Que te conozcan, Padre…

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XXII Domingo de Tiempo Ordinario

Por: P. Miguel Ángel Ramírez González

La primera lectura del libro del Sirácide o Eclesiástico señala lo que la revelación nos dice respecto a la relación familiar entre padres e hijos, y es que se trata de algo más que una costumbre cultural judía, la familia es mandato de Dios. De este modo, el padre se sabe portador de ciertas enseñanzas que debe transmitir a sus hijos; sabe que es responsable de su familia ante Dios, y que debe actuar enseñándole el bien y, sobre todo, enseñarle a vivir en humildad frente a Dios y a los demás, para recibir las bendiciones del Señor, pues la soberbia aleja de los hermanos y hace que se vuelva contra el Creador. Dice: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor, porque sólo él es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”.

Vivimos una época de “desmantelamiento” de todo, es decir, se van destruyendo poco a poco todas las realidades que eran fuente y sostén de la cultura y la civilización en occidente. Se empezó por quitar a Dios del horizonte, luego se rechazó la vida que va a nacer, diciendo que el aborto no es un crimen, sino una decisión libre (por supuesto se pone en prisión al que se atrevió a atropellar a un perro, pero no al que aborta, pues los niños hoy valen menos que las mascotas); se rechaza la diferencia de sexos, se rechaza la familia tradicional, se rechaza la responsabilidad en la tarea de construir la vida de un hijo, se rechazan los roles que cada miembro de la familia debería tener, y como “cereza del pastel” se rechaza la vocación de la paternidad, diciendo que ser padre es parte de un “constructo” social de una cultura machista.

Lo que digo no es para espantarlos, pero estas ideologías que nos regala la ONU, Walt Disney y nuestro sistema educativo, han ido mermando poco a poco la sociedad occidental y la mente de las nuevas generaciones. Massimo Recalcati, psicoanalista italiano, en su libro “El complejo de Telémaco”, nos da un diagnóstico terrible de la enfermedad actual, y de las consecuencias que tiene para la vida de los individuos y de toda la civilización occidental; enfermedad que consiste en dar muerte a la imagen del padre en la mente de los hijos y de las familias. Señala, de una manera trágica, que hemos pasado del complejo de Edipo al “complejo de Telémaco”. El hombre “Telémaco” de la actualidad es el desheredado: dice Recalcati, que padece una “carencia de futuro, destrucción de la experiencia, caída del deseo, esclavitud del goce destructivo, inseguridad…”. Y luego describe sus alcances pues “Nuestros hijos no heredan un Reino, sino un cuerpo muerto, una tierra agotada, una economía enloquecida, un endeudamiento ilimitado, la falta de trabajo y de horizontes vitales”.

El mismo autor hace una descripción detallada de lo que ha visto en sus tratamientos terapéuticos, como resultado de nuestra cultura que ha dado muerte al padre: “Tendencia incestuosa del goce, ausencia de límites y de prohibiciones simbólicas, desregulación pulsional, Ello sin inconsciente, muerte del deseo, violencia y racismo, rechazo del Otro, culto narcisista del yo, indiferencia cínica, pulsión de muerte carente de límites, definen el cuadro psicopatológico de la época hipermoderna dominada por la evaporación del Padre y por el triunfo del objeto, promovido, como único valor posible por el discurso capitalista”.

Terrible, sí. Es por eso por lo que, si queremos retomar la brújula y dirigir la vida humana hacia el norte correcto, antes de que destruyamos nuestra civilización, es necesario retomar toda reflexión a partir de la revelación, en donde Dios habla de sí mismo y del hombre, según su proyecto salvador en Cristo. Pero eso significa que debemos aceptar y vivir el mensaje tal como Dios lo ha dicho y actuado en su Hijo. Y si hoy defendemos la familia, la diferencia de sexos, la necesidad del amor, el respeto a toda persona, etc., es porque está en la revelación.

Decía antes que, entre todas las vocaciones, tal vez la más rechazada por la modernidad y menos comprendida en la actualidad es la PATERNIDAD; no solamente se cuestiona al padre en su ser, sino que se quiere borrar su identidad y hacernos creer que ser padre no sirve de nada. Ahora bien, la buena teología nos dice que Jesús vino a revelar a Dios como Padre, de modo que viéndolo a Él viéramos a Dios como a alguien a quien podemos llamar Abbá, Padre. De hecho, si notaron la oración de la Colecta, al inicio de la Misa, pedíamos a Dios que infundiera en nuestros corazones “el amor de tu nombre” (oración Colecta, domingo XXII, ordinario).

Y es que, no se trata de que creamos que Dios Padre es como nuestros padres terrenos, sino que nuestros padres terrenos deben esforzarse por PARECERSE AL PADRE DE MISERICORDIA, Y DIOS DE TODO CONSUELO. Jesucristo nos mostró su propia intimidad, y habló sobre su conciencia filial, que llega a su cima cuando expresa la bellísima oración: “Esta es la vida eterna, Padre, que te conozcan a ti, y a tu enviado”. Y este es el núcleo de la Buena Nueva del Evangelio. En otro momento, san Juan en su evangelio, señala que Jesús dijo: “Padre, yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. He manifestado tu nombre a los hombres” (Jn 17, 4-6); es verdad, el Hijo de Dios vino a cumplir la misión encomendada por el Padre y a revelarnos su nombre.

