Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias
En política, hay días que marcan un antes y un después. El 3 de julio de 2025 será recordado como el día en que Gustavo Petro se peleó con medio mundo y puso a Colombia en una crisis de esas que dejan huella. Lo que muchos llaman ya el Jueves Negro de su gobierno dejó un saldo difícil de esconder: crisis diplomática con Estados Unidos, regaño de Macron, retiro de visas a funcionarios del gobierno, renuncia de su canciller estrella y, como si todo eso fuera poco, la orden de captura contra Carlos Ramón González, uno de los hombres que más cerca estuvo del presidente. Todo al tiempo. Todo junto. Todo como resultado de un estilo de gobernar que parece más pensado para el ring que para la construcción.
Empecemos por el frente internacional. Estados Unidos llamó a consultas a su Encargado de Negocios en Bogotá, indignado por lo que consideran acusaciones irresponsables del gobierno Petro sobre un supuesto complot para tumbar al presidente. En respuesta, Petro decidió llamar también a consultas a nuestro embajador en Washington. Un gesto que, más que firmeza, demostró que la relación está en su peor momento en décadas. ¿Y el golpe? Estados Unidos empezó a retirar visas a altos funcionarios del gobierno Petro. Es un mensaje sin palabras, pero con un significado clarísimo: así no se trata a un socio estratégico. El costo lo pagamos como país.
En Europa no nos fue mejor. En Sevilla, Petro atacó con fuerza las políticas migratorias de Occidente, y Macron lo paró en seco: le exigió respeto y lo invitó a no simplificar los problemas del mundo. ¿Qué ganamos? Nada. Solo sumamos un regaño público y la imagen de un gobierno que prefiere el grito a la diplomacia.
Mientras tanto, en la casa, el escándalo no paraba. El Tribunal Superior ordenó la captura de Carlos Ramón González, hombre clave del petrismo y hasta hace poco director del DAPRE. Lo acusan de haber desviado recursos destinados al agua potable en La Guajira para pagar coimas y comprar apoyos políticos. Un escándalo que destroza el discurso de un gobierno que prometió ser diferente, que iba a acabar con la corrupción, y que hoy ve a sus alfiles perseguidos por la justicia.
Y por si algo faltaba, Laura Sarabia, la canciller, presentó su renuncia. En su carta dijo que no comparte el rumbo que está tomando el gobierno y que no puede seguir acompañando decisiones que no entiende ni apoya. La gota que rebosó la copa parece haber sido el caos de los pasaportes, pero lo cierto es que su salida deja al gabinete cojeando en el peor momento, justo cuando la política exterior se tambalea.
Entonces uno se pregunta: ¿para qué sirve tanta pelea? ¿Qué ganamos con tener enfrentados a Estados Unidos, Europa, nuestros aliados, y hasta el propio equipo de gobierno? La respuesta es clara: no ganamos nada. Perdemos. Perdemos respaldo internacional, perdemos confianza, perdemos oportunidades de sacar adelante lo que realmente importa: la salud, la seguridad, el hambre que golpea a tantos colombianos.
El Jueves Negro nos deja una gran lección: gobernar no es boxear, ni vivir de confrontación en confrontación. La política es el arte de sumar, de construir puentes, de resolver problemas. Ojalá el presidente lo entienda antes de que sea tarde. Porque lo que está en juego ya no es solo su gobierno. Es el rumbo de todo un país.