III Domingo de Adviento
Por: P. Miguel Ángel Ramírez González
El pueblo judío deportado a Babilonia, regresa del exilio a Jerusalén en el siglo VI a.C., y la experiencia de la nueva vida es representada por estos bellísimos textos que nos ofrece el profeta Isaías: “Los redimidos de Yahvé volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría perpetua en sus cabezas. ¡Regocijo y alegría los acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!” (Is 35, 10). Dios se vale del profeta para decir al pueblo que Él mismo vendrá como Mesías y redentor por aquel resto que permanece firme en la fe, por lo que no deben perder la esperanza. Según esto, cuando el Mesías llegara (Is 35, 1-6ª. 10), como signos de su presencia, “se iluminarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, saltará como un ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará». Es decir, se restaurará la Alianza con los signos de una recreación.
Es por eso que, ante la pregunta de Juan Bautista, Jesús le señala la promesa isaiana y su cumplimiento en Él: «vayan y díganle a Juan que los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva…». Y eso bastó para que Juan recobrara de nuevo la paz interior, sabiendo que el Mesías ya estaba en medio de su pueblo.
Y nosotros, ¿qué tipo de Mesías hemos esperado? O tenemos que preguntarle al Señor: «¿eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? (Lc 7,19). ¿De verdad creemos que Jesús es el Esperado? ¿Creemos que es Dios quien vino ya en la delicadeza de un bebé? ¿Creemos que el Mesías es el que estuvo colgado en la Cruz y, luego de muerto, resucitó al tercer día? ¿Creemos lo que decimos en el credo de que “volverá al fin de los tiempos, a juzgar vivos y muertos”?
Lo más bello del pasaje evangélico de Mateo (Mt 11, 2-11) es la duda tan humana del profeta Juan, y al final la entrega por medio de una fe total, señalando a Aquél a quien no podía desatarle siquiera las sandalias. Juan llega a ser el ejemplo vivo de una humanidad que aún hoy se sigue haciendo la pregunta no solamente sobre quién es Jesús, sino que también si realmente Él es el esperado, y si al final jugará a toda la humanidad.
Pero hay otra lección profunda en el relato evangélico: según la dialéctica de Jesús, no es bienaventurado quien está en la luz, sino quien estando en las tinieblas, sigue creyendo que la luz vendrá. Este «ver» la luz desde las tinieblas es la misma sustancia de la fe y la esperanza del profeta y del verdadero creyente cristiano. Ser fieles hasta el fin, creer contra toda esperanza, arrojarse a los brazos de Dios, no importando las dificultades o las tentaciones por abandonar el camino, he allí las características del verdadero creyente.
Por desgracia, muchos de los cristianos de hoy buscan modificar la religión y ajustarla para que se adapte a su gustos y responda a sus angustias y soledades; pero la fe según la Biblia es aceptar a Dios como Dios, y tal como se ha revelado y actuado en Cristo, a lo que el creyente responde solamente con un “amén” confiado, al estilo de María.
El otro aspecto maravilloso de la historia de Juan, es que dejó a Jesús ser Él mismo, aunque no lo comprendió. Esto es muy distinto a muchos que hoy sienten que la fe católica debe ser regreso al pasado, o aquellos otros que quieren la fe como un evangelio “novedoso” o políticamente encarnado, como algo meramente social. Ambas posturas olvidan que el Reino de Jesús no es de este mundo, y que, en primer lugar, donde Jesús quiere reinar es en el corazón de cada persona.
Existió un judío que, como Juan el Bautista, urgando las escrituras, en especial Isaías, volvió su mirada al Nazareno, para descubrir a Jesús, el Hijo de Dios. Este judío se llamaba Eugenio Zolli, rabino de Roma en tiempo de la II Guerra Mundial. Estudioso de las Sagradas Escrituras quien, leyendo no solamente el Antiguo, sino también el Nuevo Testamento encontró a Cristo, o mejor dicho, Cristo le salió al encuentro. Platica que
«Cada noche elegía abriendo al azar la Biblia, un texto antiguo o neotestamentario como tema de meditación. El que cayera. Y así es como la figura de Jesús y sus enseñanzas se hicieron cada vez más querida por mí…». En 1940 lo encontramos en Roma como Gran Rabino, y se dedica a salvar judíos, ayudado por el Papa Pío XII, a cambio de oro que entregaba a los nazis. Pero un día, relata Zolli:
«Era el Día de la Expiación del otoño de 1944 y estaba presidiendo las liturgias religiosas en el templo…el día estaba acercándose a su fin, y estaba completamente solo en medio de un gran número de personas. Empecé a sentir como si una niebla estuviese insinuándose en medio de mi alma; se hizo más densa…por la tarde se celebraba la última función litúrgica…no sentía ninguna alegría ni dolor, estaba vacío de pensamientos y sensaciones. Mi corazón yacía como muerto en mi pecho. Y rápidamente vi a Jesucristo vestido con un manto blanco… experimenté la mayor de las paces interiores… dentro mi corazón encontró las palabras: estás aquí por última vez. Las tomé en consideración con la mayor serenidad de espíritu y sin ninguna emoción en particular. La contestación de mi corazón fue: así sea, así será, así debe ser».
