El dilema es claro: o se unen los candidatos de la derecha o Petro sigue gobernando al país por muchos años

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Por: Juan José Gómez

Un colombiano ilustre como lo es el doctor Mauricio Gaona, al que ojalá el próximo presidente, (de la derecha por supuesto), logre convencer para que regrese a Colombia y sea primero ministro de Justicia y después posiblemente con el aliento popular algo más, le ha enviado a los precandidatos y candidatos presidenciales del centro y la derecha un mensaje sabio y oportuno: «Hay un momento en la historia en que el carácter de sus líderes se une al destino de la Nación y ese momento ha llegado y ese momento los está llamando(…) Ustedes tienen que unificarse, tienen que escuchar la historia, tienen que aprender de la historia. Ese fue el mayor error en el caso de Venezuela».

Soy perfectamente consciente de que quienes anhelan gobernar a Colombia, defienden su aspiración con el argumento de que al final del año o a principios del próximo, mediante el mecanismo de una consulta o una encuesta o algo parecido a unas primarias, definirán una candidatura única para oponérsela al candidato de la izquierda narcomarxista. Pero, con perdón de los aspirantes, esa aparente docilidad política me suena a elaborada falsedad inspirada en la ambición de llegar hasta el fin, sin tener en cuenta para nada el legítimo interés nacional y sí el egoísmo propio de la naturaleza humana incrementado a la enésima potencia.

Porque ¿es creíble que una persona que ha batallado largamente por lograr una precandidatura presidencial; que ha arriesgado su pellejo y su prestigio para que millones de compatriotas lo conozcan y lleguen a considerarlo excelente en todos los sentidos, al punto de ser merecedor de sus votos y el de sus familiares y amigos; que ha gastado su patrimonio y se ha endeudado hasta una cantidad realmente abrumadora tratando de vender su imagen y sus ideas al mayor número de posibles electores; y que ha soñado con disfrutar de las mieles del poder pudiendo ocupar por cuatro años la casa de Nariño y se ha autoconvencido de que es la mujer o el hombre que Colombia necesita para alcanzar encumbradas realizaciones de gobierno y para salir del atolladero en que deja a la Nación el primer gobierno de la izquierda destructora y populista, esa persona, que ya goza de reconocimiento y prestigio renuncia a su aspiración y le cede sus conquistas a alguien que en el transcurso de su campaña ha considerado como adversario? ¡Claro que no!

Para muestra un botón: la señora Vicky Dávila, una distinguida profesional del periodismo y muy agradable persona, que después de un brillante ejercicio de su profesión y de haber alcanzado una enorme popularidad como directora de la revista Semana, se lanzó al pantanero de la política electoral con su candidatura presidencial y luego de ocupar por algunas semanas un destacado lugar en los sondeos, aseguró que no estaba en sus planes el unirse con nadie y cometió el costoso error de atacar al candidato Abelardo de la Espriella, un hombre fuerte de la derecha que ya se ubicó a la cabeza de todos los candidatos con una gran ventaja sobre los demás.

Conduce lo anterior a que cada precandidato y candidato haga un ejercicio de realismo y responsabilidad, reconociendo ahora, aunque con dolor y desilusión, tanto la posición que ocupa en las preferencias electorales como la peligrosa situación en que nos encontramos, desista por el bien general y se sume a quien alcanzó mayor popularidad entre los electores derechistas y centroderechistas en el entendido de que si triunfa ese candidato único, le dará una atractiva demostración de su gratitud.

Por un lado, el gobierno de Gustavo Petro, según se dice saltándose todas las talanqueras constitucionales y legales, está participando en la campaña, convertido como está en el dueño y señor del llamado Pacto Histórico y por consiguiente en el gran elector de su partido. No puede perderse de vista que Petro, según un rumor poderoso que circula por medios de información, calles y plazas del país y constantemente en los mentideros políticos, quiere seguir gobernando en cabeza de uno de sus alfiles que le aportará su figura y su humanidad.

Petro, no solo es jefe de Estado y de Gobierno, con todo el poder que lamentablemente le confieren la Constitución y la costumbre, el cual ejerce con la facilidad que implica el dictar un decreto, sino que es dueño del tesoro nacional, de los empleos gubernamentales, de unas bancadas en las Cámaras del Congreso que con admirable disciplina bailan al son que él les toque, y que además es experto en crear y soltar cortinas de humo que oscurecen movidas y sucesos que no conviene que ocupen la atención de la oposición.

Por otra parte, aunque parezca increíble, en nuestro acomplejado país viven y sufren muchos hombres y mujeres, buenas personas sí, pero crédulos y susceptibles de ser manipulados por matones de barrio que, siguiendo las instrucciones de sus jefes, impartidas desde las cárceles donde pasan una agradable temporada vacacional, obligan a votar por los hombres y mujeres afines y creyentes del actual “gobierno del cambio”,

Están también políticos de media petaca que han sido infectados del virus petrista y que convencen a los pobres mediante estímulos tales como una cantidad de dinero mensual procedente del gobierno, que para el mismo gobierno es insignificante pero que para el padre de familia desempleado o la pobre mujer con cinco hijos cuyo marido se largó, resulta una considerable fortuna que agradecen con bendiciones y votos por petristas furibundos en el deseado domingo de elecciones, que por cierto resulta un día jubiloso ya que los “orientadores” petristas los llevan, después de votar, a hartarse de lechona y de tamal.

Estoy convencido de que las anteriores consideraciones son tanto como predicar en el desierto o arar en el mar, pero a pesar de eso cumplo con el deber que me he impuesto de alertar a los precandidatos de la derecha (los del centro por ahora son harina de otro costal) sobre lo que inevitablemente pasará si desde estos mismos días no deponen su personal ambición, que aunque legítima es inconveniente, y se agrupan alrededor de un solo candidato, escogido ahora, en el mes de octubre, mediante el sistema que obligatoriamente acuerden y les de mayores garantías, a sabiendas de que este es el único camino para ganar la presidencia de la República y obtener mayorías en las Cámaras del Congreso y de esta manera salvar a Colombia de un nuevo y funesto régimen de izquierda radical, con el feliz resultado de que a los colombianos de la derecha nos permitirá respirar el aire fresco de la democracia practicada y a los zurdos talvez les sirva para darse cuenta de que tendrán cuatro años para gozar de una existencia tranquila y estimulante, en la cual podrán disfrutar en carne propia de los dones del Bien Común y de los frutos de la Libertad dentro del Orden.

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