Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
En Colombia, hasta la batalla contra la inseguridad que pedimos a gritos se volvió parte de la polarización entre quienes siguen a Petro y el resto del país. El rifirrafe entre el presidente y el alcalde de Barranquilla por la firma de la tregua de tres meses entre las bandas de Los Costeños y Los Pepes así lo demuestra.
Como nadie se atreve a describir realmente lo que está pasando en la capital del Atlántico con el dominio de las bandas sobre la actividad económica y política de la ciudad, la paz, en vez de ser una esperanza del futuro de una ciudad arrinconada por la violencia, se ha vuelto un botín electoral.
En uno de sus mensajes por X, característicamente ofensivos cuando no vengativos, el presidente dijo que: “Qué seguridad va a haber, si las bandas tienen poder político y electoral en Barranquilla. Ahora sí empezamos a disminuir homicidios en la ciudad sin contar con la alcaldía”. Y un rato después, cuando inauguraba un CAI en su ciudad, el alcalde Char le ripostó en público al presidente que: “Todos queremos la paz, pero primero está la ley y la institucionalidad. Eso está primero. Y mientras se sigan metiendo con los barranquilleros, mientras acosen la seguridad y acaben con el sueño de los barranquilleros, ahí estaremos nosotros poniendo seguridad”.
Obviamente, al presidente le falta la magnanimidad del triunfador, y al alcalde le causan asco los métodos de la Paz Total. Pero también resalta que en Barranquilla, como en casi todo el país, les dejaron coger ventaja a las bandas, y los gobernantes y los políticos han terminado por resistir aceptando ese gobierno paralelo de las ciudades que, en Medellín, parece haber funcionado bien desde cuando unos y otros aceptaron el híbrido de la “Donbernabilidad” propuesto por Don Berna y el alcalde Alonso Salazar.
En otras palabras, gobierno y oposición terminaron volviendo otra trinchera de enfrentamiento el método para encontrar la tranquilidad que tanto anhelamos.