Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
Colombia vive tiempos donde, al parecer, el dolor ajeno se ha vuelto el escenario favorito de algunos políticos para hacerse notar. No importa si hablamos del atentado contra Miguel Uribe o de las tragedias por deslizamientos en Medellín: lo que debería ser un momento para unirnos como sociedad y rodear a las víctimas, termina siendo aprovechado como trampolín para discursos oportunistas, trinos buscadores de likes y jugadas bajas disfrazadas de “defensa del pueblo”.
Lo vimos tras el atentado a Miguel Uribe. Mientras la mayoría del país se unía en un grito de rechazo a la violencia y en oraciones por su vida, aparecieron los de siempre: los que prefieren sembrar dudas, insinuar autoatentados, inventar conspiraciones. Porque claro, siempre habrá quien, ante la desgracia, prefiera construir una historia retorcida antes que enviar un mensaje de solidaridad. Y para completar el cuadro, mientras Miguel seguía en cuidados intensivos, no faltó el que aprovechó para radicar una demanda buscando quitarle la curul. Como si eso fuera lo urgente mientras un ser humano lucha por sobrevivir.
Por suerte, el Consejo de Estado puso freno a ese absurdo: inadmitió la demanda. Pero el daño estaba hecho. Se intentó convertir el drama de una familia en un acto de ventajismo legal. Se quiso usar la tragedia como atajo político. Todo, en medio de un país que debería estar más preocupado por salvar vidas que por sumar votos.
Y si eso no fuera suficiente, las desgracias recientes en Medellín terminaron siendo otro capítulo de esta novela triste. Derrumbes en Santo Domingo, deslizamientos en Bello, emergencias en Villatina. Más de 600 familias afectadas, muertos, desaparecidos. Y sin embargo, para algunos políticos y opinadores, lo prioritario no fueron las víctimas, sino las acusaciones contra el alcalde. Aprovecharon el luto y el miedo para pasarle factura a Fico Gutiérrez, para convertir la emergencia en discurso de campaña, para colgarse del dolor como quien se cuelga de un micrófono en tarima.
En redes vemos publicaciones indignantes. Que si el alcalde es un indolente por evacuar familias en Villatina, que si todo es su culpa, que si todo es una cortina de humo. ¿En serio? ¿Ese es el nivel? Mientras hay niños que quedaron sin casa y familias que esperan a sus desaparecidos, algunos prefieren agitar el odio antes que arrimar el hombro. Y mejor no menciono de quien es uno de los que inicia con sus trinos, porque me demandaria por calumnia. Porque claro, en tiempos de redes sociales, una tragedia mal usada puede rendir más votos que una propuesta seria.
Lo que más duele es ver cómo el oportunismo no tiene límites. Mientras rescatistas buscan cuerpos bajo los escombros, algunos usan esos mismos escombros para construir su discurso político. Mientras el país debería estar enviando ayuda y apoyo, algunos prefieren enviar trinos venenosos, acusaciones sin pruebas, ataques sin medida. Porque lo que importa no es la ciudad ni su gente: lo que importa es el like, el retuit, el titular.
Y es que al final cada quien muestra lo que lleva por dentro. En medio del dolor, hay quienes se ponen el casco y ayudan. Y hay quienes se ponen el disfraz de salvadores, pero solo para salir en la foto. Lo vimos con los oportunistas del atentado a Miguel Uribe. Lo vemos ahora con los que usan las tragedias de Medellín como arma arrojadiza. Es el mismo guion: la tragedia como excusa, el dolor como bandera, la mezquindad como estrategia.
Pero no todo está perdido. Porque también hemos visto a la otra Colombia: la de los vecinos que ayudan sin cámaras, la de los ciudadanos que donan, la de los voluntarios que cargan bolsas de arena, la de los que oran por los que sufren. Esa es la Colombia que vale. La que no necesita discursos grandilocuentes ni campañas sucias. La que no hace del dolor un show. La que simplemente está ahí, cuando más se necesita.
Hoy más que nunca necesitamos un poco de decencia. Que los políticos dejen de usar las desgracias como tarima. Que las redes dejen de ser cloaca y se conviertan en puente. Que las tragedias nos unan y no nos dividan. Porque cuando todo se convierte en escenario, al final los únicos que pierden son los de siempre: la gente de a pie, la que sufre en silencio mientras otros gritan para figurar.
Y ojalá esto nos sirva de espejo. Para que no sigamos premiando al oportunista, al que solo aparece cuando hay muertos para contar o ruinas para señalar. Para que exijamos humanidad y no show. Porque este país ya tiene suficientes heridas para que encima se use su dolor como combustible de campaña. Basta ya de usar el sufrimiento ajeno como escalera. Porque entre derrumbes, balas y likes, lo que se nos derrumba es la decencia.