Líneas más adelante, señala que, poco antes de ir a dormir, luego de la cena, su esposa se acercó a él, y le dijo: “Hoy, mientras estaba delante del Arca de la Torah, me pareció como si la figura blanca de Jesús impusiese Sus manos sobre ti cabeza, como si te estuviera bendiciendo”. Su mujer le seguirá bautizándose con su esposo. Luego de bautizado, ya como católico, luego de ser rechazado por sus hermanos judíos, perdió todo lo material y apenas obtuvo un par de cátedras en el Bíblico y en la Sapienza. Antes de sus clases no se perdía una Misa en la Universidad Gregoriana en Roma. Eugenio Zolli, al igual que el Bautista, aunque es rechazado por muchos y hasta insultado por los examigos, se le ve radiante, siempre alegre, pues vendió todo para comprar la “perla preciosa”.
Sí, pierde todo, pero gana la alegría y su espíritu se abraza a San Pablo, escribiendo y enseñando maravillas sobre el amor, el perdón, la libertad, de la Gracia, de la Ley… Quizá el motivo profundo de su conversión consistía en la verificación de que en Cristo las velas de la Jannukah ya no se extinguían, sino que acercaban al resplandor de la Encarnación, la Muerte y la Resurrección, aunque seguían siendo la misma luz de la esperanza de Israel. Declarará abiertamente poco después: “La Sinagoga era una promesa y el Cristianismo es su cumplimiento”. El, como Juan, vio la luz de Cristo y se alegró de haber llegado a puerto.
Pocos años después, ya muy enfermo, dijo a los cercanos: “moriré el primer viernes de mes a las tres de la tarde como Nuestro Señor”, y así fue, muriendo el 2 de marzo de 1956.
Zolli se preguntó sobr Cristo y la respuesta fue vivir la fe cristiana. Es su libro escribe algo que nos queda para este tiempo de Adviento. Dice: “La vida cristiana aparecía esencialmente como una espera de Cristo. Vigilar es pensar en Jesús, sentir su ausencia como un vacío inmenso y desear ardientemente su presencia, como una novia la de su novio. Jesús sabe que esta espera es difícil: podrá haber horas de cansancio y de debilidad, pero incluso entonces hay que seguir esperando… la luz del corazón no debe apagarse nunca. Ni siquiera durante el sueño”. “En la espera solo se encuentra quien espera al Gran Esperado”.
Es cierto, sentir la ausencia de Jesús como un vacío y añorar estar con Él sobre todas las cosas, es el camino de la conversión. En el Adviento esperamos, ya que nos preparamos a recibir al Señor, pero debemos dejarlo ser y hacer como Él lo ha querido siempre. Debemos purificar la fe de las dudas, y devolver nuestra confianza en Dios. Debemos creer que Jesús cree más en nosotros, más que nosotros en Dios, pues “somos obra de sus manos”.
Hay que creer de verdad lo que Isaías decía al pueblo de Israel:
“Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ‘¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos’.”
A pesar de sus dudas, con alegría Juan Bautista aceptó el Misterio de un Mesías que venía a trastocar todo el orden de las cosas. Aceptó que a Dios hay que dejarle ser Dios.
Sé que hay días en que ustedes llegan a sus hogares, o nosotros a nuestras habitaciones, vencidos por el cansancio o por la incomprensión. Son días -como Juan el Bautista y más tarde Eugenio Zolli los tuvieron- en que nos preguntamos si vale la pena seguir luchando, escribir, amar y perdonar a la esposa o al esposo, trabajar en la oficina a pesar del cansancio, escuchar y acompañar a los hijos; vencer nuestras “depres” y sonreir a todas las personas. En esos momentos hay que recordar las palabras del Señor: «Dichoso aquel que no se siente defraudado de mi» (Mt 2,3); creer que no se está insatisfecho de su vida, de sus palabras ni de su cruz. ¿Cómo, entonces, sentirse desgraciado? ¿Cómo no descubrir que hay que seguir gritando la fe y la alegría… viviendo con amor esta vida que Dios nos regaló?
La fe verdadera nunca nos evitará los problemas ni nos allanará los caminos. La fe es solamente una luz en el camino y una seguridad en el corazón. La fe no quitó a María ver a su Hijo en la cruz. La fe y el amor de Pedro por Jesús no le evitó ser crucificado también. Todos ellos, como Juan el Bautista, permanecieron firmes en la fe y no buscaron sucedáneos de la religión para poder seguir viviendo. Tomaron la fe desnuda y se atrevieron a seguir caminando.
El Padre Martín Descalzo, con la emoción que llevaba siempre a flor de piel, escribe afirmando que creer de verdad en Dios es decir siempre sí, Señor, y entregarle todo: “¡Ah!, sí: la vida es una larga paciencia y el desaliento una gran cobardía. ¿Cómo tolerar que la incomprensión nos detenga?. La gente que dice que va perdiendo la fe, en verdad nunca la ha tenido. Vivir la fe, trabajar en la vida diaria solo por un premio es pudrirse. Hay que vivir como las llamas, que nunca se preguntan si es importante o no lo que están quemando. Nosotros debemos caminar, creer, vivir, con la confianza de que Dios va por delante de mí, y al final del camino me espera con los brazos abiertos”.















