Dios es Trinidad de Amor

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Domingo de la Santisíma Trinidad

Por: P. Miguel Ángel Ramírez González

Hace no mucho tiempo una persona me hizo la pregunta esencial de la fe: Padre, ¿qué es el cristianismo? La respuesta no es sencilla pues no es fácil explicar en una frase todo el misterio de la fe. Sin embargo, le respondí lo siguiente: el cristianismo es la religión en la cual Dios nos ha revelado su amor y su salvación por medio de su Hijo. Vi que en su mirada continuaba con cierta duda, y entonces añadí, sobre todo porque, al paso del tiempo, el cristiano deberá ir descubriendo que nada tendría sentido en su vida si no es por este Dios, que se define como amor: su nacimiento como designio amoroso; a lo que ha sido llamado a este planeta y, finalmente, la muerte como coronamiento y ofrenda final a Dios. Así es, más que una religión de conocimiento se trata de una religión de vida y de encuentro, porque el que se ha revelado es un Dios de vivos y un Dios de amor. El hombre está llamado a consumar y consumir su existencia en este Dios de amor.

El famoso Napoleón Bonaparte que, con su fuerza militar y política cambió el mundo de su tiempo, se atribuye la siguiente frase: “Alejandro Magno, César, Carlomagno y yo hemos construido grandes imperios: pero ¿de qué dependían? De la fuerza. Pues bien, hace siglos, Jesús inauguró un gran imperio construido sobre el amor, y aún hoy millones de hombres quieren morir por Él.” Y tiene razón, porque el Reino de Dios que nos reveló Cristo es el Reino del amor de Dios y de su misericordia. En eso se fundamenta nuestra fe.

Y cuando el cristiano dice que cree en Dios, dice muchas cosas esenciales que deben marcar su vida:

  • en primer lugar, dice que sabe que todo procede de una persona a la que puede llamar Dios Padre, fuente de todo bien;
  • dice que todo ha sido creado y redimido por otra persona que llama Jesucristo, el Hijo Eterno de Dios;
  • y dice que sabe que el Universo es movido y sostenido por la fuerza de ambos que se llama Espíritu. Y los tres los afirma como un solo Dios.

Por eso, más que una fe como conocimiento, el cristianismo es un acto de encuentro y de entrega ante un misterio que se ha revelado y que da sentido a la vida y al morir.

Yo siempre me hecho la pregunta sobre qué es lo que cada persona realmente cree: ¿En qué nivel está la fe de cada uno de los que acuden al templo? La pregunta tiene su razón de ser, ya que, de acuerdo con esa fe, es como podemos responder a lo que vivimos, así como lo que esperamos.

Sinceramente, creo que una persona que vive su fe sólo “cuando le nace”, o solamente en algún episodio importante de su vida como nacimientos, bodas o muertes, difícilmente entenderá lo que significa orientar la vida hacia el Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. En las presentaciones matrimoniales, cuando les pregunto a los novios sobre su fe, es común que algunas personas digan: “soy una persona creyente, pero no acostumbro a ir a Misa, ni a recibir los sacramentos, sino que me gusta rezar en mi casa y en privado”. Cuando me dicen eso, pienso: ¿Eso es fe? Mi respuesta siempre es: No lo creo, es creencia, pero no fe. Es como si un pez dice que es pez, pero tiene fobia al agua y no quiere vivir en ella; es un absurdo. Para el creyente creer es vivir en la fe y por la fe; y vive creyendo que Dios da sentido a todo.

No todas las respuestas las obtendremos en esta vida, pero, así como una luz de una vela se va consumiendo, dejando su estela de luz y calor, así el hombre percibe al paso de los años pedacitos del misterio de Dios, que deberá luego reflejar en su vida.

El Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, comentó en 1978, el caso de las religiosas carmelitas muertas por el fanatismo de la revolución francesa. Eran 16 religiosas de clausura en Compiègne, Francia. En el proceso se hizo oír la condena: “A muerte por fanatismo”. Y una religiosa, con gran sencillez, preguntó: “Señor Juez, por favor, ¿qué quiere decir fanatismo?”. Y el Juez respondió: “Es su estúpida pertenencia a la religión”. Ella, dirigiéndose a las hermanas les dijo: “¡Hermanas!, ¿han oído? Nos condenan por nuestra adhesión a la fe. ¡Qué felicidad morir por Jesucristo!”. Les hicieron salir de la prisión de la Consiergerie, las obligaron a subir a la carreta fatal; durante el camino entonaban cánticos religiosos. Al llegar al palco de la guillotina, unas tras otra fueron arrodillándose ante la superiora y renovaban el voto de obediencia. Después entonaron el “Veni Creator” (al Espíritu Santo). Pero el cántico se iba haciendo más débil, a medida que las cabezas de las religiosas caían, una tras otra, bajo la guillotina. Quedó la última, la superiora, Sor Teresa de San Agustín. Y sus últimas palabras fueron éstas: “El amor saldrá siempre victorioso, el amor lo puede todo” …”.

