Vivir de pequeñas resurrecciones

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Vigilia Pascual

Por: P. Miguel Ángel Ramírez González

Hoy celebramos la fiesta de las fiestas: la Pascua de nuestro Señor Jesucristo. Como escuchamos en el “Pregón Pascual”, es la “noche santa (que) ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”. Porque “es la noche en que rotas las cadenas, Cristo asciende victorioso del abismo”. La noche Santa “en que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerta a la vida” (Bendición del fuego).

Es cierto, desde la Creación del Mundo, Dios había pensado en este día como el día del encuentro con el Hombre Nuevo. Lo esperaba con ansia, porque a partir de este día, todos los hombres y mujeres podremos entrar a la eternidad. Desde hoy no estaremos nunca solos; desde hoy el el Reino de Dios, el Reino del AMOR rige el Universo.

Y quiero pensar, hoy en especial, en aquellos que sienten o creen que su vida es pobre y pequeña; en aquéllos que sienten que no valen nada o que creen que la vida no tiene sentido; pienso en muchos que quieren darse por vencidos; pienso en aquellos que a veces sienten que las fuerzas del mal son demasiado fuertes. A ellos en especial, les digo que la Resurrección es el fruto de la misericordia, es decir, el amor entrañable de Dios que se transformó de perdón en vida nueva; de muerte en resurrección.

Hoy, dijo el Papa Francisco el 2021, el Resucitado nos dice: “Volvamos a comenzar desde donde habíamos empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá de todos los fracasos”. En esta Galilea experimentamos el asombro que produce el amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas” (Sábado Santo, 3 de abril de 2021).

Tengo en el corazón el recuerdo de un sacerdote de mi infancia. Murió viejo, enfermo y olvidado por muchos. Cuando yo era niño, nos reunía con él cada sábado en la parroquia, pues la chamacada éramos miembros de la “Congregación Mariana”. Toda la chiquillería llegábamos cada sábado para escuchar sus historias sobre Jesús, y la historia sagrada, conocer algo del Universo (tenía mapas de estrellas), y luego regresábamos a nuestras casas con un caramelo, que celosamente nos guardaba y daba a cada niño que asistía a la reunión.

Lo dejé de ver por muchos años. Siendo yo sacerdote un amigo me dio la noticia de la muerte del Padre Enrique Torroella –que era su nombre-; no pude contener las lágrimas, y recuerdo que celebré la Misa por él. Yo me imagino que ese día que se presentó ante Dios le ha de haber preguntado: “Enrique ¿qué has hecho de tu vida?”. Y creo que se ha de haber pasado las horas con Jesús platicándole cómo quiso a sus niños, y cómo amó a su gente que recibió por muchos años el fruto de su ministerio. Y creo que esas historias que platicó a Jesús fueron tan sagradas como el evangelio mismo.

Les recuerdo esta página de mi vida porque creo que nos narra algo esencial este día de gozo: Dios nuestro Señor nos ha dado una vida para llenarla de amor, y regresar después con él con las manos llenas de esos frutos. Desgraciadamente, para muchos, no siempre es así, ya que la mayoría olvida esta vocación, otros se dan por vencidos ante las fuerzas del mal y de su debilidad. San Juan en su primera carta, dice a los cristianos:

«Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, pues el amor de Dios consiste en que cumplamos sus mandamientos…

En este día de Pascua, cuando Cristo se nos presenta como el Viviente, es necesario recordar que el motor de la resurrección fue el amor: de un amor generoso que se entregó hasta la muerte, y de un amor igualmente infinito que devolvió la vida a Cristo y que desea darla a todos los hombres; sí, de un amor tan incomprensible que quiere compartir su eternidad con sus hermanos, los hombres. Nuestra vida consiste en «creer» y vivir realmente en este misterio; consiste en que cada día, cada acto, cada sueño sea una pequeña resurrección, un verdadero acto de amor redentor, al estilo de Cristo. Significa que nos damos por vencidos frente al mal del mundo.

No se si se han puesto ha considerar cómo fue la vida de Jesús. Sabrán que él no vivió muchos años: probablemente alrededor de 33, como nos narra la tradición común. No hizo dinero, no se casó, no tuvo hijos, nunca escribió nada. Podríamos decir que, humanamente hablando, la vida de Jesús fue un tremendo fracaso, como la de mucha gente común y corriente, o como del Padre Enrique, de la historia de mi infancia. Pues él, como muchas personas, creyeron que lo importante era ser amoroso con el prójimo y los niños, amándolos en Cristo; en hacer el bien siempre que se tenía oportunidad, y en levantarse cada día con ánimo de luchar un día más por hacer presente a Dios en sus vidas.

