Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Este domingo 28 de septiembre se cumplen 200 años del nacimiento de Rafael Núñez, el gran transformador de Colombia. Esbirro constitucional de los contratistas de entonces, los liberales del Olimpo Radical, nos estructuró una solución para combatir de raíz el desorden de un país que elegía presidente cada dos años, mantenía ejércitos para cada uno de los estados federados que lo componían y toleraba guerras intestinas de unos contra otros.
Los liberales, desde Uribe Uribe hasta Eduardo Santos, no le perdonaron nunca la traición de haber dejado de ser liberal para poder llegar a implantar la nueva república. Desde los periódicos bogotanos, manejados por liberales de viejo cuño, le repitieron por décadas a los colombianos que habían sido sus intereses particulares —fundamentalmente el de recibir bendición católica para su matrimonio con Soledad Román— los que le movieron a estructurar un país de derechas, donde se privilegiaba a la Iglesia y a los latifundistas.
Se olvidaban de que fue gracias al desarrollo y a la organización burocrática y económica que las élites bogotanas pudieron llegar a ser ricas. Sobradamente inteligente, prefirió manejar a Colombia escribiendo diariamente en El Porvenir, un periódico cartagenero, antes que ejerciendo el pomposo poder santafereño desde la casa de los presidentes.
Olvidado hasta por los mismos cartageneros, que le sostienen con desgano su casa museo de El Cabrero, el domingo 28 de septiembre no será honrado ni por los zurdos que manejan ahora el gobierno bogotano, ni por los desteñidos derechistas, que no heredaron ni el recuerdo del mito viviente ni, mucho menos, los métodos con los que don Rafael se hizo elegir cuatro veces presidente y consiguió gobernar desde la ciudad amurallada.
Cuánta falta hace, por estos días aciagos, que surgiera otro Rafael Núñez para que mandara a la puta mierda a los contratistas que se apoderaron de la nación, mataron los partidos políticos y nos tienen viendo un chispero.