ELECTRICODEPENDIENTES – Crónica de Gardeazábal

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Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

Con el ejemplo español del apagón intempestivo que casi duró 24 horas, hemos constatado que, aquí en Colombia, si nos pasa algo igual, los cajeros no van a funcionar. Solo el efectivo guardado debajo de los colchones será la salvación.

Los bancos quedarán inutilizados; la compra y venta de cualquier cosa se verá obstaculizada porque o no se puede pagar con tarjeta, o no pueden expedirse las facturas. Se apagarán los semáforos. Dejarán de funcionar los peajes en las carreteras. Las gasolineras no podrán vendernos combustible. Las ventas de tiquetes para los sistemas de transporte público motorizado dejarán de venderse para los buses que transiten mientras se les acaba el combustible.

El Metro de Medellín no funcionará. Tampoco los cables aéreos. Aeropuerto que no tenga planta eléctrica propia no podrá servir ni para aterrizar ni para despegar aviones. Los congeladores de carne, los enfriadores de frutas y las neveras hogareñas cesarán en sus funciones. Los computadores y los celulares se irán apagando lentamente y pagarán la más alta cuota imaginada de incomunicación.

Los ascensores dejarán de funcionar en los edificios donde no tengan planta de emergencia, y esas plantas cesarán en su función cuando no haya quién, o cómo, proveerlas de combustible. Muchos acueductos no podrán bombear el agua a sus usuarios, y otros alcantarillados devolverán las aguas negras por no tener cómo succionarlas.

Será el apocalipsis de la civilización eléctrica. Volveremos a la Arcadia… pero no tan feliz.

En Colombia, aun cuando estamos acostumbrados a los apagones temporales y fuimos capaces de resistir el racionamiento de Gaviria hace 35 años, lo que acaba de suceder en España —cualquiera que haya sido la causa— nos debe poner a pensar en lo que nos puede pasar por estas épocas, cuando todo lo hemos sometido al uso de la electricidad, y al menos imaginarnos lo que debemos tener en la reserva para subsistir.

Somos electricodependientes.

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