Por: Aldrin García – Director Totus Noticias
En Palacio abrieron un chat para coordinar al gabinete y, de paso, para que se dieran hasta con el manual de funciones. El ministro de Justicia, Eduardo Montealegre, y el del Interior, Armando Benedetti, protagonizaron un cruce de truenos que se filtró a la opinión pública: “corrupto”, “hasta verte en la cárcel”, y otras finezas de alta política. El país esperando reformas y coordinación… y el Consejo de Ministros convertido en ring. Si esto es “liderazgo colegiado”, que no nos llegue el liderazgo en solitario.
La pelea no nació ayer: arrastra cuentas viejas desde cuando Montealegre era fiscal y Benedetti congresista. Ahora que ambos se sientan a la mesa del gobierno, la vajilla sale volando. ¿Resultado? Un gabinete fracturado, ministros distraídos en rencillas personales y una agenda pública que se atrasa entre comunicados y filtraciones. El mensaje hacia afuera es letal: si adentro no hay orden, ¿por qué habría afuera?
Y no es la primera escena. Petro ya nos tiene acostumbrados a que su gabinete viva en temporada de huracanes: cuatro crisis ministeriales en menos de dos años, como si el país necesitara recordatorios de que la política también tiene “cambio de aceite”. A este ritmo, al Gobierno le quedan menos vidas que a un gato callejero: si ya usó siete, no nos sorprenda que termine maullando sin sombra.
Mientras tanto, en el Pacto Histórico, la supuesta unidad parece más bien un rompecabezas donde cada pieza se empeña en no encajar. El mecanismo para elegir candidato presidencial se volvió un chiste de sobremesa: primero consulta en octubre, luego que no, después que sí, luego que mejor lo pensamos… Un tira y afloje que no solo confunde a la militancia sino que exhibe la improvisación con la que se manejan los hilos del poder.
En ese escenario, Gustavo Bolívar, Susana Muhamad, María José Pizarro y Gloria Flórez decidieron bajarse de la contienda y alinearse con Iván Cepeda, a quien ahora venden como “la carta de la unidad”. Pero la jugada tiene un subtexto evidente: blindarse contra Daniel Quintero, el exalcalde de Medellín convertido en el divisor profesional de la izquierda.
Quintero carga con imputaciones, expedientes y un prontuario que no necesita traducción. La Fiscalía le soltó 43 cargos, él insiste en que todo es un montaje, pero en política la percepción pesa más que el expediente. Y claro, difícil venderse como “el candidato del cambio” cuando los titulares lo muestran más cerca de un estrado judicial que de una tarima electoral.
Ahí entra Bolívar con su estilo de dinamita: dijo que escoger entre Quintero y otros era “como elegir entre el cáncer y el sida”. Políticamente incorrecto, sin duda, pero brutalmente gráfico. Traducción: si el Pacto entrega la bandera del progresismo a Quintero, no habrá campaña, sino funeral.
El contraste no puede ser más claro: Iván Cepeda, con su «estilo» sobrio, académico, casi sacerdotal; jejeje, y Quintero, con su aura de mártir perseguido, gritando que lo quieren tumbar. Uno que se presenta como quien “representa la ética y los derechos humanos”; el otro, el “vértigo del oportunismo». Entre tanto, la militancia se divide, los vetos vuelan y el llamado “frente amplio” luce más como frente estrecho, muy estrecho.
El Gobierno, mientras tanto, suplica votos en el Congreso para salvar su agenda: presupuesto, reformas a medio camino y coaliciones sostenidas con babas. Pero es imposible exigir disciplina legislativa cuando dentro del propio gabinete se dan de puños verbales. El espectáculo es patético: ministros insultándose, candidatos fracturando la coalición, y un presidente atrapado entre apagar incendios y mantener vivo su legado.
Al final, la conclusión es cruel pero certera: el gobierno del “cambio” se consume en sus propias peleas, el gabinete se desmorona a pedazos y el Pacto Histórico se rompe por las costuras. Lo que debió ser un proyecto transformador parece hoy un reality show de eliminación semanal: cada semana sale un ministro, un candidato o un aliado. Y lo peor: los ciudadanos ya no ven un cambio, sino un circo con entrada libre y rating garantizado.
En política, como en la vida, el que gasta sus nueve vidas en peleas internas termina atropellado por la realidad. Y este gobierno ya no tiene vidas de gato: apenas le queda un maullido.