Por: Rafael Rodríguez-Jaraba
Vivimos tiempos de mentira, posverdad, anarquía y caos. Si algo es falso e ilusorio, es el llamado Progresismo, que no es más que un intento solapado por revivir el anacrónico y retardatario Comunismo, tan solo bueno para sembrar fallidas ilusiones y esperanzas, y cosechar desengaño, frustración y pobreza.
Los auto llamados Progresistas de ahora, como Petro y su banda, distorsionan y degradan lo que alguna vez fue una doctrina política, orientada al logro del llamado Estado de Bienestar dentro de la democracia; doctrina que propende por el desarrollo integral, como resultado de la expansión económica que causa aumento del recaudo fiscal, y exige austeridad en el gasto, eficiencia en la inversión y mejor redistribución del ingreso, pero, sin restringir, obstruir ni hostigar, la economía de mercado y sus derechos implícitos como son, el de libre asociación, a la iniciativa y a la propiedad privada.
No siendo poca la desfiguración de esta doctrina de estirpe francesa, también llamada Reformismo, los falsos predicadores progresistas de ahora, pretenden con sus obtusas y empíricas prédicas, soterradamente entronizar el descuadernado y fallido socialismo, mediante la gradual estatización de la actividad económica y el debilitamiento del sector privado.
Prueba de lo anterior, son los abusos de las superintendencias, las que antes que contribuir al aumento y fortalecimiento del sector productivo, se dedican a asediar, intimidar y sancionar empresas, en clara violación del orden constitucional ilegal, y en desvergonzado abuso de las funciones de inspección, vigilancia y control que les asigna la ley.
Muchos no han entendido que, la razón del prolongado silencio del sector empresarial ante los desmanes y disparates de Petro, es la persecución de las superintendencias a los empresarios de los sectores de la salud, la seguridad, el transporte, la industria, el comercio y el mercado en general.
Los falsos Progresistas de ahora, posan de redentores de la libertad e intentan mostrarse como pioneros, líderes y promotores del desarrollo sostenible y de la protección del medio ambiente, y dentro de este, de las especies vivas, los recursos naturales y el clima, y, como agregado, de la llamada transición energética.
Contrario a lo que afirman estos seudo ambientalistas que posan de Globalistas, para hacer de la sociedad una manada dócil de borregos fácil de adoctrinar y malear, deliberadamente ignoran que, desde tiempos inmemoriales, el desarrollo sostenible ha sido preocupación permanente del capitalismo democrático, el que antes que restringir la libertad económica la ha promovido en armonía con el medio ambiente, y, en defensa de él, abogando por el uso racional y la reposición de los recursos naturales; la protección de la biodiversidad; el control, mitigación o abatimiento de las emisiones de dióxido de carbono, y; la creación y desarrollo de fuentes de energías neutras que sean más eficientes, al igual que de instrumentos económicos que las financien.
No es admisible que las regresivas prédicas mal llamadas progresistas, que carecen de fundamento científico y contenido útil y práctico, pretendan detener el desarrollo y avance de las naciones, y menos, de las más pobres, máxime, si estas disponen de recursos naturales renovables, e inclusive, no renovables como al parecer son, el petróleo, el carbón y el gas, para alcanzar su desarrollo.
La mayoría de los seguidores de los falsos Progresistas, que para cautivarlos se disfrazan de tercermundistas o ambientalistas, no saben que, el globalismo es un atentado contra los principios de soberanía nacional, autodeterminación e impenetrabilidad territorial y legal de las naciones, así como una degradación de la naturaleza humana, y una amenaza a la libertad, la democracia, y a la iniciativa y propiedad privada.
Con el advenimiento del progresismo globalista, lo que en realidad se busca, es crear la cuarta ola del comunismo, la que, antes que formarse, cada día se desvanece como resultado de los desvaríos que propugna.
Es por eso que la sociedad civilizada, no debe guardar silencio o ser indiferente ante tamaño despropósito, como tampoco, permitir que las nuevas generaciones y los ciudadanos desinformados, ingenuos o incautos, caigan en manos de los enajenados promotores del perverso credo comunista, ahora, solapado bajo los nombres de tercermundismo, progresismo y globalismo.
Y es que, en Colombia, tenemos de presidente, a un solapado comunista que funge de progresista, globalista o tercermundista, así como de defensor del medio ambiente, y quien, más que gobernar, lo que hace es activismo y gala de dislocadas ocurrencias que denotan su invencible ignorancia, incapacidad y torpeza, al punto de atreverse a proponer que la nación acoja el Modelo del Decrecimiento, solo concebible en mentes estrechas o infortunadamente atrofiadas.