Así es, “Dios es amor” que vence todo, como dice San Juan, y es el amor a quien llamamos Santísima Trinidad. Por cierto, esta historia de las monjas la relata con gran dramatismo el poeta francés, Georges Bernanos, en su obra de título: “Diálogo de Carmelitas”.

Hermanos, no es indiferente saber cómo es Dios ya que si Él nos ha querido manifestar su misterio es porque nos quiere hacer partícipes de esa vida divina, que es amor. Se trata de que contemplemos y adoremos a un Dios Padre Creador y fuente de todo bien; que amemos y sigamos a su Hijo, que es hermano, amigo cercano, presente, servicial, humilde, comprensivo y redentor; y el Espíritu Santo como fuerza de nuestra vida interior, como alma que anima y vivifica desde lo profundo de nuestro ser. La fe nos coloca en el ámbito de la luz donde Dios nos revela su amor no solamente al darnos vida (¿por qué existo?), sino también su terco amor que se convierte en salvación por medio de su Hijo para compartir su vida divina y conjuntarla con nuestro destino.

La vida de fe nos debería ir llevando, poco a poco, a conocer más y más a Dios. Este conocimiento de Dios nos debería hacer vivir de un modo sencillo pero diferente. Las carmelitas de Compiègne no eran fanáticas lunáticas, sino creyentes que estaban dispuestas a dar testimonio de su fe en Dios con su propia vida, y llegaron al final, apoyadas por la fuerza del Espíritu Santo, que mencionaba Pablo en la Carta a los Romanos (5, 1-5).

Recuerdo que con mi sobrinito que tenía en aquella época seis años (y que ahora ya es papá de una nena), caminábamos por la playa y se me ocurrió pedirle que le dijera algo a Dios, que nos regalaba tan bello paisaje. Con palabras sencillas dijo: “Gracias, Papá Dios, porque me quieres mucho”. Y ese día supe que se trataba de una oración perfecta y que nacía de un corazón verdaderamente agradecido y puro.

La Santísima Trinidad es un misterio, del que apenas podemos decir algo, aunque sí lo podemos vivir en toda su fuerza cuando amamos a Dios “con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras fuerzas”.

Regresando a la pregunta del joven sobre la religión y sobre Dios. Recuerdo que le dije que, si deseaba tratar de entender a Dios, debería leerse las parábolas de Jesús, sobre todo la llamada “del hijo pródigo” que nos regaló san Lucas (15, 11-32). Cuando se termina de leer se entiende que, sobre todos los atributos que le podemos dar a Dios, está la del perdón total y el de la alegría por poder compartir su casa y riquezas con sus hijos, en especial con aquellos que, arrepentidos, regresan a sus brazos. A pesar de todo el mal que circula por todos lados, y las debilidades de cada uno de nosotros; a pesar de nuestras culpas y penalidades, Dios nos dice cada día: “tenemos que alegrarnos y hacer fiesta”.

Sí, hermanos, acercarse al misterio de la Santísima Trinidad exige tener el corazón sencillo de las monjas, o puro, como el del niño, y no la mente y el corazón del adulto desengañado y soberbio. Jesús nos acercó el misterio de Dios y nos regaló al Espíritu Santo para poder vivir la fe de modo humilde y amable. Por eso, como el Padre Joaquín Antonio Peñalosa, podemos creer que “es más fácil acercarse a Padre Dios que definirlo. Más fácil rodearlo con un abrazo que aprehenderlo con un silogismo. Padre Dios es lo más misterioso y lo más cariñoso” y es a Él a quien oramos, por Cristo en el Espíritu Santo.

Y aprovecho para felicitar a los papás en este domingo pues, providencialmente, les celebramos su día. Papás, podemos decir que no se trata de que crean que Dios es Padre como ustedes, sino que ustedes deben de buscar parecerse al Padre Bueno. Tarea importantísima, pues gracias a la imagen de los padres que dan a sus hijos, el ser humano asume la belleza de la vida e identidad personal, y se forja la imagen de Dios en su conciencia.
Ahora que la ideología de género ha querido borrar este festejo del “día del padre”, pues dice que es una invención de la sociedad machista2, cumpliendo lo que Lacan profetizaba al señalar que vivíamos en la época de “la evaporación del padre”; pues es ahora cuando más celebro que podamos recordar y festejar a nuestros papás3. Zenaida Bacardí, ya anciana, recuerda a su papá, y todo lo que él significó para ella; le escribe a la memoria de su padre:

Mi padre.

Para mis hermanos, es el que pone orden en todo. Para mi madre, es el sol de la casa. Para mí, es la persona en quien se puede siempre confiar.

Es el temor de todo lo que merece reprobación, el impulsor de todo lo que merece estímulo y la recompensa de todo lo que merece un premio.

Mi padre tiene el corazón valiente, el alma dulce y la voluntad de acero.

