Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
El alcalde Turbay, de Cartagena, actúa como todos los presuntuosos que quieren hacer popó más arriba de donde la naturaleza les hizo el huequito.
Como pareciera tener un complejo faraónico, todas sus actuaciones son mayúsculas, perjudique o favorezca a quien le toque. Así fue con las chivas rumberas y con el Café del Mar.
Ahora se ha atravesado como mula muerta en la ampliación y reajuste del aeropuerto de Crespo, tan vital y tan cómodo para una ciudad turística como Cartagena. Él, en sus ambiciones no confesadas —pero sí muy sospechadas— de ser presidente de la República, quiere ganarse la rifa que la historia no ha puesto en venta, favoreciendo la construcción de un nuevo y muy moderno aeropuerto a mitad de camino entre Cartagena y Barranquilla.
Es decir, a media hora de la ciudad amurallada y a otra media de la carnavalera Barranquilla, donde estarían verdaderamente los votos del futuro para su candidatura presidencial.
Lo grave es que, para defender su proyecto del llamado Terminal Aéreo de Bayunca, el benemérito Turbay le ha puesto toda clase de obstáculos a la ampliación y reacomodo del actual aeropuerto de Crespo, donde ni gusanos para subir a los aviones han sido capaces de instalar.
Los trucos son muy turbayistas, de eso no cabe la menor duda, pero en sus justas proporciones estorban al desarrollo turístico de Cartagena, obligan a seguirles dando trato de montonera a los pasajeros que llegan o se van, y él se vanagloria diciendo que el barrio de Crespo y sus habitantes no pueden perjudicarse más.
Independiente de lo que pueda pensarse —de que financieramente habrá muchos favorecidos por su afán de construir un aeropuerto como el de Bayunca, que no estaría en funcionamiento en menos de diez años—, en cambio sí sufriremos todos los colombianos que vamos a Cartagena y los miles de habitantes de toda la ciudad que viven del turismo.
A Turbay solo le interesa lo de él, así se joda Cartagena.