Petro y el algoritmo del caos: una presidencia atrapada en su propio eco digital

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Por: Miguel Jaramillo Luján

He seguido de cerca la evolución comunicacional del presidente Gustavo Petro Urrego, y lo que observo hoy es el resultado de una estrategia que confunde comunicación con catarsis. Con más de 8,3 millones de seguidores en X (antes Twitter), Petro ha convertido esa red en un megáfono de poder personal, no en un canal de diálogo ciudadano. Su narrativa está diseñada para provocar, no para construir; para dividir, no para gobernar. En lugar de liderar la conversación pública, ha terminado prisionero de su propio algoritmo.

Petro dedica entre tres y cuatro horas diarias a revisar, redactar y responder mensajes personalmente. Es un error estratégico para un jefe de Estado que debería concentrarse en la gestión técnica, la escucha territorial y la construcción de políticas públicas. Su cuenta refleja días de hiperactividad —con hasta cien trinos— y otros de silencio absoluto. La improvisación reemplaza la planeación; el impulso, la institucionalidad. Ortografía, sintaxis y datos falsos son síntomas de un poder que se comunica sin filtro ni verificación, mientras el “fast check” brilla por su ausencia.

El problema no es solo de forma, sino de fondo. Petro no conversa: sermonea. En una era donde el ciudadano es prosumidor —productor y consumidor simultáneo de información—, el presidente insiste en una comunicación unidireccional, agresiva, que convierte la crítica en enemigo y la diferencia en traición. Su discurso se dirige solo a su base dura —alrededor del 30% del electorado— y se alimenta de la teoría del caos como forma de mantener vivo el conflicto. El resultado: un país exhausto de ruido, sin conversación democrática real.

En el plano internacional, la situación es igual de preocupante. La relación con Estados Unidos atraviesa uno de sus peores momentos: una canciller sin visa ni redes diplomáticas; un embajador llamado a consultas y sin autorización para dialogar con la Casa de Nariño. Esta fractura ha debilitado la interlocución bilateral y reforzado la narrativa de la “emancipación revolucionaria” frente al “enemigo imperial”. Una estrategia que, lejos de fortalecer a Colombia, la aísla y la reduce a discurso.

Incluso en giras internacionales, Petro continúa gestionando su perfil personal en X. Las prioridades familiares y emocionales se imponen sobre las de Estado. La diplomacia se diluye en la inmediatez de un trino, y las oportunidades de comercio e inversión se pierden en el ruido del timeline. Cada publicación, más que un mensaje institucional, parece una descarga ideológica.

Desde la llegada de Elon Musk a X, el algoritmo premia la confrontación y la exposición emocional. Petro encaja perfecto en esa lógica: mientras más polémico el mensaje, mayor el alcance. Pero ese alcance no es influencia; es adicción al conflicto. La comunicación presidencial ha dejado de ser un instrumento de Estado para convertirse en un reality digital donde el caos sustituye al liderazgo.

Gustavo Petro no está solo en este fenómeno: el populismo, a derecha e izquierda, ha encontrado en las redes el escenario perfecto para erosionar instituciones desde la emotividad y el antagonismo. Pero en su caso, el problema es más profundo: el discurso digital ha sustituido al gobierno real. En lugar de unir al país desde la palabra, lo fragmenta desde el teclado.

Al final, el algoritmo le responde solo a él. Y en ese eco infinito, el poder se vuelve soledad.

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