LA PAZ DE SANTOS RESULTÓ CHIMBA – Crónicas de Gardeazábal

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Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

Fuimos muchos los colombianos que nos ilusionamos con la paz que Santos propició y firmó en La Habana. Somos hoy día demasiados los compatriotas que nos estamos convenciendo de que nos engañaron, y que tenían razón aquellos que repicaron, una y otra vez, que todo ese montaje era fatuo y solo buscaba la adjudicación del premio Nobel al señor Santos.

En las últimas 48 horas la paz de Santos se ha desmoronado precipitadamente. Como lo que se implementó para sostenerla no pasó de ser un escaparate santafereño, como tantos otros a los que la historia colombiana les abrió campo desde cuando Bolívar y Santander se enfrentaron, el país ha terminado por convencerse de que esa paz resultó chimba.

La plena coincidencia en los análisis desde distintas orillas ideológicas, sobre cómo el garrotazo de la descertificación gringa estaba cantado desde cuando la avaricia absoluta con que el Acuerdo de La Habana se abstuvo de incluir siquiera cuatro renglones para coger por los cachos el negocio del narcotráfico, implica unívocamente que tanto Santos como los que negociaron con las Farc se negaron a admitir la realidad apabullante: el negocio de la coca era el verdadero sostén de la guerrilla, y ni siquiera lo manosearon.

Veinticuatro horas después, cuando catastróficamente gringos y colombianos coincidimos sobre el impulso que se le dio al narcotráfico con el pacto de paz habanero, se viene el fallo de la JEP sobre la actuación criminal de los jefes de las extintas Farc, y resulta ser más enternecedor que justo, más vituperable que explicable.

En pocas palabras, la paz de Santos, pivoteada para ganarse el Nobel, se vino abajo en un par de días porque se constató que no solo impulsó al máximo el negocio del narcotráfico hasta ganarnos la descertificación, sino que fue incapaz de administrar una justicia siquiera creíble. Lo que hizo fue cambiar los frentes guerrilleros por los ejércitos de los traquetos.

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