Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Desde hace 1032 días, Claudia Yepes Upegui está esperando el regreso de su hijo, el ingeniero forestal Andrés Camilo Peláez, secuestrado en las calles de San Andrés de Cuerquia cuando trabajaba para una empresa contratista de Hidroituango.
Con una terquedad que sobrepasa cualquier límite de la modernidad de las redes, esa mujer brama adolorida todos los días en su cuenta de X, preguntando si alguien sabe de su hijo, si alguien puede contar qué hicieron con él.
Para ella, la versión que dio ante el juez y la Fiscalía una testigo que vio cómo lo subieron a un vehículo ni es suficiente ni parece creerla. Para doña Claudia, el que la testigo hubiese dicho que la contrataron junto con un tal Juancito para que vigilara los pasos de su hijo y poderlo secuestrar no aclara lo que ella quiere saber.
Menos aún lo que la misma testigo declaró sobre a cuál casa del barrio Paraíso lo llevaron y tuvieron hasta cuando lo trasladaron a un sitio rural llamado La Cordillera. Eso no es suficiente para la muy testaruda mamá.
Y como, además, la testigo afirmó que no sabe si lo tenían vivo cuando les llevó un mercado hasta la mitad del camino donde bajaron a recogerlo, y ella vio en la jaula (nombre paisa para los camiones pequeños) botas, sogas y trapos blancos ensangrentados, doña Claudia, aferrada quizás a que esa sangre no era la de su hijo, insiste todos los días en su cuenta de X, hasta volverse cansona, en que le cuenten la verdad y quién y por qué lo secuestraron.
Ella no cesa en su afán, y como Juancito se declaró inocente y la culpabilidad cae sobre el otro detenido, un tal “Huevito”, que también está preso y quien podría contar si su hijo está vivo o por qué lo secuestraron, ella vuelve e insiste día a día, apelando a la traducción psíquica de lo que todos aceptamos como dolor de madre.
Quizás doña Claudia no haya asumido la pena y conserve la esperanza de las mamás de todos los desaparecidos en esta Colombia, en donde solo los años borran hasta el más cruel recuerdo de sus víctimas.