XXXIII Domingo de Tiempo Ordinario
Por: P. Miguel Ángel Ramírez González
San Pablo señala que el seguidor de Cristo debe estar activo en el trabajo con sus talentos mientras el Señor viene, pues esa es la vocación cristiana. Es verdad, la venida del Señor, dice la revelación, será sorpresiva, como el ladrón que llega de noche, y sin que nos demos cuenta. Por su parte, el evangelio señala que cuando pretendamos tener más seguridad, será cuando caiga como un golpe el fin y la historia termine, para dar inicio al juicio final.
En los pasados días leíamos el Evangelio de Lucas, que mientras algunos se dedicaban a pasarla bien, a vender y a comprar; mientras unos dormían y acumulaban sus bienes, en ese momento cayó el juicio a Sodoma y Gomorra, y que así será al final de la historia. Podríamos añadir que estas visiones bíblicas del juicio final tienen también su aplicación análoga en la vida de cada uno de nosotros. Justo cuando creemos que las cosas seguirán como siempre; cuando «le vamos agarrando el modito» a la vida, cuando hacemos planes para el futuro y pensamos que las cosas seguirán como siempre, justo en ese día el Señor nos llamará; no importará qué proyectos tengamos en mente, o qué estemos realizando en ese momento, Dios nos exigirá que entreguemos las cuentas de los «talentos» que nos dejó encomendados.
Este tipo de lecturas no dejan de ser inquietantes pues, bajo su luz, se empieza a descubrir todo el tiempo perdido en lo que va de nuestras vidas. Todo lo que pudimos amar y no amamos, las personas a las que pudimos decirles “te quiero” y no lo hicimos por falta de valor, todo lo que pudimos hacer y no hicimos por negligencia, por miedo o por alguna otra razón, son, días y cosas que nunca se podrán recuperar. Tal vez nos esforcemos por amar y trabajar en los años que quedan, pero será muy diferente. “Ni Dios, con toda su omnipotencia, puede llenar ya la vida de los millones de horas malgastadas por la humanidad; por mí, por cada uno de ustedes”, decía el Padre Martín Descalzo.
San Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Tesalónica, que era una comunidad alborotada debido a alguna persona que utilizaba el nombre del apóstol, y los había conmocionado con advertencias catastróficas, les dice el apóstol que no deben perder la confianza. Tal vez esos falsos apóstoles eran fanáticos y exaltados, causando reacciones al estilo de algunas sectas evangélicas en los Estados Unidos, o como algunos católicos a los que, según ellos, les habla la Virgen o algún santo, para decirles que el fin ya llegó; sobre ellos advierte Pablo:
«Hemos oído, en efecto, que algunos de entre ustedes viven una existencia desordenada, sin hacer nada y siempre en estado de agitación. A estos, exhortándoles en el Señor Jesucristo, les ordenamos ganarse el pan trabajando con tranquilidad» (3,11-12). Solamente en el compromiso diario, sereno y activo, se prepara uno para el encuentro con Cristo, cuyos tiempos y fechas son, en todo caso, desconocidos. Solo en la fidelidad a la historia presente puede acogerse el Reino futuro.
A esos holgazanes que no hacen nada, pero se meten en todo; a esos tales, termina diciendo el apóstol, de parte de Jesús, que se pongan a “trabajar en paz para ganar con sus propias
manos la comida”. La razón del llamado urgente de Pablo es que en el Reino de Dios no tendrán lugar los “ni-nis” religiosos, sino solamente aquellos que trabajaron por hacer fructificar sus vidas, colaborando así en la construcción del Reino.
Por desgracia, qué pocos entre nosotros sabemos «aprovechar el momento presente», normalmente dejamos pasar las horas por entre el hueco de las manos, como si fuera agua que se nos escapa. Muy bien pedía en el salmo: «Señor, dame la sabiduría de saber que la vida es breve». Y en otra parte, subrayando esa fugacidad de la existencia, el salmista exclama: la vida es como «una yerba que aparece al despuntar el día, y al caer la tarde se seca y muere». No obstante, esta certeza, no obstante, el reconocimiento de nuestra limitación temporal, nos la pasamos desperdiciando la vida en puras tonterías y banalidades, llegando al final con la amarga sensación de no haber vivido.
