Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias
Hoy quiero empezar con algo que no suelo hacer. Como periodista y estratega político, siempre he mantenido cierta neutralidad. Pero hoy he tomado la decisión de confesar públicamente que si, soy uribista. Y no lo digo por seguir a un hombre o un ideal abstracto, sino por una causa que viví de forma muy real.
Ser uribista, para mí, no es ser un fanático de Álvaro Uribe Vélez. Es reconocer que Colombia tuvo un antes y un después de su presidencia. Antes, no podíamos viajar tranquilos, la guerrilla controlaba muchas zonas y el miedo era parte de la vida diaria. Uribe puso un freno a eso. Con todas las críticas que pueda tener y con las controversias que hoy lo rodean, yo viví una época en la que el país recuperó cierta seguridad, se generó empleo, se impulsó el desarrollo y, en definitiva, muchos sentimos que Colombia “valía” de nuevo.
Por eso, cuando digo que Uribe significó seguridad, desarrollo y tranquilidad, no hablo de discursos políticos ni de campañas, hablo de la experiencia de ver un país transformarse en la vida cotidiana. Era poder viajar sin sentir terror, abrir un negocio sin pensar en la extorsión, ver regresar a quienes se habían ido.
La motivación de escribir esta columna nace de lo que veo todos los días en redes sociales: bodegas digitales activadas apoyando personajes petristas y celebrando la condena contra el expresidente Uribe, muchos sin conocer la realidad del país antes y después de que él llegara al poder. Hoy estamos reviviendo algo que creímos superado: la desconfianza en las vías, las guerrillas reactivadas, y negociaciones con criminales que han hecho daño al país.
Sé que esta columna me traerá ataques, y sinceramente no me importa lo que hoy digan. Ya me cansé de ver tantas opiniones ligeras, cargadas de malestar y sin fundamento, y de ver políticos que —sin mencionarlos para no ganarme enemigos— solo saben que crecen en redes cuando activan la palabra clave y viral “URIBE CULPABLE”. No tienen más que decir, no tienen propuestas sólidas, y prefieren centrar su agenda en atacar a Uribe antes que buscar soluciones reales a los problemas y necesidades de la gente. Y, hay que decirlo, tampoco reconocen que este gobierno de Gustavo Petro ha sido un desastre.
Claro, este relato no es absoluto ni unánime. Para otros, el legado de Uribe también tiene sombras: abusos de la fuerza pública, falsos positivos, chuzadas, heridas abiertas que siguen sin cerrar. Es imposible negar que detrás de las cifras de seguridad hay historias de dolor que también forman parte de esa época. Reconocer estas heridas no resta lo bueno que se logró, pero sí nos recuerda que la historia de un país siempre tiene matices que debemos aprender a comprender.
Pero más allá de las posturas políticas, hay algo innegable: Uribe dejó una marca en la memoria colectiva. Transformó la relación emocional de millones de personas con el país. Pasamos —al menos por un tiempo— de sentir que Colombia no valía nada, a creer que sí valía.
Y quizá ahí está la clave para entender por qué todavía, después de tantos años, el “ser uribista” no es solo una etiqueta política, sino un acto de gratitud, de memoria y de vivencias personales. Para muchos, no se trata de defender a un hombre, sino de defender una época en la que, por fin, sentimos que vivir en Colombia era un orgullo… y no una condena.
Por eso, más allá de juicios, polémicas o procesos judiciales, la palabra “Uribe” sigue siendo para millones un símbolo. Un símbolo que mezcla logros y heridas, orgullo y cuestionamientos. Y tal vez ahí está el reto: aprender a recordar sin olvidar, agradecer sin idealizar y debatir sin destruirnos como país.
Sí, soy uribista, y si a alguien le incomoda, no puedo hacer nada al respecto. Lo que sí tengo claro es que nunca seré petrista, porque amo a mi país y no estoy de acuerdo con que el presidente que hoy tenemos viva más ocupado peleando y creando cortinas de humo que gobernando. En tres años ha acumulado errores, escándalos y decisiones equivocadas, y no puede seguir justificando todo culpando a los gobiernos anteriores. Liderar es asumir responsabilidades, y Petro, lamentablemente, se ha rodeado mal y ha administrado peor.