A veces, un abrazo puede salvar una vida

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Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias

Ayer vi en redes sociales un video que me dejó con el corazón apretado. Un joven de 18 años estaba al borde del viaducto García Cadena, en Bucaramanga. Lloraba en silencio, con la mirada perdida, cargando en los hombros un dolor invisible. En un momento tan frágil, varias personas se acercaron, lo abrazaron con firmeza y le susurraron palabras que cambiaron su historia: “Llora todo lo que tengas que llorar. Aquí estamos para ayudarte”.

Ese abrazo, sin juicios ni explicaciones, fue suficiente para que el joven no saltara. Esa escena, grabada por testigos y hecha viral, no solo conmovió a Colombia: también nos recordó que muchas veces un gesto humano, simple y sincero, puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

Pero no todos los casos tienen el mismo final. El pasado 10 de junio, otro video se volvió viral, esta vez desde el viaducto César Gaviria Trujillo, en Pereira. Un joven subió a lo más alto y, sin que nadie lograra detenerlo, se lanzó al vacío. Su historia terminó en tragedia. No hubo brazos que lo sujetaran ni palabras que lo hicieran volver. Solo la dura evidencia de lo que significa no llegar a tiempo.

Y no es un problema exclusivo de nuestro país. En Italia, el reciente suicidio del padre Matteo Balzano, un joven sacerdote de 35 años, estremeció a toda una comunidad. Era un hombre apreciado, comprometido, servicial. Pero sufría en silencio. La soledad y la depresión lo envolvieron, hasta que no pudo más. Su caso ha abierto un debate urgente en la Iglesia y la sociedad: incluso quienes se dedican a cuidar a otros también necesitan ser cuidados.

Las cifras confirman esta crisis silenciosa. En Colombia, cerca del 5 % de la población adulta padece depresión, pero más del 60 % de esas personas no recibe atención profesional. Entre niños y adolescentes, el panorama es aún más preocupante: más del 40 % muestra señales de malestar emocional, y los casos de suicidio juvenil siguen en aumento. Entre enero y agosto de 2024, al menos 183 menores se quitaron la vida. Son historias que no deberían repetirse.

Quienes hemos atravesado episodios de depresión sabemos lo que significa no recibir un abrazo cuando más se necesita. Sabemos lo difícil que es pedir ayuda, hablar del dolor, mostrar el alma rota. Por eso, más allá de cifras y titulares, necesitamos una sociedad que escuche, que abrace, que acompañe sin juzgar.

No se trata solo de atender con psiquiatras o terapeutas —aunque son fundamentales—. Se trata también de construir entornos más humanos, donde la empatía no sea excepción sino norma. Donde el dolor del otro no se ignore. Donde podamos decirle a tiempo a alguien: “Estoy contigo, no estás solo”.

El joven en Bucaramanga tuvo una red que lo sostuvo. El de Pereira, no. El padre Matteo, tampoco. Esa diferencia nos interpela a todos. Nos exige ser más conscientes, más cercanos, más atentos.

A quienes conviven con personas que sufren depresión, y a quienes conocen a alguien que está pasando por un momento difícil, les pido algo desde el corazón: acompáñennos. No nos dejen solos. Háblennos, escúchennos, abrácennos. Aunque a veces no sepamos cómo pedirlo, necesitamos sentir que alguien está ahí. Que hay motivos para quedarnos, para resistir, para seguir. Y que, incluso en medio de la oscuridad, la luz de una voz cercana puede ser la chispa que nos devuelva la vida.

Porque sí, a veces, un abrazo puede salvar una vida. Y cada uno de nosotros puede ser ese abrazo.

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