¿Qué temes?

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XXVII Domingo de Tiempo Ordinario

Por: P. Miguel Ángel Ramírez González

Como siempre, la vida de la santa de Ávila, Teresa, nos proporciona anécdotas ilustrativas para la vida de fe. Platica en su diario que con frecuencia escuchaba la siguiente pregunta de parte de Jesús, sobre todo cuando ella pasaba por momentos difíciles en las fundaciones o con las autoridades eclesiásticas:

  • ¿Qué temes?

Le preguntaba Jesús.

Y el Señor le daba ánimos para seguir adelante, a iniciar nuevas empresas pues, ya vieja y cansada, se sentía desfallecer. Esta pregunta le levantaba el ánimo para regresar a la brecha y superar los obstáculos. En un momento de su vida, extenuada por la edad y los achaques, se resistía a continuar con las fundaciones, pero un día, luego de la Comunión, cuando Teresa le preguntó a Jesús cuál era su voluntad, el Señor le respondió reprimiéndola:

  • ¿Qué temes? ¿Cuándo te he faltado Yo? El mismo que he sido, soy ahora; no dejes de hacer estas dos fundaciones (se refería a las fundaciones de Palencia y Burgos, importantísimas y necesarias para la reforma de la orden).

Teresa, frente al reclamo de Cristo, exclamó:

¡Oh gran Dios, y cómo son diferentes vuestras palabras a las de los hombres! Así quedé determinada y animada que todo el mundo no bastara a ponerme contradicción (Las Fundaciones, 29, 6). Sabía que ella debía de trabajar, así de achacosa que estaba, pero contando con la ayuda de Jesús, por eso añade: “comenzó nuestro Señor a darme medios”.

El creyente, de cualquier época y lugar, no puede dejar de practicar su fe encarnándola en la vida, aunque no vea resultados concretos. Pero, aclaremos una cosa, la fe y vida, o se sostienen juntas o juntas se derrumban. HABACUC fue un hombre de fe, que vio a su alrededor violencia, opresión, rapiña, discordia (vivió el asedio de Jerusalén por parte de los caldeos en el año 597 a. de C.). Ante esta situación tan llena de dolor, ¿cómo reacciona el profeta? Lo hace con dos grandes interrogantes, que llevan la doble y contrastante carga de la confianza en Dios y de la indignación ante el asedio y el mal. ¿Hasta cuándo, Yahvé? y

¿Por qué?”. ¿No es acaso Dios el rey de los reyes y el señor de los señores? ¿Por qué tanta desgracia, tanta injusticia, tanta destrucción para su pueblo? ¿Por qué no interviene Dios ya, ahora? Preguntas que nacen de una situación, pero que valen para toda persona y para todos los tiempos, pues todos alguna vez hemos preguntado a Dios: ¿Hasta cuándo, Señor?.

A lomos de la historia esas interrogantes se han clavado en el alma de los hombres de todas las latitudes y, en cierta manera, en el alma de toda persona. Dios no deja sin respuesta las quejas confiadas de Habacuc. Primero le invita a la plena confianza, para que sobre esa base de fe comprenda las respuestas que vendrán, aunque no lo hagan con la inmediatez con que el profeta lo esperaría: “Dios tiene escrita esa fecha en sus designios”. Luego, deberá mantener una paciencia esperanzada, porque la respuesta “vendrá ciertamente, sin retraso”. Finalmente, Dios asegura al profeta que el impío sucumbirá, mientras que el justo vivirá gracias a su fe-fidelidad.

Diversa es la situación de los discípulos que piden a Jesús: «Aumenta nuestra fe«, como también la de Timoteo, responsable de la comunidad de Éfeso, que ha de ser el primero en aceptar la fe que Pablo le ha enseñado y dar testimonio de ella, incluso, si es necesario, con el martirio. Los discípulos, que conviven con Jesús, han visto la enorme «fe» de Jesús que hace eficaz su palabra y sus obras (curaciones, milagros). Ante esa fe gigantesca, la suya resulta insignificante y mínima, ¡más pequeña que una semilla de mostaza! Por eso, piden que Jesús la aumente. La situación de persecución en que vive Timoteo y su comunidad pone a prueba su fe y su fidelidad al Evangelio.

Siempre la fe será la puerta hacia la dimensión de confianza que necesitamos para dar sentido a nuestras vidas y entender lo que pasa. ¿Cómo vivir hoy, en nuestro ambiente para responder a las preguntas que nos agobian?, ¿por qué el mal y su fuerza hace que sintamos que nuestra fe se debilita? ¿no estamos en este momento experimentando cansancio, desespero, temor de que las cosas no marchen mejor? ¿No es ahora que más tememos la muerte?

