Sobre el riesgoso arte de ser cristianos

TotusNoticias

XXV Domingo de Tiempo Ordinario

Por: P. Miguel Ángel Ramírez González

Cuando leemos los evangelios con mucha atención, en ocasiones nos encontramos con pasajes sorprendentes y hasta desconcertantes, por lo que tienen que ser explicados. Hoy tenemos un ejemplo. Jesús nos habla de un bribón que hace trampas y remiendos para salir bien librado (Lc 16, 1-13). Este evangelio es uno de los más difíciles de interpretar, al punto que dicen que es una página “peligrosa”. Parecería que, a primera vista, Jesús condesciende con la injusticia, invitando a comprar la eternidad con lo robado o dinero mal habido. Pero no es el caso, el sentido debe entenderse desde la conclusión: el Reino de Dios, el poder de este mundo y las riquezas son incompatibles, pero deberíamos aprender a usar la astucia y la inteligencia de los malvados para ganar el Reino y los bienes económicos, si se tienen, debe usarse para bien de los hermanos; así es, Jesús solamente nos propone el personaje como ejemplo del uso de la inteligencia y la audacia, que usualmente. no usamos en los negocios del Reino.

El estilo de Jesús es usar en ocasiones modelos extraños, precisamente para sacudirnos e invitarnos a cambiar nuestra fantasía de creernos cristianos buenos y santos. Por ejemplo, la lección del mandamiento nuevo de amar, de hacernos prójimos, nos la ilustra no mediante personajes modelos, como podían ser los levitas o escribas, sino mediante un excomulgado, es decir el ya famoso “buen samaritano”.

Hoy nos propone a este bribón y lo coloca como «maestro del buen uso de la inteligencia«, un ladrón que termina siendo simpático. A ese nos pide que le imitemos, no en sus malas argucias, sino en el modo en que usó la inteligencia y la astucia para lo verdaderamente importante.

Pero aclaremos antes una cosa: los administradores en tiempo de Jesús no eran retribuidos directamente por el amo, sino que se quedaban con una parte de las transacciones realizadas, y ese era su pago. Así, por ejemplo, si se tenían que vender 50 barriles de aceite, para retribuirse podía pedir cierta cantidad mayor, devolviendo al amo solamente su parte; de 80 medidas de trigo, podía facturar 100, etc. Pero, al parecer, se fue a los excesos el administrador, al punto que decide el amo despedirlo.

Para poner orden a los excesos, decide regresar a lo justo, y firma en los recibos 50 barriles y 80 medidas. Es decir, renuncia a la propia ganancia para salvar el puesto o ganarse amigos. El dueño se admira por lo rápido en que actuó el administrador, y es aquí donde Jesús ofrece la reflexión: “Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz” (16, 8). Y este es punto crítico en el evangelio, pues define a los buenos como poco astutos en las cosas del Reino y de la salvación.

De este modo, nos está señalando el Cristo que lo que hay en nuestras vidas, no es la astucia, sino… digámoslo, aunque duela un poco: una gran mediocridad en las cosas del Reino (que es nuestro verdadero negocio). Se añade algo más, que no solamente nos ha faltado astucia, sino que muchos omitimos hacer el bien, y eso es también pecado.

Vivarelli dijo algo cierto, pero doloroso: es extraño, dice, «las «causas pequeñas» despiertan grandes pasiones, mientras que las «grandes causas» encuentran tan poco entusiasmo y participación».

Es extraño que sean más astutos e inteligentes los que manejan las drogas; los terroristas, incluso los que se dedican a hacer las guerras, o cometen fraudes, algunos políticos o ideólogos, los que negocian con el “guachicoleo”, que nosotros que debemos trabajar por la gran obra del Reino de Dios. Nos decía un maestro del seminario que si usáramos la mitad de dedicación e inteligencia que usan los malos en sus cosas, el mundo estaría transformado desde hace siglos. El Reino de Dios estaría ya muy avanzado. ¡Gran verdad!

Sí, el Reino de Dios es la gran empresa a la que fuimos llamados, pero, a esta gran empresa, señalaba Albert Camus, “¿la aman (…) con pasión, con sangre? ¿Les quita el sueño?

¿Sienten que sobre ella se está jugando vuestra vida?”. Una pregunta inquietante no sobre nuestras ideas o nuestra fe, sino sobre el modo en que vivimos nuestro cristianismo. Un cristianismo que trabajamos frecuentemente con cansancio, con aburrimiento, con desgana, con lentitud, con una total falta de inteligencia y fantasía. Una fe que cumplimos muchas veces solamente por cumplir, pero no con la emoción de saber que nos estamos jugando el destino eterno.

Es por eso por lo que queda la pregunta: ¿Por qué?

San Agustín, en un sermón señala: “En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar[…] Cada uno hemos de rendir cuentas de nuestra administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores…”

Jesús nos pide que seamos buenos, pero no tontos. Para quitarnos toda idea equivocada de nosotros mismos y de nuestra fe, hoy hizo subir a la cátedra a un ladrón, corrupto y abusivo, pero también muy inteligente.

Quizás la diferencia entre nosotros y el administrador está en lo siguiente: que él tiene que vérselas con cuentas que no salen, y el peligro de terminar tras las rejas. Nosotros, por el contrario, vivimos en la tonta seguridad de que nuestras cuentas con Dios salen siempre bien (al menos eso creemos). Por lo tanto, nuestra dificultad radica precisamente en eso: las cuentas salen con demasiada seguridad. Creemos que todo está asegurado y nos «dormimos en nuestros laureles». El profeta Oseas advierte al pueblo de Israel que toda injusticia es vista con desprecio por Dios, por eso advierte: “El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: ‘No olvidaré jamás ninguna de estas acciones’ ” (Os 8, 7).

