gentío que se solaza con el espectáculo.
Otra pintura terriblemente cruel es la “Degollación de San Juan Bautista y Banquete de Herodes” del polaco Bartholomeus Strobel, en donde en medio de un festín multitudinario aparece triunfante la bailarina idumea, Salomé, con la cabeza de San Juan Bautista.
Una escultura de San Bartolomé apóstol, de Marco Dagrave, alumno de Leonardo da Vinci, que se halla en la catedral de Milán, muestra cómo fue muerto este apóstol quien fue desollado vivo por sus verdugos en otra representación artística de la barbarie humana.
Y como estas obras del renacimiento existen otras más que nos haríamos interminables en su enumeración. Pero más cerca de nosotros existen otras, muy conocidas, como “Los Fusilamientos” de Francisco de Goya, que se exhibe en el museo del Prado, en donde tropas francesas fusilan a un grupo de españoles, el 3 de mayo de 1.808.
Pero el más icónico sobre la violencia del siglo XX parece que es el Guernica de Pablo Picasso, que denuncia el bombardeo de la aviación alemana e italiana, en plena guerra civil española, sobre esta población inerme, el 26 de abril de 1937, que, claro está, solo llegó a España desde París en 1.981, a seis años de la terminación de la dictadura franquista. Hoy se puede admirar en el museo de la Reina Sofía en Madrid.
Y ya contemporáneo y colombiano como nosotros, admirado internacionalmente, Fernando Botero, tiene, así mismo, una buena cantidad de pinturas en donde denuncia la violencia en nuestra patria, también con una crudeza que se refleja en sus figuras obesas: “Carro bomba”, “Masacre en Colombia”, “Rio Cauca” y “El Desfile”, que se encuentran en el Museo Nacional.
La valoración del arte en cualquiera de sus manifestaciones: pintura, escultura, música, poesía, teatro, cine, entre muchas otras, es una tarea que es propia de personas de una exquisita sensibilidad que emiten juicios de valor sobre una obra humana en donde la belleza y la estética juegan un papel en el análisis de lo que el artista quiso interpretar. Hoy en día una pintura o escultura de Fernando Botero puede valer millones de dólares. Ese valor se lo da la crítica del arte internacional, un club de millonarios que subastan arte, como si fuera acciones de una transnacional en la bolsa de valores de Nueva York.
Ser crítico de arte no es pues una profesión cuyos conocimientos se adquieren de la noche a la mañana. Esa profesión requiere de estudios previos en escuelas de arte y se puede decir que el crítico de arte nace, no se hace, por la sensibilidad a la belleza que no se adquiere, se tiene.
En el caso de la pintura, no siempre es sobre lienzos o papel especial como la acuarela. Puede ser sobre muros como La Última Cena de Da Vinci que se observa en el refectorio del convento de Santa María de la Gracia en Milán y, entre nosotros, el maestro Pedro Nel Gómez nos dejó la cúpula de la facultad de Minas, las pinturas de la antigua alcaldía de Medellín y las del Banco Popular en su antigua sede.
La pintura mural, en el espacio público, ha entrado con paso firme en el arte pues se trata de una manifestación de las denuncias populares, un ejercicio de la libertad de expresión de los grupos poblacionales que, a través del color, denuncian el dolor, la impotencia, la rabia, la impunidad, como lo hicieron los pintores del renacimiento ejemplo de lo cual es la evidencia de la crueldad de la Inquisición que hace el pintor Pedro Berruguete en el cuadro Santo Domingo y los albigenses o la Prueba del Fuego, que se encuentra en el Museo del Prado.
Ese arte sobre roca o sobre muros, como el actual, es tan antiguo como la humanidad y se remonta al hombre de las cavernas como las pinturas de Altamira en España. Tratar de borrarlas, por órdenes oficiales, del espacio público, con pintura gris, ese sí puede ser un acto de vandalismo de Estado.
Verdad o no verdad sobre el incidente ocurrido en la guerra civil española, cada que un gobierno atropella las manifestaciones inteligentes de las minorías que no tienen voz, se acostumbra citar la frase del general Millán Astray, franquista, cuando saboteó el discurso de Unamuno en la Universidad de Salamanca:
“Viva la muerte, abajo la inteligencia”.