Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
El chismerío bogotano —que llena de combustible redes y medios, tratando de volver pecado social condenable el hecho de que el presidente Petro hubiese asistido a un club de striptease en Lisboa— ha dejado pasar desapercibida la estruendosa derrota que sufrió, en la COP30 de Belém, la tesis sectaria de Irene y Petro de prohibir el uso de los combustibles fósiles.
Como esa disparatada teoría de transición energética fue elevada en Colombia al rango de determinación oficial, nos acomodamos a ella y, aunque estamos todos pagando desde ya los efectos económicos de su imposición, ni la Corte Constitucional ni mucho menos los “candidotes” presidenciales —que abundan por docenas— la han convertido en su caballito de batalla contra el mal gobierno.
En la COP30, celebrada hasta el domingo en Brasil, Irene Vélez, fungiendo como ministra del Medio Ambiente y siempre a nombre de Colombia, presentó su teoría para tratar de imponerla en la declaración final de la COP. Yo la vi y oí en un noticiero europeo, hablando en un inglés impecable de Cambridge, predicándole al mundo lo mismo que, como sacerdotisa mayor de la secta, le sirvió para lavarle el cerebro a Petro y para decretarnos la cada vez más absurda prohibición de explorar en busca de gas y petróleo, para así no herir a la madre tierra.
Como era de lógica esperarse, la propuesta de Petro e Irene fue derrotada. Y, aun cuando los progres europeos han querido presentarla como un triunfo de los países petroleros, la verdad —honda y lironda— es que, por gran mayoría, el mundo se negó a aceptar la teoría antiextractivista de nuestro presidente y su ministra, quien dicho sea de paso no se sabe cuándo fue nombrada en propiedad como tal porque, hasta donde se conoció, solo fue encargada del ministerio en su calidad de directora de la ANLA.














