Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Otra vez el presidente Petro se salió con la suya. Quería ascender a la categoría envidiable de ser contendor y víctima del emperador de Washington, y lo logró. No le bastó sino endurecer su defensa en favor de Maduro y criticar los acribillamientos de las lanchas que los ejércitos gringos hacen en las aguas caribeñas, para que Trump lo clasificara como líder del narcotráfico que incentiva la producción masiva de drogas por toda Colombia.
Y, como casi siempre sucede con las medidas y determinaciones de Petro, somos los colombianos quienes pagaremos, no solo los nuevos aranceles, sino también el sentir de que nos volvimos otra Venezuela.
Lo peor, empero, es que nos polarizaremos más en un año electoral peligroso. Habrá quienes podremos decir que la actitud agresiva de Trump contra Petro es la tantas veces repetida de todos los emperadores de todos los imperios, para someter a sus países súbditos. Y que es una bellaquería estigmatizar a Colombia y a su presidente, castigando al país donde se produce la droga y no a los millones de gringos periqueros que se la meten por sus narices; más aún cuando ellos jamás persiguen a los capos que la distribuyen y comercializan en sus ciudades.
Pero habrá también otro gran grupo de colombianos, cada vez más creciente y cada vez más antipetrista, que considerará que esta maldición de Trump contra Petro insufla las fuerzas de la oposición al mal gobierno y puede ser una herramienta efectiva para convencer al resto de colombianos de que no se puede seguir con Petro, sus bandas armadas amparadas por la “paz total” y sus robagallinas.
Metidos en la apuesta vanidosa y soberbia de Petro de ser declarado enemigo del emperador, es evidente que Trump y Rubio creen que, con las medidas económicas contra Colombia, les puede resultar más fácil que la oligarquía tumbe a Petro como reacción, a que los generales venezolanos se dejen tentar por la oferta de los 50 millones de dólares y descabecen a Maduro.