El Padre dominico, Michel Philipon resume esto que menciono de manera clara: “Padre», he aquí la palabra clave que ilumina todo el sentido de la oración cristiana. Esta denominación afluía tan a menudo y con tal acento a los labios de Jesús, que la Iglesia primitiva conservóla en su lengua original aramea: «¡Abba! ¡Padre!» Ese vocablo, resume por sí solo todo el cristianismo. Dios es nuestro Padre, y debemos acercarnos a Él con un alma de niño. Cuanto más pequeños nos mostremos, tanto más Padre se muestra Dios.

Pero nosotros no estamos solos. Formamos una familia con todos los hombres, y todo cuanto imploremos para nosotros, según nuestras necesidades, debemos pedirlo para todos los hombres, nuestros hermanos. En la oración no cabe el egoísmo. Un cristiano ruega por todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, atento a los horizontes de la redención, como Jesús desde lo alto de la cruz.”

Cuando Jesús pidió a sus discípulos ser perfectos, como el Padre celestial es perfecto, se volvió en una exigencia radical para todos los bautizados, pero de forma muy particular para aquellos que Dios ha elegido para ser su imagen de paternidad en la tierra. Pensemos en otras imágenes evangélicas que nos dio Jesús para hablarnos de esto: el Padre del hijo pródigo a quien perdona sin pedir cuentas; el Padre que hace salir el sol sobre justos y pecadores, pues de todos espera la conversión; es el Padre que conoce hasta el último cabello de nuestra cabeza; es el Padre que amó tanto a la humanidad que entregó a su Hijo.

Y no es que exaltemos “la cultura patriarcal”, como algunos quisieran pensar, sino que Dios se ha revelado, en Cristo Jesús, quien, afirma Bruno Forte, “¡nos dio al Padre en el amor! Vivió la oscuridad de la angustia y los infiernos de la muerte para que nosotros pudiéramos entrar en la vida cargada de franca esperanza en el Dios fiel, en el Padre que, abandonándonos, acoge nuestro abandono como acogió el del Crucificado moribundo, entregado por nosotros.” Si me preguntaran cuál fue el núcleo de la Buena Noticia que gritó desde la Cruz, diría que la de decirnos que somos hijos en el Hijo, es decir, que tenemos un Padre en el cielo, y que nunca dejará de amar a sus hijos que peregrinan y sufren en este mundo, y que espera tenernos es su casa por siempre.

Frente a Dios, y volviendo a los papás, tenemos solamente un camino para cumplir nuestra vocación: vivir en humildad, como señalaba el Sirácida, no importa qué tan grande se haya sido en la vida, o bien que la vida haya sido ordinaria. Sólo Dios, solamente mirando al Padre, por el Hijo en la gracia y fuerza del Espíritu, es que podremos vivir plenamente nuestra vocación. Pensemos en la imagen de un árbol que, entre más cerca esté del río, más verde y mejores frutos; entre más cerca de Dios, mejores personas podemos ser.

Debemos dar lo mejor que está de nuestra parte para hacer fructificar los dones, y con confianza dejar todo lo demás en las manos de Dios. Sabemos que, si Dios nos dio una esposa y unos hijos, es porque tuvo una grande confianza en nosotros. Por lo mismo, pedimos a Dios que esa gracia y ese don que dio a los padres de familia no sea inútil, sino que, por su dedicación, su amor y entrega, hagan de la familia la imagen viva de la Santísima Trinidad: una familia donde vive y se respira el amor y la fe; una familia donde se viven la libertad y el compromiso, una familia donde se ejercita y vive la unidad y el perdón.

De entre todos los dones que Dios da, el más fugaz es la vida en el tiempo, que se acaba muy pronto. San Pablo lo sabía, por eso señalaba que mientras se tiene vida, procuramos agradarleal Señor, sabiendo que todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida”, dijo san Pablo a la iglesia de Corinto (2 Cor 5, 6-10).

Podemos decir una frase que el día de hoy los papás podrán hacer suya: SIN DIOS, SOY NADA, PERO CON DIOS, SOY Y LO PUEDO TODO.

Benjamín García ofrece esta oración por los papás:

Señor Jesús

Tú nos dices que en el cielo hay un Padre. También tenemos padres en la tierra: nos dan la vida y nos educan; por ellos oramos hoy y prometemos: ser respetuosos y obedientes, ser agradecidos a sus desvelos y trabajos, cultivar la bondad que en nosotros sembraron, comprender y disculpar sus limitaciones, nunca abandonarlos cuando sean ancianos.

Señor Jesús

Tú nos dices que Dios tiene rostro humano, que perdona al hijo pródigo, al hombre frustrado. Por eso te pedimos que nuestros papás se parezcan más a ese Dios-encarnado: que nunca nieguen ni abandonen a sus hijos, que respeten la identidad de cada uno, que no se cansen de apoyar y de esperar, que no se avergüencen de los hijos fracasados.

Señor Jesús

Tú      sabes      que     la      vida     es      difícil      para      los      hijos      de     este     tiempo. Con la oración del “Padre-nuestro” te pedimos por todos los papás humanos: que puedan dar pan a sus hijos, que sepan orientar las locuras juveniles, que sepan defenderlos del peligro, que les eviten caer en tentación a pesar de la fragilidad del propio barro.

Señor Jesús

Da paz a los padres difuntos.

Da fuerza a los que luchan todavía por guardar la fidelidad, la unión, la fe, el amor con que Tú nos has amado.

Amén.

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