Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Perdida en la bullaranga y la resaca de la noche de Año Nuevo, amanecimos el 2025 con una noticia demasiado significativa, aunque sin permitirnos la digestión.
Un negro norteamericano, Apilado Dim Jaar, que había servido como soldado en el ejército gringo durante más de 13 años y trabajaba en la prestigiosa firma internacional Deloitte, con un sueldo nada despreciable de 10,000 dólares mensuales por desempeñarse como analista senior de soluciones, era el responsable del atropello con su camioneta de una multitud que celebraba en las calles de Nueva Orleans la llegada del Año Nuevo.
Al menos 14 muertos y casi un centenar de heridos.
En el diario The New York Times, asombrados, se dedicaron a investigar qué pudo haber convertido en terrorista a un soldado. En un extenso pero admirable reportaje de un equipo coordinado por los periodistas Kalimi, Sandoval y Medina, desde Texas, se descubre que el proceso de radicalización del soldado Jaar no comenzó en Afganistán, donde acudió en su calidad de sargento del US Army, sino tal vez desde el momento en que su padre se cambió el apellido Junk por el de Jaar.
Él fue uno de los pocos hijos y nietos que se modificaron oficialmente el nombre. Lo que no entienden es cómo evolucionó hasta el yihadismo islámico quien fuera estudiante de las universidades de Houston y de Georgia.
Aunque advierten que llevaba tres divorcios y la madre de dos de sus hijas había conseguido una orden judicial de alejamiento para que el padre no las visitara, Jaar estaba endeudado como tantos otros gringos. Pero, como nadie sabe cuántos miles más, era un fanático convencido del islam y de los militantes de ISIS, aunque no iba a ninguna de las mezquitas de su barrio donde vivió.
Difícil panorama para los norteamericanos, acercándose al futuro en la carroza del extremismo que empujan: Trump de presidente, sus exsoldados amargados, los bien pagados profesionales como los de Deloitte, y hasta los chirrinchiados, todos por la brújula de la venganza.