EL DÍA DE LA VICTORIA – Crónicas de Gardeazábal

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Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

Hoy, día en que se celebran los 80 años de la victoria sobre Hitler, el presidente Trump puede estar pensando que, cual si fuera Carlomagno, impuso a un cardenal gringo como nuevo papa.

Hace 80 años, la alianza férrea de Estados Unidos y Rusia ayudó a la casi derrotada Inglaterra y a la invadida Francia a derrotar, una vez más, a los alemanes. Hoy, Putin, el zar ruso, celebra su glorioso aniversario con una fiesta mayúscula, en donde no están ninguno de sus socios de las guerras mundiales, pero sí está el emperador de China y el cuasi faraón egipcio.

La invasión de Crimea, la guerra de Ucrania y el rosario de sanciones de la OTAN contra Rusia indudablemente impiden cualquier gesto de buena voluntad. Por eso, tal vez el nuevo papa —un agustino, cardenal gringo que hasta hace poco ejerció como obispo de Chiclayo, en el Perú— solo habló de paz y de más paz en su presentación ante la multitud reunida en el Vaticano.

Trump, después de la burla que hizo del papado autocaricaturizándose como el nuevo pontífice, debe estar satisfecho. Los Estados Unidos, que él quiere otra vez grandes, ya tienen hasta el papado. Su presencia en el funeral de Francisco y su entrevista en una sala del Vaticano con Zelensky y Macron ese mismo día hicieron correr los rumores de que habría metido la mano en el cónclave.

Vaya uno a saber hasta dónde llega su capacidad de intriga, pero no hay duda de que el Vaticano ha entrado, con un papa gringo, en el aro candente de su poder. Y aunque no pueda celebrar hoy la victoria al lado de Putin en Moscú, tampoco lo podrá hacer con los arzobispos gringos que le reprendieron públicamente su felonía burlesca.

Quizás, empero, León XIV lo ponga a rezar un avemaría, como la que hizo rezar ayer desde el balcón de San Pedro a todos sus fieles.

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