Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Un grupo de pereirutos, reducidos cada vez más en su visión, está proponiendo construir un nuevo aeropuerto para su ciudad en el Valle de Risaralda, a 50 kilómetros del casco urbano. La terquedad territorial les impide haber pensado primero en usar el aeropuerto Santa Ana de Cartago, construido en alto porcentaje y, por estos días, en mínimo funcionamiento, a solo 10 kilómetros del actual Matecaña.
La ambición de chuparse los contratos que se desprenderían de la compra de terrenos, de la construcción y de la implementación es superior a la razón lógica. El pereirano más importante, el doctor Juan Guillermo Ángel, al denunciar la estupidez en su columna del lunes pasado, nos cuenta que la idea ha surgido porque el aeropuerto Matecaña debe ser devuelto a la ciudad, ya que la APP que lo tiene, al recibir el triple de pasajeros para los que fue pactado, se enfrenta a una de las dos causales establecidas de terminación automática del contrato.
Obviamente, como está vigente el ejemplo que ha dado Manizales, pretendiendo construir insistentemente el aeropuerto de Palestina, a los pereirutos no se les ocurrió que una sociedad comercial entre Pereira y Cartago la permite y patrocina la ley, y que, adecuando con las especificaciones técnicas exigidas al terminal y la torre de control de Santa Ana, se ahorrarían una millonada y un tiempo demasiado considerable para reemplazar al añejo Matecaña.
Por supuesto, la sinrazón que permitió desbaratar a Caldas en tres departamentos, porque Manizales, Armenia y Pereira debían tener cada una obispo, gobernador y aeropuerto, parece que sigue vigente. Antes, entonces, que impedir la consolidación de la idea pereiruta, deberían los alcaldes de Cartago y Pereira, los gobernadores de Valle y Risaralda, y de pronto hasta los congresistas de una y otra región, precipitar la constitución de la Sociedad Aeropuerto de Santa Ana, en donde Cartago aporte lo físico y Pereira la plata para adquirir las novedades tecnológicas.
