Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Con el mismo desprecio con que no quisieron levantar entusiasmo por la selección sub-20, los medios y redes colombianos han dejado pasar, sin destacar, las gigantescas manifestaciones contra Trump en 50 estados y 2.700 ciudades de los Estados Unidos. Fueron millones de personas las que se ven en las fotografías y videos gringos, que se manifestaron el sábado contra la administración del emperador de Washington bajo el lema NO KINGS.
Había toda clase de carteles y pancartas. Una de ellas decía: “Perdón por ser raro, esta es mi primera dictadura”. Otra golpeaba la historia: “No hay reyes desde 1776”.
De la misma manera, medios y redes se han invadido en Colombia de un temor reverencial desde el domingo, cuando Trump llamó “líder de narcotraficantes” a Petro y amenazó, desde el avión presidencial, con castigarnos con duros aranceles a nuestros productos. Por todos lados surgen palabras y frases para bajar el tono, para desescalar el conflicto, para que tengamos serenidad y busquemos las vías diplomáticas.
Está bien que el sopapo haya dejado mudos a Petro y a sus robagallinas, pero ¿por qué no se levanta la voz de ningún aspirante a líder, de entre el centenar de candidatos a la presidencia, para gritarle a este país ofendido —aunque no dormido— que Trump nos maltrata porque Petro se lo buscó?
¿Acaso no es tan injusto que el emperador llame al presidente “líder del narcotráfico”, si ha sido él, y solo Petro, quien inventó e implementó la “paz total” para amarrarle las manos a las Fuerzas Armadas y darles rienda suelta a todos los ejércitos de traquetos que cuidan las zonas de producción de cocaína?
Trump no es una monja de la caridad; es un bandido ambicioso de tiempo completo. Pero un tipo de esos, toreado por la bocina neoyorquina del presidente colombiano pidiéndole a sus soldados que no le obedezcan, tiene con qué justificar —en su ambigua moral— el condenar a Petro.
El lío acá es el muy colombiano: silencio solidario que castra el juego político.