Pero, ¿qué podemos decir de nosotros? Tal vez responderíamos algunos: “Señor, he perdido casi toda mi vida en ideales estúpidos e irrealizables; he querido cimentar mi vida en cosas materiales y en metas egoístas; me he olvidado por muchos años de mi familia, esclavizado, inclusive, por algún vicio; ni siquiera he podido dar con amor tiempo a mis hijos y a mi cónyuge, viéndolo todo como una obligación y nunca como amor; y, lo más triste, me he olvidado de Ti: no me he acercado a reconciliarme contigo, vengo a Misa más por obligación que por amor, mi fe no es vida sino una serie de ritos”… ¿Verdad que muchos diríamos algo así?

Pero Dios espera siempre nuestra transformación, como el Padre de la parábola del “hijo pródigo”, espera… Dios espera a que decidamos regresar para hacer la fiesta del encuentro y darnos un lugar en su casa.

No solamente la Pascua es una fiesta más entre otras tantas, sino que es la fiesta de la fiestas, pues en ella celebramos la “nueva creación” de Dios en Cristo; nueva creación en la cual ya deberíamos estar insertos, trabajando por poner las “semillas de resurrección” que tanto necesita el mundo de hoy. Sabemos que el amor es más fuerte que la muerte; que el bien es más fuerte que el mal, que el amor es más fuerte que el odio, y que la verdad es más fuerte que la mentira. Dice el Papa Francisco: [El anuncio de la Pascua es que] “la fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora. Camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro. Abre nuevos caminos donde sientes que no los hay, te impulsa a ir contracorriente con respecto al remordimiento y a lo “ya visto”. Aunque todo te parezca perdido, por favor déjate alcanzar con asombro por su novedad: te sorprenderá” (Sábado Santo 3 de abril de 2021).

La fe en la resurrección, si es verdadera, nos debe hacer vivir de modo diferente y renovado. Es por eso que, tal vez, junto a la imagen de la cruz que tenemos en nuestras habitaciones, deberíamos poner una imagen de Cristo Resucitado, para lograr el equilibrio pascual y poder descubrir que hay una “buena noticia” y un gran motivo de alegría: Cristo ha resucitado y Él es la causa de nuestra alegría y fuerza en nuestras luchas. Y ambas imágenes nos recordarán los sufrimientos que pasó el Salvador para nuestra salvación, pero que Dios acreditó su vida y su sacrificio con la resurrección, lo mismo que acreditará nuestras vidas, nuestros sufrimientos y nuestras pequeñas luchas por ser mejores cada día.

Bruno Moreno Ramos, tomando como referencia el Pregón Pascual, escribió un bello poema que resume, en solamente unas líneas, todas las verdades que celebramos en la Pascua; dice en su soneto:

Exulte de alegría el mundo entero,
porque el Gran Aleluya al fin resuena,
huye la muerte, triste, de la escena
y rozan ya mis dedos lo que espero.

La Iglesia prende el Cirio con esmero
y un vestido de luz divina estrena,
recamado de palmas y azucena,
para la boda santa del Cordero.

Oh noche tan feliz, maravillosa,
bendita sea por siempre tu memoria,
pues la culpa de Adán haces dichosa.

Oh noche de milagros y de gloria,
en que alzó Dios su diestra poderosa
para dar a su Hijo la victoria.

Tenemos que creer en la Resurrección desde hoy mismo y sembrarla ya en nuestras vidas.

El año 2021 decía el Papa Francisco que si la pasión de Cristo significaba el fin de la vida terrena del nazareno, quien dijo que todo estaba consumado al llegar al momento de la Cruz. La resurrección es la llamada de Dios a comenzar de nuevo en nuestras vidas. ¿No desearían salir de sus casas y, a partir de mañana, darse la nueva oportunidad de iniciar todo de nuevo? Si hasta este día lo único que habíamos sembrado eran lágrimas y errores, ¿no sentimos el llamado de Cristo a que empecemos a sembrar “semillas de resurrección”?

Francisco decía:

“Este es el primer anuncio de Pascua que quisiera ofrecerles: siempre es posible volver a empezar, porque siempre existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de nuestro corazón —cada uno de nosotros los sabe, conoce las ruinas de su propio corazón—, incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios prepara una nueva historia. Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace. Y en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza” (sábado 3 de abril de 2021).

Sí, hermanos, hoy celebramos el nuevo comienzo de la vida en Dios. Tenemos que creerlo de verdad y, empezando de nuevo, vivir resucitados, pues no estamos solos, sino que Cristo Jesús está presente y actuante entre nosotros.

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