Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Como he entrado lúcido en el período de la existencia humana, cuando se cruzan los recuerdos y se cuadran el deber y el haber de los afectos, como en los antiguos libros de contabilidad, cada nueva palada sobre la tumba de alguno de mis contemporáneos es una remembranza de mitos y verdades que aceptamos como sellos indelebles durante la formación.
Esta semana, cuando me dijeron que Guido Gómez Ángel, el abogado, profesor de Derecho de la Santiago, el eterno litigante en favor de los indígenas y los desfavorecidos, había muerto, reconstruí velozmente una historia que comienza con el primer Gómez que llegó a Tuluá como vencedor de la Guerra de los Mil Días y que, del brazo punitivo del general Henao, se hizo a las tierras de los vencidos. Mi pueblo chísmico lo llamó “el invasor”.
De su descendencia, la gran mayoría paupérrima, conocí a Tomás Cipriano, que era el portero de la alcaldía, pero que había casado con una señora demasiado blanca y elegante, venida de Manizales y seguramente con una escarcela con monedas para alcanzar a comprar el mercado semanal.
Dos médicos, uno psiquiatra y otro otorrino, dos abogados y un cura rector del Seminario terminaron siendo sus hijos, criados con la mano dura de la manizalita y educados arañando ahorros. Siempre dijimos que eran los nietos del invasor, pero nunca supimos por qué eran tan inteligentes, tan aguerridos y habían llegado tan lejos en la vida.
Guido era heredero del espíritu revolucionario de su antepasado y hasta se le acusó de ser el primer estudiante de la Nacional que lanzaba una bomba molotov contra un carro en movimiento. Brillante para expresarse en lenguaje popular, tanto como exégetas del hablar castizo resultaron ser el cura y el otorrino.
Al emprender su educación, se fueron de Tuluá y apenas en las curvas de la vida los recordamos quienes todavía sobrevivimos. De ellos queda Diego, afincado en Sevilla, casado con la condesa de Osborne, honrado como médico del rey y ejerciendo como miembro de la Academia Hispanoamericana de Cádiz.