Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
El Viernes Santo es un día marcado por un silencio que se siente en el aire. Es un silencio que va más allá de la ausencia de palabras. Es el silencio del corazón, el silencio que nos invita a detenernos y a escuchar con los oídos del alma. En medio del dolor, del sufrimiento de Cristo y de su paso hacia la cruz, encontramos un espacio único para reflexionar sobre el silencio personal que necesitamos para sentir la presencia viva de Dios en nuestras vidas.
El camino de Jesús hacia el Gólgota es, en muchos aspectos, un camino de silencio. Un silencio que no es indiferente ni vacío, sino lleno de propósito, de sacrificio y de amor. Jesús, en su caminar hacia la cruz, nos invita a todos a abrazar ese silencio interior, un silencio que nos permite hacer una pausa en medio del ruido de la vida y abrirnos a la presencia divina.
Este silencio no es un refugio ante el dolor, sino un espacio donde el corazón humano puede resonar con la fuerza de la fe. Es en el silencio donde el ser humano se encuentra cara a cara con su fragilidad, sus luchas y sus anhelos más profundos. Y es precisamente en ese silencio, cuando dejamos de hablar, cuando nos callamos, cuando detenemos nuestra constante búsqueda de distracción, que podemos sentir la cercanía de Dios. Su presencia no siempre se manifiesta en palabras o en gestos grandiosos, sino en los momentos de quietud, en esos espacios donde nos damos el permiso de ser vulnerables y dejar que Su amor transforme nuestra vida.
Caminar hacia la cruz, como peregrinos de esperanza, requiere que abramos nuestro corazón al silencio. La cruz no solo representa el sufrimiento, sino también la redención, la esperanza que brota del sacrificio de Jesús. Al igual que Él, nosotros también somos llamados a recorrer este camino de silencio, a poner nuestra vida en las manos de Dios, a aceptar que, aunque en ocasiones no entendemos el sufrimiento, en el silencio de la fe encontramos la fuerza para seguir adelante.
El silencio de la Semana Santa es un silencio transformador. Al igual que Jesús, que cargó con la cruz por amor a nosotros, somos llamados a llevar nuestras propias cruces con esperanza. Este no es un camino fácil, pero es un camino que nos conduce a la vida, a la paz interior y a la cercanía con Dios. Al permitirnos entrar en el silencio de nuestro corazón, nos convertimos en peregrinos de esperanza, dispuestos a caminar con Cristo, a vivir su pasión y a sentir su resurrección.
Este Viernes Santo, te invito a hacer una pausa en el ruido de la vida y a permitirte vivir el silencio profundo de la fe. Un silencio donde, al igual que Jesús en su camino hacia la cruz, encontramos la presencia viva de Dios. Es en ese espacio donde la esperanza se renueva, donde el amor de Cristo se siente de manera palpable, y donde nos preparamos para resucitar con Él a una vida nueva, llena de fe, de paz y de propósito.