Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
A ver, a ver… ¿quién dijo que los milagros solo ocurren en Lourdes o en Fátima? En esta esquina del mundo llamada Latinoamérica, el verdadero milagro se llama conveniencia política, y su protagonista principal viste de traje oscuro, habla en tono pausado y responde al nombre de Gustavo Petro. Sí, ese mismo. El que un día desconoce presidentes, y al siguiente les da la mano en misa. El que le pide al Papa que venga a Colombia, sabiendo que ni con agua bendita se arregla el desorden que tenemos.
Porque si algo quedó claro en su última gira internacional, es que el presidente no viaja para representar a Colombia. Viaja para representarse a sí mismo. No importa si hay contradicción, si antes trinó otra cosa, o si no lo invitaron formalmente: lo importante es estar ahí, posar, y si se puede, robar cámara. Es el único presidente que convierte un acto de posesión en mitin, una audiencia papal en petición de milagro político, y un saludo diplomático en espectáculo de omisión.
Todo empezó en Roma. Petro aterrizó en el Vaticano con dos intenciones: pedirle al Papa que visite Colombia (porque al parecer, la paz depende de una visita apostólica), y proponerle que el Vaticano sea la nueva sede de los diálogos con el ELN. El resultado fue más bien… silencioso. Según fuentes vaticanas, al Papa no le gustó ni el tono, ni la agenda. Traducción diplomática: no hay visita papal durante el gobierno Petro. Milagro fallido.
Y como si eso no bastara, le tocó sentarse, cual monaguillo arrepentido, al lado del mismísimo Daniel Noboa. Sí, el presidente de Ecuador que hasta hace unos meses Petro no reconocía. Un momento que debió ser de profunda reflexión… o de una disimulada búsqueda de la puerta de emergencia. Pero Petro, experto en borrón y foto nueva, aguantó la incomodidad, sonrió para la cámara, y siguió su camino diplomático hacia la siguiente contradicción.
Días después, el destino —y el protocolo ecuatoriano— volvió a jugarle una buena pasada. En la posesión oficial de Noboa, le tocó sentarse al lado de Dina Boluarte, presidenta del Perú, otra a la que Petro públicamente desconoció. Esta vez, ni saludo hubo. Petro aplicó la mirada al frente, sin cruzar palabras, como si ella no existiera… o como si nadie tuviera memoria. Pero ahí quedó la foto, testigo eterno de lo que antes fue rabia ideológica y ahora es solo incomodidad silenciosa.
Y aun así, él no pierde el impulso de figurar. No llegó solo a mirar. No señor. Se plantó frente a los medios y, en su ya acostumbrado tono de protagonista global, declaró que iba a pedirle a Noboa la liberación de los presos políticos en Ecuador. Jorge Glas, por supuesto, incluido. Nada dice “respeto por la soberanía” como ir a casa ajena a dar órdenes como si uno fuera el jefe de Estado invitado… pero con micrófono propio.
La pregunta es: ¿dónde queda Colombia en medio de este reality diplomático? Porque mientras Petro viaja, habla y sonríe, aquí seguimos esperando reformas, atención médica, y respuestas. Pero eso puede esperar, porque el Presidente está ocupado haciéndose ver en Roma, en Quito, en el mundo entero… menos donde realmente se le necesita: gobernando su país con coherencia y humildad.
Lo más preocupante no es su presencia internacional, sino lo que representa: una política exterior al servicio del ego, no del Estado. No hay estrategia, no hay coherencia, no hay respeto por la memoria. Hay narrativa, hay show, hay Petro. Porque al final, para él no importa a quién desconoció, a quién no saludó o a quién contradijo. Lo que importa es en qué silla le tocó la foto.