LA TRISTE CARA DE LA POBREZA

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Por: Federico Senior

Cómo no se me han dado las cosas en los últimos tiempos y los negocios se retrasan, entre las determinaciones que he tomado en aras de que los ahorros rindan al máximo, he optado por acudir al dispensador farmacéutico, para reclamar mis medicamentos en vez de comprarlos como hasta ahora lo había venido haciendo, esta mañana, lluviosa y fría, llegué temprano, se necesita tomar un turno, hay trece o catorce “ventanillas”, en ninguna se especifica que es ahí a donde se debe acudir para solicitarlo, no existe el dispensador de turnos como en cualquier otra parte, le pregunto a una de las dependientes “buenos días señorita, disculpe, donde están dando los turnos”, me mira, y alargando los labios, sin musitar vocablo, dirige su fea y ahora dilatada “trompa” hacia la ventanilla de al lado, la cual “sorpresa” estaba vacía, no había nadie ahí atendiendo, bien, esperemos me dije, al rato se presenta una señorita, le entrego las órdenes, las revisa, de una vez me dice “de este medicamento ya no nos llega”, y me entrega el papelito del turno, bien dije, sin resignación, porque se que desde hace muchos meses, y gracias a las absurdas políticas del actual gobierno, de ese remedio ya no llegan del exterior los insumos para su fabricación en el país, solo la miré, “gracias” y me dispongo a esperar.

El salón estaba repleto, había conmigo unas cien personas, mi turno era el 97 y estaban atendiendo por ahora al 50, me senté frente a una de las pantallas en donde van apareciendo los números de los turnos, otra sorpresa, la pantalla no funcionaba, así que la operación de llamado a los clientes, era a los gritos, primero, aparecía la señorita que recogía las órdenes, vociferando “turnos 50, 51, 57” cada uno de los portadores del numerito, se acercaba a ella, le entregaba la orden y vuelta a esperar, se oían nombres gritados a todo pulmón “Teresa Rodríguez” este nombrado era el llamado a Doña Teresa para que se acercara a una ventanilla para reclamar sus drogas, el asunto es que había que adivinar de donde provenía el bramido que pronunciaba el nombre, “Yo soy Teresa”, hasta que alguna de las dependientes decía “aquí”, y así, entre gritos de nombres y números transcurría la tediosa espera.

Escuchaba las noticias con mis audífonos, oía a los periodistas de Blu Radio, contar la sarta de estupideces que nuestro flamante presidente había dicho en el “ladrillo” léase “consejo de ministros” de la noche anterior, no me había enterado de su ocurrencia, dado que jamás veo la televisión nacional, regañó a Roa por no importar gas, cuando se había cansado de decir que el país tenía reservas suficientes por cuarenta años más, en fin, la más bella perla, fue la de decir, que no entendía porque no se traía el efluvio usando las líneas de transmisión eléctrica desde Panamá, que bestialidad, es que este señorito no las piensa, habla y habla, sin parar, es un orate igual o peor a los que nos tropezamos por la calle, es como un loquito desaforado, con ínfulas de mesías, de esos que manifiestan sin rubor alguno, ser (según ellos) taxativos poseedores de todas las verdades.

Las sillas de espera no son incómodas, pero están agrupadas, de tal manera que quedamos muy pegados a los demás, es inevitable entonces, oír lo que los compañeros de infortunio hablan, es inevitable observar esas caras macilentas, preocupadas, viejos casi todos, personas que como yo, hemos trabajado treinta, cuarenta o más años, aportando parte de nuestros ingresos a la salud, con la apenas plausible esperanza de tener una razonable buena atención cuando el tiempo nos haya deteriorado el cuerpo y el alma, caras afligidas, resignadas, todos los comentarios contenían la misma historia, “he venido cuatro veces, espero una o dos horas, solo para que me digan que de mi medicamento, no hay, vuelva”, nadie dice nada, nadie reclama, todos parecen haber caído en ese amodorramiento característico de los pueblos sometidos, todos parecen haber renunciado, ya caímos aquí, ahora solo toca sobrevivir, es lo mismo que le ha pasado a los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, es el logro de las dictaduras del socialismo, es su meta, empobrecer al pueblo, sometiéndolo a los designios de su régimen, su tarea es conseguir de las gentes la mas alta dependencia del estado, de ese que se han adueñado, así, mangonean las vidas de sus súbditos, mientras el convite de sus mesas es poco menos que sibarita, sus esclavos viven de los mendrugos que de ellas caen, ese es el totalitarismo, eso es lo que produce, caras tristes, las caras de la pobreza.

Si quieren ver y sentir en carne propia, cual ha sido uno de los logros que más prometió y que hoy a rajatabla cumple, este atroz gobierno, vayan una mañana a un dispensario de medicinas y miren cuanta alegría hay en las caras de los mendicantes usuarios del sistema de salud, que nuestro amado líder juró acabar y vaya repito, que sí que lo ha logrado.

Que fea es la cara de la pobreza, que triste es, que triste es vivir hoy en Colombia, cuanto añoro la época en que los blanquitos ricos, se robaban la plata, pero había de todo, cuanto deploro que nuestro pueblo se haya equivocado pensando en optar por un cambio, pensando digo, que sería éste uno para mejorar, cuando hoy, a casi tres años de su estreno, este gobierno no ha producido una sola mejora en nada, no ha habido alguna actividad o servicio que podamos mencionar, “cuanto ha mejorado esto” desde el 7 de agosto del 2022.

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