Un Amigo Verdadero parte al cielo: Adiós al Dr. Guillermo Mejía Mejía

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Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias

Hay despedidas que se sienten como un vacío profundo, como un silencio que duele porque nos falta la voz de quien fue luz y guía. Así es el adiós que hoy nos duele en el alma: la partida del Dr. Guillermo Mejía Mejía, exmagistrado, jurista brillante, hombre de profunda fe, pero, ante todo, un verdadero amigo.

Es difícil escribir estas palabras cuando un amigo muere, cuando el dolor embarga el corazón y las memorias se agolpan intentando rendirle el homenaje que merece. Conocí al Dr. Guillermo hace más de diez años, cuando lo escuchaba en la radio, en los espacios de análisis que acompañaba junto a César Pérez Berrío. Pero no fue sino hasta 2017 que la Providencia, como obra de Dios, nos unió en una amistad entrañable. Un encuentro fortuito, cuando me ofrecí a llevarlo a casa, abrió las puertas a un camino fraterno donde descubrimos que compartíamos un mismo carisma: el amigoniano. Ambos marcados por la huella de los terciarios capuchinos, ambos enamorados de la Iglesia y sus enseñanzas.

Desde entonces, los momentos compartidos fueron escuela de vida. Tertulias profundas, cafés sencillos, rones que animaban la conversación y, sobre todo, un cúmulo de lecciones de humildad y sabiduría. El Dr. Guillermo —a quien por respeto siempre llamé así— fue un maestro silencioso, de esos que enseñan con el ejemplo. Me acogió como un hermano en la fe y en la amistad, y tras la muerte de mi padre en 2021, fue uno de los brazos que me sostuvo. Con su esposa Alejandra, me brindaron en su finca de Sopetrán un refugio para mitigar el dolor y recuperar la esperanza.

Su apoyo no se limitó a la amistad. Fue él quien, con generosidad de espíritu, me animó a escribir, a opinar, a ser valiente en las ideas. Sus palabras alentadoras sobre mis columnas, sus consejos sobre política y temas de Iglesia, sus análisis llenos de rigor y fe, todo eso sembró en mí el deseo de seguir aprendiendo y aportando. No buscaba protagonismo; buscaba sembrar, acompañar, construir.

Hoy que su partida nos deja el eco de su voz en el recuerdo, me duele aceptar que no volveremos a escucharlo en la radio, ni a leer sus reflexiones llenas de lucidez y respeto. Me queda el consuelo de haber compartido con él hermosas anécdotas: sus historias de fraile en formación, sus travesuras de seminarista, sus enseñanzas de jurista, creyente y ser humano excepcional.

Gracias, Dr. Guillermo, por su amistad, por su testimonio de vida, por su fe sin alarde y su entrega generosa. Gracias por enseñarme tanto sin pretenderlo. Dios le reciba en su casa, allí donde ya no hay despedidas, y donde su voz buena y amiga resonará para siempre.

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