En los textos podemos descubrir algunos elementos fundamentales sobre la fe activa:

  1. Una fe basada en una profunda humildad. Después de que Jesucristo en el evangelio ha resaltado la potencia de la fe, pone de manifiesto que esa eficacia proviene de la convicción creyente de la propia pequeñez: «No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer». ¿Qué es lo que tenemos que hacer en la vida? Respondemos: Servir a Dios y hacer su voluntad según la misión encomendada a cada uno.
  • Una fe esperanzada. Las tribulaciones, los sufrimientos y las desgracias no deberán disminuir en lo más mínimo nuestra confianza y nuestra esperanza en la intervención de Dios. No hay que dudar, porque la acción de Dios llegará en su momento. ¿Cuándo?

¿Cómo? Hemos de dejar que Dios responda con plena libertad, con la seguridad de que todo lo hace con misericordia y para bien de los que ama.

  • Una fe testimoniada. La fe es un don que Dios nos da, y es una tarea que Dios nos encomienda. Como tarea la hemos de realizar día tras día, en las circunstancias concretas, que a veces pueden ser arduas y difíciles. Una fe humilde, esperanzada y martirial, la necesitamos también los cristianos de hoy, en un ambiente muchas veces carente de fe, incluso hostil a la fe y a la Iglesia.

Y tal vez una de las dimensiones más importantes de la fe que frecuentemente olvidamos es la 4) la confianza en Dios. Creer verdaderamente que en todos los momentos de oscuridad está Dios con nosotros, que no nos ha olvidado y que nos tiene totalmente tomados de su mano. Lo sé, hay momentos en los que sentimos lo mismo que el profeta Habacuc, y preguntamos a Dios: “¿Hasta cuando, Señor, pediré auxilio…?” (cf. Hab 1, 2-3; 2, 2-4). Es normal que surja esa pregunta cuando tenemos un problema que no podemos solucionar, cuando muere un ser amado y nos deja una herida abierta, cuando nos diagnostican una enfermedad dolorosa o mortal y sentimos que la vida se acaba, cuando hay una profunda soledad, cuando vemos aumentar los años, la debilidad y los “achaques”. Pues es en esos momentos cuando la fe verdadera debe aparecer. Por algo decía Pablo que “el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación” (2 Tim 1, 6-8).

Cuando se vive en relación con Dios de manera confiada, se descubren luces sorprendentes en medio de la oscuridad de la vida.

Eso que afirmamos es un contraste con la posmodernidad en la que estamos inmersos. La realidad y la filosofía del mundo actual nos invitan a desconfiar de todo y de todos. La desconfianza produce siempre temor, y el temor invita a que nos cerremos en nosotros mismos. Al contrario, la Palabra de Dios siempre es una invitación a arriesgarse, a confiar y lanzarse hacia delante; nos invita a amar sin esperar nada a cambio, a confiar aunque todo parece que va en nuestra contra. A Abraham lo invita Dios a que deje de temer su vejez y se arriesgue a la aventura; Moisés teme ser el líder indicado y desconfía de sí mismo, pero Dios le promete estar a su lado acompañándolo a él y al pueblo; Habacuc teme el presente lleno de violencia y de un futuro oscuro para su pueblo, pero Dios lo invita a convertirse en signo de esperanza; Teresa creía que no tenía fuerzas suficientes para seguirla reforma del carmelo.

De las paradojas de la vida humana tal vez la más desconcertante es que nos empecinemos en creer que el pasado era mejor, o que el futuro es más promisorio, cuando Dios por la fe nos dice que vivamos el presente, pues es allí donde se teje su voluntad.

Leía el otro día un párrafo inquietante, y que se me quedó en la cabeza por días. Decía la frase: “Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores, impíos y holgazanes. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”. Parece que quien las escribió era una persona decepcionada de su mundo, de la sociedad y de la juventud… tal vez de sí mismo. Pero más sorprendente es descubrir que ese texto fue encontrado en una tablilla asirio-babilónica de hace más de 3 mil años (¡!).

Dios quiere que tengamos fe hoy, que dejemos el pasado y abramos el corazón al futuro que ponemos en sus manos, mientras, debemos trabajar nuestro presente creativamente. Para eso necesitamos fe. Sí, mucha fe en Dios, en los demás y en nosotros.

Hoy pedimos a Dios con la misma oración que los apóstoles: Auméntanos la fe”, sabiendo que al terminar nuestros días de peregrinos en esta tierra, luego de muertos, llegaremos a la casa del Padre diciéndole al Señor: No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 5-10).

San Claudio de la Colombiere, santo del siglo XVII, compuso una bella oración de Confianza en Dios; aquí un fragmento que resume lo que hemos dicho:

“Dios mío, estoy tan persuadido de que velas sobre todos los que en ti esperan y de que nada puede faltar a quien de Ti aguarda todas las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Ti todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de servirte; yo mismo puedo perder tu gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza”.

Amén

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