Es el previsor de todo lo que todavía no alcanzamos a ver, el rescatador de nuestros apuros y el proveedor de nuestras necesidades.

Es el artífice de las decisiones, el firmante de las calificaciones, el jardinero de las flores, el carpintero de todo lo que se descompone ¡y el chofer para llevarnos a la escuela!

Es fuerte, rotundo, decidido… pero yo lo he visto inclinarse ante mi madre, cerrar la casa por la noche, dejar el dinero sobre la mesa, besarnos después de acostados, y dar gracias a Dios por el amanecer de cada uno.

Yo lo he visto, año tras año, luchar por el hogar, vivir para los hijos, practicar la misma fe y amar a la misma esposa.
Yo lo he visto llorar escondido cuando hay enfermos, festejar los cumpleaños y sonreír cuando estamos felices.
Yo lo he visto llegar cansado y repasarnos la lección, dejar a los amigos para vernos jugar a la pelota, llegar la Navidad y no comprar nada para él.

Parece un niño cuando juega, un sabio cuando discurre, un soñador cuando proyecta, un maestro cuando ilustra, un filósofo cuando interpreta la vida …

Mi padre, cuando tiene un secreto, lo guarda; cuando hace una promesa, la cumple; cuando tiene un amigo, lo conserva; cuando lo agobia una pena, se calla; cuando falla, rectifica camino, y cuando se ofusca, sabe pedir perdón.
A los hijos se los sube al hombro, sin que le pesen… como si llevara un tesoro. A la esposa la lleva a su lado como si fuera el mayor regalo de Dios…

Tiene la particularidad de no agrandar la cruz en los pesares, de no hacerle crecer espinas a los deberes, y de no oscurecer el horizonte por las pequeñas batallas de todos los días.

Nunca reclama lo que dio, ni saca a relucir su sacrificio, ni pasa recibo, ni saca cuenta. ¡Con él todo está saldado!
Estoy seguro de que la mejor madera sale de su tronco, que la mejor rama sale de su raíz, que el mejor abono sale de su tierra y el mejor fruto sale de sus manos.

No nos trata como a seres perfectos ni como a criaturas imposibles. Nos trata como a seres humanos, con muchas aristas que pulir y muchos defectos que eliminar.

Nos enseña que lo peor de las caídas es no saber levantarse, que lo peor del dolor es no saber sufrirlo, y lo peor de la vida es no saber aprovecharla.

Mi padre nunca les deja la escalera libre a los hijos, hasta que no le acaben de pulir bien los escalones. No toma a la ligera la misión de formarnos. No admite en alguna tarea se abandone, ningún descuido, ninguna laguna, ninguna tregua. Siempre da el ejemplo de persistencia.

Siente que se le ha confiado una misión tan grande a su vida, que nunca la podría abandonar.

Los hijos, dice siempre, son una labor de incubación, de construcción, de piedra firme y de años de espera. Pero ver crecer la obra paga, según él, todos los sacrificios.

Este hombre tan entregado no publica la bondad: es bueno. No hace alarde de sus obras: las ejecuta. No pregona la justicia: es justo. No dice lo que es el amor: nos ama.

Este hombre no va recitando la Biblia por la calle: va dando testimonio con su proceder, es decir, la vive.
No es padre porque nos da el nombre, sino porque se da a sí mismo. No es padre porque paga, sino porque cuida.
No es padre porque manda, sino porque conduce.
No es padre porque nos engendró, sino porque su corazón nos hace crecer.
No es padre porque estamos bajo su tutela, sino porque nos enseña la diferencia entre el “tener” del “ser”.
No es padre por ser la autoridad en la tierra, sino porque nos hace vivir, a cada uno, el poquito de Dios que llevamos dentro.

Mi padre recibe las penas como si su espalda fuera de roble. Y concibe la felicidad como si siempre pudiéramos alcanzarla. Dice que Dios da la felicidad a todo el mundo, pero en materia prima, y nosotros tenemos que construirla; la da en espacios, y nosotros tenemos que llenarlos; la da en pequeñeces, y nosotros tenemos que darles valor; la da en ilusiones y nosotros tenemos que volar con ellas.

Se siente creador, transmisor, trabajador y padre. Edifica el alma de los hijos como se construye una catedral: con mucha luz, muchos cristales, aspirando a la cúpula ¡y levantando la cruz en su cima!

Mi padre lleva dentro mucha ternura y sabe cuándo darla; mucha experiencia, y sabe cómo aplicarla; mucho aplomo, y sabe cómo comunicarlo.

Y para mí, tiene también mucho de adivino, porque sin decirle nada, siempre sabe lo que nos está pasando. ¡Ese es mi padre!

¡Queridos papás, felicidades en este día!
Hoy agradezcamos a Dios el don de nuestros padres, y pidamos que derrame su gracia en ellos, si viven, o que los llene de dicha eterna, si están ya con Él.

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