Laura Sarabia: la reina destronada del Palacio, o cómo el poder sin raíces se lo lleva el viento

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Por: Aldrin García Balvín – Director de Totus Noticias

La historia de Laura Sarabia es de esas que parecen sacadas de una tragicomedia criolla: una joven que pasó de cargarle el maletín a Benedetti en la campaña, a convertirse en la dueña de la agenda de Gustavo Petro, la mujer que mandaba más que muchos ministros y que lograba lo que pocos: que el presidente cumpliera (de vez en cuando) su horario.

Pero claro, en política el poder prestado no dura mucho. Laura se creyó invencible: era la llave para entrar a Petro, la que decidía quién se sentaba en la mesa y quién ni siquiera entraba al comedor. Todo eso hasta que empezó a ser más visible que el propio presidente. Y ahí comenzó el drama. Porque en este país ya sabemos: a nadie le gusta un funcionario que brille más que el jefe.

Primero vino el asunto del polígrafo en los sótanos de Palacio. Ahí Laura pasó de eficiente a temida. Después, los audios de Benedetti le pusieron la soga en el cuello. Y de a poco, su lista de enemigos creció: Francia Márquez, Augusto Rodríguez, el ala izquierda, el ala derecha, hasta el ala del café de Palacio. Todos celebraban cada paso en falso.

El “ascenso” a la Cancillería fue el golpe maestro: un cargo que parecía premio, pero que en realidad fue el pasaporte al olvido. Desde allá ya no manejaba nada. Petro la desautorizaba en público, la dejaba sola en reuniones y hasta le puso al lado al enemigo declarado Augusto Rodríguez en sus giras. A cualquiera le habría quedado claro que el divorcio era un hecho.

Y la estocada final llegó esta semana: desde la misma oficina en la que ella mandaba, desbarataron su plan para resolver el lío de los pasaportes. Y claro, como el guion lo exige, renunció diciendo lo que todos esperaban leer: “En los últimos días se han tomado decisiones que no comparto y que, por coherencia personal y respeto institucional, no puedo acompañar”. Su salida fue tan discreta como el final de una serie que pierde audiencia: sin gloria y sin aplausos.

La caída de Laura Sarabia deja una lección de oro: el poder sin raíces es como el viento en el Palacio de Nariño… hoy te lleva a la cima, mañana te bota sin mirar atrás. Y, como siempre, el gran ganador es el sistema que primero la encumbró para luego, con la misma frialdad, verla caer.

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