Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias
El día de ayer, cayó en mis manos un documento titulado “Reporte Double Check”. Al leer el nombre pensé: “qué buen título para hablar de política”. Porque eso es, en el fondo, lo que necesitamos hacer todos los colombianos: ponerle un doble check a lo que oímos, vemos y creemos de los políticos que hoy llenan las redes, los noticieros y hasta nuestros grupos de WhatsApp. Y es que el informe, elaborado por FCB/FRST y Vali Consultores, no solo mide cuántas veces mencionan a los candidatos, sino que desnuda una realidad más profunda: la política colombiana se volvió un concurso de ruido, donde la gente aplaude más el escándalo que las ideas, y donde la emoción vale más que la razón.
El reporte analiza las tres grandes orillas políticas: izquierda, derecha y centro. Y aunque todos creen tener la razón, lo que se ve es que cada sector habla más de los otros que de sí mismo. El presidente Petro, por ejemplo, sigue siendo el gran protagonista de la conversación nacional, incluso cuando no es candidato. Logra que todos le respondan. Los de derecha lo contradicen, los de centro lo comentan y los de izquierda lo defienden. En otras palabras: él marca la agenda y los demás bailan al ritmo que él toca. Del otro lado, la derecha se pelea consigo misma. Cada candidato cree ser el salvador de la patria, pero entre tantos “salvadores” no hay quién salve la causa. Las divisiones internas, los egos y la falta de un relato común los están dejando sin alma colectiva. Y el centro, ese que debería unir y equilibrar, parece más bien un barco sin timón: técnicos, sí, pero fríos; preparados, pero sin emoción. Como decía un viejo político: “en Colombia el que explica pierde”. Y el centro vive explicando.
El informe muestra algo preocupante: el compromiso emocional de la gente, el famoso engagement, no depende de las propuestas, sino del escándalo del día. Mientras María Fernanda Cabal o Daniel Quintero consiguen miles de menciones con frases incendiarias, otros que intentan hablar de salud, educación o seguridad apenas generan unos cuantos comentarios tibios. Eso demuestra que la política se volvió una pelea de narrativas, no de proyectos. Y el que mejor manipule la emoción —ya sea miedo, rabia o indignación— gana visibilidad. Pero ganar visibilidad no es lo mismo que ganar confianza. Estamos ante candidatos que logran encender la conversación, pero no el corazón del pueblo.
Si esto fuera una obra de teatro, podríamos decir que la izquierda tiene el libreto más ensayado: sabe cómo provocar, cómo victimizarse y cómo convertir cualquier golpe en aplauso. La derecha, en cambio, parece un elenco que improvisa en escena: unos gritan, otros se contradicen y algunos hasta se lanzan tomates entre sí. Y el centro… el centro es ese personaje que todos olvidan que está en la obra. Está ahí, pero no emociona, no molesta, no inspira. No hay relato común. No hay propósito compartido. Solo hay estrategias sueltas, cada una tirando para su lado. Y así, como país, seguimos caminando en círculos: repitiendo los mismos discursos, las mismas promesas y los mismos enemigos de siempre.
El Reporte Double Check dice que los picos de visibilidad en redes son coyunturales: duran unos días y se apagan. Y tiene razón. Porque una campaña sin propósito no puede sostener una conversación permanente. No se trata de tener más seguidores, sino de tener más sentido. No es publicar cada día, sino decir algo que valga la pena recordar. El país necesita menos influencers políticos y más líderes con causa. Hombres y mujeres capaces de mirar más allá del titular del día y hablarle al alma de la gente, no solo a su rabia o a su miedo. Necesitamos que la política vuelva a ser una conversación sobre el país que soñamos, no un concurso para ver quién insulta más bonito.
Y ahí es donde entra el verdadero sentido de ese “doble check”. No el que aparece en WhatsApp cuando el mensaje se entrega, sino el que nos toca poner en nuestra cabeza y en nuestro corazón antes de creer cualquier cosa. Porque los políticos pueden manipular el discurso, pero somos nosotros los que decidimos qué eco darle. Antes de compartir un video o defender un candidato, deberíamos preguntarnos: ¿esto aporta algo al país? ¿o solo alimenta la división? ¿estoy defendiendo ideas o personajes? ¿estoy votando por el que grita más o por el que propone mejor? Si como ciudadanos no hacemos ese double check mental, seguiremos siendo parte del juego y no del cambio.
Después de leer el informe, me queda una sensación clara: Colombia está llena de candidatos que quieren tener razón, pero vacía de líderes que quieran tener sentido. Las redes no votan, la emoción sola no gobierna y los escándalos no construyen futuro. El verdadero reto de las próximas elecciones no será quién logre más menciones en Twitter o más “me gusta” en TikTok, sino quién logre reconectar con la gente real, la que no escribe trinos, pero sí llena las urnas. El día que tengamos un candidato que logre eso —hablar con verdad, emocionar sin manipular y unir sin gritar— ese día la política volverá a tener corazón. Hasta entonces, seguiremos haciendo lo que el informe dice: midiendo el ruido, no el rumbo.