Me pregunto: ¿Tendríamos que revivir de nuevo para, ahora sí, llenar la vida? ¿Deberíamos tener una “segunda oportunidad” para vivir lo que no vivimos y hacer lo que debimos hacer? La respuesta es no, no se puede regresar la vida, sólo Lázaro tuvo esa segunda oportunidad de poder vivir como Dios esperaba.
Existe una obra de teatro poco conocida de Eugene O’Neill titulada «Lázaro rió» o “La risa de Lázaro”, como traducen otros. En esta obra, O’Neill nos ofrece una visión del poder de la vida cuando se vive sin miedo. La obra comienza donde termina la historia evangélica de Lázaro, dando por sentado que el público está muy familiarizado con ella.
«Lázaro llevaba cuatro días muerto y sepultado cuando Jesús llegó a Betania, hizo que quitaran la piedra de la tumba y le devolvió la vida».
Al levantarse el telón, se ve a Lázaro salir tambaleándose de la oscuridad, parpadeando ante la luz del sol. Tras quitarle las vendas funerarias, Lázaro comienza a reír con una risa suave y apacible; nada amarga, nada burlona, un sonido acogedor, asombroso y reconfortante. Como alguien que despertara después de haber tenido un maravilloso sueño.
Lo primero que hace Lázaro es abrazar a Jesús con gratitud. Luego abraza a sus hermanas Marta y María, y después a las demás personas que lo rodean, asombradas. La mirada de Lázaro es lúcida, sin distracciones. Es como si viera el mundo a su alrededor por primera vez. Extiende la mano y acaricia la tierra con cariño. Mira al cielo, a los árboles, a los vecinos como si nunca los hubiera visto antes, como abrumado por la increíble perfección de todo. Sus primeras palabras son: «Sí, sí, sí», como si abrazara la realidad al descubrirla de nuevo.
Finalmente, alguien se atreve a preguntar lo que todos nos preguntamos: «Lázaro, cuéntanos qué se siente al morir. ¿Qué hay al otro lado de esta frontera que ninguno de nosotros ha cruzado para regresar?».
En ese momento, Lázaro comienza a reír aún con más intensidad y luego dice: «En realidad, no existe la muerte. Solo existe la vida. Solo existe Dios. Solo existe una alegría increíble. La muerte no es como se ve desde este lado. La muerte no es un abismo al que caemos en el caos. La muerte es un portal que nos lleva al crecimiento eterno y a la vida eterna».
Lázaro añade luego: “Aquel que nos recibe allí es el mismo ser generoso que nos dio la vida al principio, el mismo que nos dio el nacimiento. No porque lo mereciéramos, sino porque ese Ser generoso quiso que existiéramos y, por lo tanto, no hay nada que temer en el reino venidero”.
El anuncio del Evangelio señala que la tumba está tan vacía como un umbral. Es un portal que nos lleva a una vida más plena y maravillosa. Por lo tanto, no hay nada que temer; vive, ahora que puedes. Se intuye la lección que O’Neill quiere que descubramos: Nuestro gran proyecto en esta etapa de la vida es aprender a aceptar lo que somos y tenemos; aprender a confiar en Dios y en los demás. Estamos aquí para aprender a amar con mayor plenitud; estamos aquí para hacer fructificar los talentos que Dios nos asignó. Solo existe la vida, esta vida. No existe la muerte como acabamiento, sino sólo para aquellos que desde esta vida caminaban muertos.
Y sigue la historia, de modo que la risa de Lázaro comenzó a llenar toda la casa en la que se alojaba.
Entonces, Lázaro retomó sus quehaceres cotidianos, pero algo había cambiado. Trabajaba tranquilo y ya no sentía ansiedad. Ya no era vulnerable a ese miedo que todos tenemos y que merma la vida. Desde entonces la casa donde vivía se conoció como la «casa de la alegría» y noche tras noche se oían cantos y bailes. Y el espíritu de aquel que había regresado con el mensaje de que no había nada que temer comenzó a extenderse por toda la aldea.
