Ni mejores ni peores: los papas no se comparan

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Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias

Viendo lo que se mueve por estos días en redes sociales, uno no puede evitar pensar que algunos católicos apenas asoma un nuevo Papa por el balcón, ya están listos para calificarlo, etiquetarlo o, peor aún, compararlo como si fuera modelo de celular o personaje de reality. “¿Será como Juan Pablo II?”, “¿tendrá el carisma de Francisco?”, “¿hablará tan profundo como Benedicto?”. Y la peor de todas: “Este sí es el que nos conviene”.

Seamos sinceros: ni el Papa es un influencer, ni la Iglesia es un concurso. Lo que vivimos cada vez que se elige a un nuevo sucesor de Pedro no es un cambio de estilo, es un cambio de cruz. Porque eso es ser Papa: cargar una cruz única, con los retos de su tiempo, los conflictos de su época, y las heridas del mundo que le toca servir.

San Juan Pablo II vivió el fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín y el impulso global de una fe alegre y valiente. Benedicto XVI asumió la defensa de la razón y la verdad en medio de un mundo que empezaba a relativizarlo todo. Francisco, con su cercanía y ternura, se metió en los márgenes y nos recordó que Dios no se cansa de perdonarnos. Y ahora, León XIV —sí, el Papa nuevo, el de nombre clásico y sonrisa serena— nos acaba de regalar una frase que vale más que mil encíclicas:

“Tenemos que saber escuchar, no juzgar, no cerrar puertas como si tuviéramos toda la verdad y nadie más tuviera nada que ofrecer”.

Y con eso, lo dijo todo.

Porque mientras muchos se dedican a opinar, a juzgar, a exigirle al Papa que se comporte como a ellos les parece, él nos recuerda que el camino de la Iglesia no se trata de imponer, sino de acompañar. Y eso requiere humildad. La misma que a veces nos falta a nosotros cuando, desde el sofá y el celular, lanzamos juicios como si fuéramos el Espíritu Santo.

La verdad es que ningún Papa “supera” al anterior. Cada uno tiene su misión. El que venga con nostalgia dirá que “como Juan Pablo II, ninguno”. El que vea todo con filtros de ideología, dirá que Benedicto era “más claro” y que Francisco era “más progresista”. Y ahora ya están diciendo que León XIV “tiene cara de moderado”. ¡Por Dios! Que el Papa no es un plato del menú para escoger por sabor, es el pastor que el Espíritu Santo nos regala en cada momento de la historia.

¿Y nosotros? En lugar de jugar a ser críticos eclesiales de escritorio, deberíamos estar rezando más y hablando menos. Porque mientras unos pierden tiempo buscando a cuál “bando” pertenece el nuevo Papa, él ya empezó a hacer lo suyo: escuchar, caminar, discernir. Y nosotros, los fieles de a pie, no estamos llamados a comentar el pontificado, sino a vivir el Evangelio.

Así que, si de verdad queremos ayudar a la Iglesia, empecemos por ser mejores cristianos. Menos comparación, más comunión. Menos juicio, más oración. Porque ningún Papa necesita que lo califiquen con estrellas, pero todos —sin excepción— necesitan nuestras rodillas en el piso.

Y para los que aún quieren seguir comparando papas, les dejo una pregunta incómoda pero necesaria: ¿Y tú, ya te pareces un poquito a Cristo, o sigues esperando que lo haga el Papa por ti?

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