El anhelo de ver a un colombiano liderando la Iglesia Católica Universal ha sido, por décadas, un sueño presente en el corazón de muchos fieles del país. Aunque nunca se ha dado la elección de un Papa colombiano, la historia registra dos momentos clave en los que esta posibilidad pareció estar, si no cerca, al menos en el horizonte de las grandes decisiones vaticanas. Las figuras de Crisanto Luque Sánchez y Alfonso López Trujillo emergen como los dos grandes protagonistas de esta ilusión nacional, marcando la presencia de Colombia en el selecto círculo de los purpurados que han participado en los cónclaves más relevantes de los últimos tiempos.
El primer intento: Crisanto Luque y el cónclave de 1958
Colombia ingresó oficialmente al mapa del alto clero mundial cuando, en 1953, el Papa Pío XII otorgó la birreta roja al entonces arzobispo de Bogotá, Crisanto Luque Sánchez, convirtiéndolo en el primer cardenal en la historia del país. Este hecho no solo representó un reconocimiento a la Iglesia colombiana, sino que abrió la puerta a la participación directa de Colombia en el proceso más reservado y decisivo de la Iglesia Católica: la elección del Papa.
Cinco años más tarde, en octubre de 1958, Luque participó como elector en el cónclave que eligió a Juan XXIII. Aunque por la estricta confidencialidad del proceso jamás se conocieron los detalles de las votaciones, su sola presencia en la Capilla Sixtina, como el único colombiano entre los 51 cardenales electores, encendió la ilusión de que un latinoamericano —y específicamente un colombiano— pudiera alcanzar la máxima dignidad eclesial.
En aquel momento, las voces que apostaban por una renovación desde las periferias del catolicismo encontraron eco en la figura de Luque, aunque el peso geopolítico de Europa seguía siendo determinante. El pontificado, finalmente, quedó en manos del italiano Angelo Giuseppe Roncalli, quien asumió el nombre de Juan XXIII.
El segundo capítulo: Alfonso López Trujillo y el cónclave de 2005
Décadas más tarde, el nombre de otro colombiano volvería a sonar en los pasillos del Vaticano como posible sucesor de Pedro. Se trataba del cardenal Alfonso López Trujillo, quien nació en Villahermosa, Tolima, en 1935 y fue ordenado sacerdote en 1960. Su carrera en la Iglesia fue meteórica: fue arzobispo de Medellín y, posteriormente, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, un cargo de gran relevancia en la estructura vaticana, especialmente durante el largo pontificado de Juan Pablo II, con quien mantuvo una estrecha relación.
Su perfil conservador, su fidelidad doctrinal y su influencia en la Curia Romana alimentaron los rumores de que López Trujillo podría ser uno de los «papabili» —término usado para describir a los cardenales con posibilidades reales de ser elegidos Papa— en el cónclave de abril de 2005, tras la muerte de Karol Wojtyła. Diversos medios especializados, especialmente europeos, señalaron su nombre entre los posibles candidatos, aunque nunca hubo confirmación oficial sobre si recibió votos.
Sin embargo, el peso de las alianzas internas y las tensiones entre las distintas corrientes del Colegio Cardenalicio favorecieron finalmente la elección del alemán Joseph Ratzinger, quien se convirtió en Benedicto XVI. El sueño colombiano, otra vez, quedó truncado.
El simbolismo de un Papa colombiano: más allá del cónclave
La presencia de Luque y López Trujillo en estos dos momentos históricos representa más que una simple anécdota política o diplomática. Es el reflejo de la madurez eclesial de la Iglesia colombiana, que ha contribuido de manera significativa en campos como la teología moral, la defensa de la familia, los derechos humanos y la búsqueda de la paz.
La posibilidad de un Papa colombiano ha sido también un tema de identidad y de esperanza para América Latina, una región que representa más del 40% de los católicos del mundo, pero que históricamente ha tenido escasa representación en los cargos más altos de la Curia.
La elección de Francisco, en 2013, como el primer Papa latinoamericano —argentino y jesuita— avivó de nuevo las expectativas de que la Iglesia mire con mayor atención hacia el sur global. No obstante, hasta hoy, Colombia continúa sin ver a uno de sus purpurados alcanzar la tiara petrina.
¿Sigue vivo el sueño?
Hoy, la pregunta persiste: ¿cuándo podrá Colombia ver a uno de sus cardenales convertido en Papa? El escenario sigue siendo incierto. El Colegio Cardenalicio actual está compuesto por una amplia diversidad de nacionalidades y sensibilidades teológicas, lo que hace impredecible el resultado de cualquier cónclave.
Sin embargo, la memoria de Crisanto Luque y Alfonso López Trujillo permanece como testimonio de la cercanía de Colombia con la posibilidad de ese histórico momento. Más que una simple ilusión, es una invitación a continuar fortaleciendo el liderazgo pastoral, la formación del clero y el testimonio de fe del pueblo colombiano.
Hoy, esa esperanza encuentra un nuevo rostro en la figura del actual cardenal colombiano, José Luis Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia, quien con su estilo pastoral sencillo, cercano al pueblo y comprometido con las causas sociales, representa la presencia viva de nuestro país en el Colegio de Cardenales. Todo indica que estará entre los electores en el próximo cónclave, portando no solo su birreta roja, sino también las ilusiones de millones de colombianos.
Porque si bien el humo blanco aún no ha anunciado un Papa colombiano, la llama de esa posibilidad sigue ardiendo, alimentada hoy por la memoria, la esperanza… y la presencia de quienes, como Rueda Aparicio, caminan entre el servicio humilde y el horizonte de Roma.