La calidad del trabajo empezó a mejorar en toda Betania, siguiendo el ejemplo del revivido. La gente comenzó a vivir en armonía y con mayor generosidad entre sí. Los antiguos conflictos se desvanecieron. La alegría se apoderó de toda la pequeña comunidad porque alguien había regresado diciendo que, por fin, no había nada que temer.
Pero no todos en Betania estaban contentos con este giro de los acontecimientos. Las autoridades romanas no tardaron en darse cuenta de que aquel que había perdido el miedo a la muerte representaba, en realidad, una gran amenaza para el control que tanto deseaban mantener. Como bien saben, la clave de la intimidación reside siempre en ese miedo latente a la muerte. Un tirano somete a su pueblo sugiriéndole constantemente que, si no obedece, se le aplicará algo terrible, como la muerte; los gobiernos saben que el mejor arma para controlar a la gente, además del “pan y circo” es la mentira y el miedo. Uno de los emperadores romanos más crueles, Calígula, solía decir: «Las cruces y los cadáveres son muy instructivos. Que la escoria vea su sangre o la de alguno de sus parientes, y se acobardarán tanto que podremos gobernarlos».
Los romanos eran maestros de la intimidación, y Lázaro representaba una amenaza real.
¿Cómo se intimida a alguien que ya no teme a la muerte? En la obra de O’neill, las autoridades romanas acorralan a Lázaro. Le ordenan que deje de reír. Le dicen que su casa ya no puede ser lugar de fiestas, pero él, en lugar de eso, ríe aún más. Él responde claramente: «La verdad es que no pueden hacerme nada. No existe la muerte. Solo existe la vida».
Los romanos, frustrados, lo arrestaron. Lo llevaron a Cesarea, donde compareció ante un alto funcionario, pero este no pudo hacer nada con Lázaro. Así pues, Lázaro fue llevado hasta Roma. La obra teatral termina con Lázaro frente al emperador romano, el hombre supuestamente más poderoso de la Tierra. Le dijo a Lázaro: «Tienes dos opciones: o detienes esa risa infernal ahora mismo o te haré morir». Pero Lázaro siguió sonriendo. Le respondió al emperador: «Haz lo que quieras. No existe la muerte, solo la vida».
La obra termina con un hombre que ya no teme a la muerte siendo, de hecho, más poderoso que quien gobernó todo el Imperio Romano. Hermoso relato, que nos señala que tal vez la Buena Nueva del evangelio todavía no ha tocado la médula de nuestros huesos, pues seguimos temerosos, decepcionados, cansados, de fe rutinaria, sin la alegría que nace de Dios; vivimos pero sin ánimo, con cansancio, desperdiciando cada momento de la forma más absurda. Es por eso que el evangelio debería ser para nostros “noticia”, pero noticia que llene de alegría y que nos haga amar la vida y todo lo que Dios nos da cada día. Primero, la Encarnación del Hijo de Dios nos muestra la grandeza del amor divino por la humanidad (Dios se hizo hombre), pero, en segundo lugar, la resurrección del Señor abrió la esperanza a una vida eterna en Dios (la muerte es ya un portal no un final). Y hay un tercer elemento y es que no tenemos segunda oportunidad de vivir, pues la vida es para hacer fructificar los talentos, pues el Señor nos llamará cuando menos lo esperemos a pedirnos cuentas.
En la Obra de O’neill, Lázaro regaña a sus conciudadanos, y les dice: “Esa es vuestra tragedia. ¡Olvidáis!… ¡Queréis olvidar! El recuerdo implicaría el alto deber de vivir como hijo de Dios… generosamente, con orgullo, con risa. ¡Esa sería una victoria harto gloriosa para vosotros, una soledad harto terrible! ¡Es más fácil olvidar, convertirse solamente en un hombre, en el hijo de una mujer; ocultarse en la vida contra su pecho, lloriquearle vuestro miedo a su resignado corazón y ser consolado por su resignación!
¡Vivir negando la vida!”