Hay un elemento “añadido” que es necesario considerar, pues luego agrega: “Así que, les digo”, seguido de lo que los biblistas llaman “logión”: “con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo”. No se imaginan cuánto se ha escrito sobre estos versículos, pues la traducción literal del griego dice, “dinero de injusticia” (mamona tes adikias), y no la construcción griega “dinero injusto” (mamona adikos). Eso significa que, si ya existe esa “riqueza” producto de injusticias, se debe repartir y distribuir como acto de amor al necesitado. El ejemplo que podemos usar es Zaqueo, que había obtenido dinero por medios de usura, pero luego de encontrarse con Jesús, promete resarcir y repartir parte de sus riquezas, y la respuesta de Jesús no se deja esperar: “porque la salvación ha llegado a esa casa”, cumpliéndose, así, lo que Pablo señalaba a Tito: que “nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven” (cf. 1 Tim, 2, 1-8). La razón es que, en el pensamiento del Evangelio de Lucas, la riqueza tiene una función social pues, todo bien, debe tener un fin común, de servicio y de promoción de la persona, no sólo para beneficio individual.

Tenemos el caso del inglés Nicholas Winton (1909-2015), quien poco antes de la gran Guerra mundial, organizó una operación que salvó a 669 niños judíos de Checoslovaquia, enviándolos a Reino Unido para que no fueran enviados a los campos de exterminio. Su viaje de vacaciones a Suiza lo cambió en una acción de rescate. Cincuenta años más tarde su esposa descubrió el “secreto” de los nombres de esos niños en una libreta, en donde aparecían todos los datos de los pequeños que habían sido salvados por su esposo. No porque Winton fuera un mal administrador o usurero, sino que sus recursos les dio el destino del servicio en un acto de amor.

Así, pues, siguiendo la propuesta de Jesús, ¿qué aprendamos del administrador bribón?:

  1.  ​INTELIGENCIA: Se centra en la pregunta: ¿Qué haré?

El hecho de que tengamos la verdad y el amor quiere decir que los debemos usar. El que tengamos la fuente de la gracia cada domingo a través de la Eucaristía y los constantes encuentros con la Confesión no significa que tenemos garantizadas todas las cuentas con Dios, pues ahora es misericordia, pero después será justicia.

  •  ​AUDACIA: Ya sé que voy a hacer...

Los santos asombraban con sus locuras, atrevimientos y audacias. Tenían el don de la «fantasía desencadenada«. ¿No fue un «loco» Francisco de Asís?, ¿No fue un verdadero soldado de Dios San Ignacio de Loyola?, o ¿No era un apóstol de la caridad sin límites Teresa de Calcuta? Ellos tuvieron la locura del amor a Jesús y la audacia para inventar caminos nuevos.

  •  ACCIÓN: Dice el texto: convocando a cada uno de los deudores… Jesús señaló que ser cristiano no es estar de rodillas en el templo todo el tiempo, sino que debemos «seguirle», tomando la cruz que a cada uno nos ha correspondido llevar. En otras palabras, necesita hombres y mujeres que se digan cristianos no por el título, sino por el modo en que caminan por la vida. Es un riesgo, sí, pero un bello y maravilloso riesgo.

Falta el 4º elemento que, aunque no lo menciona, Jesús va implícito: LA BONDAD. La vida, la riqueza, los bienes, todos ellos no significan nada si falta la bondad para compartir. En este punto podemos tomar como ejemplo a Zaqueo, que mencionamos antes, pues él nunca dejó de ser rico, luego de su conversión, pero sí dice que dejó de ser egoísta.

El peligro es que tal vez nos estamos quedando en el dintel de la puerta de la salvación. Los hijos de las tinieblas usan de la inteligencia, la audacia y la acción por algo tan insubstancial y perecedero como las riquezas y el poder. Nosotros, que nos estamos jugando el destino eterno, que se nos ha otorgado el Reino, deberemos aprender a vivir la vida cristiana no como cualquier cosa, sino como un gran deber, como un riesgo, como el más grande negocio de nuestras vidas. A fin de cuentas, no olvidemos que quien es fiel en las cosas pequeñas que Cristo nos ha encomendado en esta vida, será también fiel en las cosas grandes del Reino del Padre.

En su “Evangelio de los andrajosos”, Brennan Manning termina con esta oración: “Oh, Dios, Padre mío, gracias por tus misericordias innumerables, inconmensurables,

insondables . . .

¡Gracias! Está presente conmigo en cada paso de este viaje andrajoso. Hazme crecer en mi interior para recibir y compartir más y más de tu amor. Déjame ser tus manos, tu cara y tus palabras a todos los que conozca.

Libérame para servirte; libre de la ansiedad, del miedo, de la autocompasión, del odio a mí mismo, del cinismo, o del escepticismo.

Libérame de todo pecado agobiante y de cualquier tiniebla de incredulidad.

Señor Jesucristo, unge mi vida y mi comunidad espiritual con fe profunda y rendición audaz a tu bondad perdurable.

Danos corazones que escuchen realmente, para que podamos escuchar tu Palabra y actuemos valientemente en consecuencia, para la alabanza de tu nombre y la alegría de tu corazón.

Te lo pido, Dios Padre, en el nombre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Amén.”

Comparte este artículo