Contrario a lo que este remedo de presidente ha pretendido, Colombia debe promover y aumentar la exploración y explotación responsable y sostenible de yacimientos petroleros y gasíferos y, en menor medida, de carboníferos, así como prospectar, diseñar e iniciar la ejecución proyectos de generación de energías inocuas para el medio ambiente, que consoliden la seguridad y la independencia energética, de manera que gradualmente sustituyan la generación de energía térmica, y a mediano plazo, permitan disponer de suficiente oferta energética, para con ello, lograr la reducción del abusivo precio, tanto de los combustibles, como del suministro industrial y domiciliario de energía y gas.
Colombia debe escuchar la ciencia, reconocer la evidencia y rechazar las sentencias ignorantes y fatalistas de los promotores de un ambientalismo globalista que es rudo e implacable, frente al uso legal de los recursos naturales, e indolente o complaciente con la destrucción de ellos.
Estos falsos ambientalistas guardan silencio cómplice ante la deforestación de selvas, bosques nativos húmedos, bosques tropicales secos, parques nacionales y reservas campesinas, a causa del aumento exponencial de los cultivos ilícitos. También guardan silencio, ante la multiplicación de factorías de narcóticos que contaminan y vierten precursores y desechos químicos letales.
Nada dicen ante la minería ilegal que destroza la geografía y contamina con mercurio y cianuro las cuencas hidrográficas y las riveras de los ríos.
Son indiferentes ante la voladura de los oleoductos y el derrame de crudo, que aniquila especies vivas, e infectan las aguas de las que luego se sirven muchas comunidades y cultivos lícitos.
Nada les importa el incumplimiento de leyes y sentencias en favor y defensa del medio ambiente y son amigos de la fumigación con glifosato de cultivos lícitos, pero no de los ilícitos.
Sin asomo de recato, se congracian con Petro, cuando anuncia comprar cosechas de coca, para con ello, incentivar su cultivo, promover la violencia y dañar la sociedad.
Tampoco, nada les preocupa la pérdida de gobernabilidad del Estado en vastas zonas de la geografía nacional, como consecuencia de la presencia de bandas criminales dedicadas a destruir el ecosistema.
Ante este desolador panorama, Colombia necesita alternativas viables y soluciones reales para detener la degradación ambiental, en cambio de insistir en vacuos, predecibles y fatalistas diagnósticos ya conocidos, como son los que propala Petro y su banda de corifeos.
El próximo gobierno debe recuperar la capacidad de exploración y explotación de petróleo y gas; aumentar la producción de combustibles; ensanchar la infraestructura energética hídrica; promover la generación mediante sistemas solares, eólicos y fotovoltaicos, y, especialmente, erradicar la minería ilegal, y diseñar y articular una vigorosa política de erradicación y sustitución sostenible de cultivos ilícitos, lo que exige la recuperación de la gobernabilidad y el orden público en los territorios ocupados por bandas narco criminales.
La redención de Ecopetrol no da espera, y estará condicionada al nombramiento de una junta directiva conformada por especialistas con experiencia, y de un gerente preparado y capaz, y no de un indelicado comodín como el de ahora. De igual manera, su futuro estará sujeto a una reestructuración que permita que la producción y venta de los combustibles que refina, sea competitiva, de manera que sus precios se reduzcan y dejen de estar nivelados con los de los combustibles importados.
Es inaceptable, y causa justa inconformidad, el oneroso impuesto que pagamos los colombianos por los combustibles que mayoritariamente producimos, y peor aún, que haya quienes propongan que se otorguen subsidios para financiar su pago.
A Colombia le debe llagar la hora de la racionalidad, de la coherencia y de la consistencia de sus políticas públicas. A Colombia le debe llegar la hora de la reconstrucción de su democracia, de su avance y de su consolidación.
No podemos seguir siendo la nación donde la sinrazón sea la razón, y la cuna mundial del narcotráfico, la corrupción, la incapacidad, el despilfarro, la violencia y la muerte.
Colombia debe consolidar y fortalecer su sistema republicano; recuperar la seguridad; restituir el respeto por la autoridad; recomponer su economía; retomar el sendero del desarrollo, y; hacer que sea posible la esperanza del progreso.
Lo mejor que habremos hecho los colombianos, es lo que aún tenemos por hacer, y será, elegir a una mujer estadista que vuelva a gobernar y nos haga sentir gobernados, y, de hacerse, los mejores días de Colombia estarán por venir.
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*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado. Esp. Mg. LL.M. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.