Por: César Augusto Betancourt Restrepo
Aún hay mucha expectativa por los resultados que pueda ofrecer la tan aclamada y criticada reforma laboral, pero lo cierto es que, por sí sola, no va a ser ni la panacea que vende el gobierno ni el acabose que clama el antipetrismo, pues dentro de la ecuación hay muchas variables que deben ir encaminadas hacia el mismo propósito.
En primer lugar, es de tuertos no querer ver el terrible malestar laboral que se vive en todo el país, pues hoy muchas empresas ofrecen sueldos de hambre a técnicos, tecnólogos y profesionales que han dedicado su vida a formarse y dominar una ciencia, una disciplina o un quehacer. Este malestar fue lo que llevó, en parte, al populismo a gobernar a Colombia en cabeza de Gustavo Petro.
El trabajo hace parte esencial del desarrollo personal del ser humano, así como una fuente de motivación, pues nos lleva a la autorrealización. No obstante, la gratificación personal sin los ingresos que garanticen estándares promedios de dignidad se vuelve una carga imposible de soportar. Solo hay que ver el ritmo de carestía en los últimos años, los desorbitados precios de la vivienda en las ciudades principales, el costo elevado de prepararse en Colombia, además de otras variables que dejan un hueco en el bolsillo.
La consecuencia a esto bien puede llegar a caer tanto en patologías como ansiedad, depresión, estrés laboral o síndrome de burnout, además de frustraciones que van en detrimento de la calidad de vida. Lo que quiero decir es que el trabajo es parte fundamental de la vida del ser humano moderno, y sin las condiciones adecuadas, un infierno que parecemos condenados a pagar a cuotas.
Y ese es el pan de cada día: ofertas laborales que exigen profesionales con especialización, años de experiencia, para trabajar de lunes a lunes por un «sueldo competitivo» que no es más que un eufemismo para 100 pesos más que el mínimo.
Ese es un lado de la moneda: el malestar social por condiciones laborales paupérrimas. Y eso es algo que la clase política tradicional nunca quiso ver en detalle (¿será porque los hijos de los políticos no se ganan el mínimo?). Y entonces llegó el petrismo, y con su discurso melifluo convenció a más de uno.
¡Sorpresa, señores políticos! Hay familias enteras que se sostienen con un mínimo y diez padres nuestros al día. ¡Bienvenidos a Colombia!
Como he dicho, la reforma laboral no es la panacea; ni siquiera ataca el problema principal. Pero el espíritu de esa ley le grita verdades a la clase empresarial y política del país, que han preferido, por años, no oír, no ver y no decir.
Pero aquí viene la otra cara de la moneda. ¡Hay que ser justos! Hacer empresa en Colombia es más angustioso que Odiseo tratando de llegar a Ítaca. No es solo la excesiva tramitología y el riesgo del mercado (presente en cualquier país), sino lidiar con la economía paralela del narcotráfico y la consecuente inseguridad en todo el terreno nacional, que hace imposible que los negocios pelechen; la falta de competitividad frente a temas como vías nacionales y terciarias, puertos y corrupción (pregúntenle a papá Pitufo); el retraso tecnológico y los competidores mundiales con muchas fortalezas que dejan a la industria nacional en desventaja.
Hacer empresa en Colombia es titánico y, en cierta medida, patriótico, y este gobierno en particular ha querido coger a los empresarios de vacas lecheras. Y la pregunta es: ¿dónde está la reforma para ellos? Una reforma que incluya alivios tributarios para empresas que destinen grandes recursos a proyectos productivos que generen empleos de calidad; periodos de gracia para que los emprendedores y los informales se formalicen; grandes inversiones en infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria; lucha frontal contra el contrabando y los generadores de violencia; capitales semilla para transformar ideas en negocios…
No, nada de eso se ha querido ver en este gobierno, porque la decisión política de Petro es capitalizar el malestar social y castigar al generador de empleo, lo cual resulta muy efectivo para exacerbar los ánimos, pero poco útil para un país que trata de salir adelante.
Un país no se construye castigando al que genera empleo ni ilusionando al que lo busca con promesas a medias. Sin dignidad laboral no hay sociedad sana, y sin empresarios no hay economía posible. Ojalá algún día la política deje de ser el arte de señalar culpables y se convierta en la ciencia de construir puentes.