Nuestra vida está hecha para amar a Dios y al prójimo, e ir escribiendo minuto a minuto una página nueva y única de la propia vida. No páginas en blanco de tiempo perdido y de sueños rotos.
Sí, hermanos, es tan breve la vida, tenemos tan pocos años para leer, para amar, para sonreir, para sentirnos vivos, que resulta incomprensible cómo desperdiciamos la vida en tonterías, y luego nos quejamos de que la vida es corta.
Cristo nos ofrece su vida misma por la Eucaristía, y por lo mismo no podemos atrevernos a desperdiciar la gracia que nos da desde el momento en que abrimos los ojos a la existencia y nos acompaña cada día. Junto a la promesa de llevarnos al Reino del Padre, nos advierte que VIVIR ES UN RIESGO que se asume gozosamente, pues habrá rechazos, persecuciones y hasta la probabilidad de la muerte en su nombre. Me he encontrado con muchas personas que dejaron de vivir plenamente argumentando que se debía a las muchas heridas que les han causado.
El Padre Martín Descalzo platicaba de un perrito del vecindario, querido por todos los niños del barrio. Un día, por andar jugando y corriendo, se atravesó frente a un auto que le destrozó una patita. Lo llevaron al médico, pero hubo que amputarla. Unos cuantos días anduvo deprimido, pero, apenas mejoró y escuchó a los niños apareció el perrito, que ahora llevaba el nombre de Trípode. El Padre Martín Descazlo comenta que muchos de nosotros, luego de perder algo o haber sido lastimados por alguien, gustamos de apoyarnos en lo que nos duele, en lugar de ser felices con lo que nos resta; ojalá y aprendiéramos a vivir como el perrito, comentaba él.
Es cierto, todos vivimos heridos y cojos en la vida, por alguna causa o por otra. La condición humana es, al final de cuentas, LA MUTILACION: ningún ser humano pasa mucho tiempo sin que se le vengan al suelo algunos de sus sueños. Hay ocasiones que parece que la crueldad se ensañara con algunos y nos cortara hoy una mano, mañana una esperanza, pasado mañana uno de los pilares en que nos apoyábamos, y ya en la vejez los sueños y los seres amados que vemos cómo se van yendo. Aún así, debemos sonreir y seguir construyendo la vida.
La fe cristiana nos da la lección de que el ser humano tiene siempre doble capacidad de resistencia de lo que siempre creyó tener. Dice el mismo José Luis MARTÍN DESCALZO que el hombre de fe es invencible: “Si te cortan un ala, aprende a volar con la otra. Si te cortan las dos, camina. Si te quedas sin piernas, te arrastras. Si no puedes arrastrarte, sonríe. Si no tienes fuerzas para sonreír, aun te queda la capacidad de soñar, que, yo creo, es otra forma de volar en esperanza.”
Termino recordando aquel pasaje del Evangelio de San Marcos, cuando pasa Cristo frente a un árbol de higos y le busca frutos, pues Jesús “sintió hambre”, y al no encontrar los frutos, maldice a la higuera. Añade el evangelista que en el camino de regreso, los apóstoles vieron al árbol muerto. Lo mismo puede sucedernos: Cristo nos pedirá frutos, cuando menos lo esperemos; ojalá y tengamos muchos, entre ellos el fruto de un tiempo cristianamente aprovechado, de una vida plenamente vivida y de un amor palpitante, de lo contrario, y muy merecidamente, recibiremos de Él su condenación y maldición.
Quitemos los temores al fracaso, dejemos de asustarnos por lo que vemos en la sociedad y por la amenaza de la destrucción del mundo, hagamos más bien, como hacía la gran Teresa de Avila, que decía que hay que hacer “lo poco que podemos y que está en nuestras manos”, haciendo que los dones entregados por Dios a cada uno den sus frutos, aunque estos sean pequeños.
Una de los aspectos que tiene la esperanza cristiana es la confianza total en Dios; la confianza de saber que, en el camino no vamos solos, sino con Jesús, siempre con Él; por eso Jesús afirmaba en el evangelio: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 19).














