La casa de mis novelas – Crónicas de Gardeazábal

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Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

El pasado lunes sepultaron en Tuluá a Álvaro Marmolejo Varela, quien fue durante medio siglo dueño del legendario y centenario Teatro Sarmiento y de la casona de La María, en la vereda La Ribera, en el camino al Picacho. Ese lugar fue epicentro de la familia Gardeazábal desde fines del siglo XIX hasta 1949, cuando murió el abuelo Marcial.

Ante la noticia, he pensado mucho en esa casa, porque es el espacio obsesivo de dos de mis novelas: El bazar de los idiotas y El papagayo, la cual por estos días emprende vuelo con mucha fuerza. Allí, en esa casa descrita desde afuera en la novela de los hijos idiotas de Marcianita Barona, es donde se aparecen en el balconcito a masturbarse y a hacer milagros en el momento del orgasmo. Allí su hermano bastardo, Nemesio Jojoa, les lanza la bomba que pone punto final a su carrera milagrosa.

Para realizar la telenovela que montó la inolvidable Martha Bossio con María Eugenia Dávila, estuvimos ellas y yo recorriendo la casona que Marmolejo nos mostró con gran cordialidad, y que yo no visitaba desde muy niño pero recordaba en mi a veces asustadora memoria.

No he vuelto a la casa de mis novelas, pero en El papagayo tocaba violín la recreo de una y otra manera: con sus patios y sus laderas, su quebrada y sus mangones. Allí hago vívido el rígido método diario del abuelo, que todas las tardes se sentaba en la mecedora, prendía su radio de tubos para oír la BBC y comentaba con mi madre y mi tío Chalo cada noticia, ya fuera de la horrorosa guerra española o de las hordas hitlerianas.

En esa casona me inventé entonces que Marcianita, la hija del padre Tascón, enseñara a sus hijos idiotas a concentrar su energía masturbadora para hacer milagros. Allí me senté, en mi imaginación, como si hubiese vivido al lado del abuelo, a generar el espacio ideal para mis personajes de El papagayo.

Es la casa de La Ribera, la casa de mis novelas, la casa donde murió el abuelo Marcial la noche que volvimos —él y yo— de ir a ver desfilar al cardenal Mícara en la explanada del Templete Eucarístico de Cali, aquel día de 1949.

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